Estados Unidos

El pueblo de Madrid que ayudó al hombre a llegar a la Luna

El pueblo de Madrid que ayudó al hombre a llegar a la Luna
El pueblo de Madrid que ayudó al hombre a llegar a la Lunalarazon

madrid-«Houston, aquí base de la tranquilidad. El Águila ha alunizado». La histórica frase del astronauta Neil Armstrong cayó sobre un diminuto y desconocido rincón de la Tierra, Fresnedillas de la Oliva: una pequeña población del norte de Madrid desde donde se dirigió al Apollo XI en su conquista de la Luna. En esa época había tres estaciones de seguimiento, una en California (Estados Unidos), otra en Camberra (Australia) y la española. Cada una controlaba durante ocho horas, por la rotación del planeta, la misión. Fue a las 21:18, hora peninsular española, cuando el Apollo posó la nave sobre nuestras, desde allí, lejanas cabezas. El control, en ese momento, se ejercía a 50 kilómetros de Madrid. Un día histórico Lo que allí aconteció aquellos días forma parte de la Historia. El próximo lunes, 20 de julio, se cumplen 40 años de la primera vez que el ser humano pisó la Luna. Los artífices de este acontecimiento, entre otros, fueron un grupo de españoles que se encargaban de dirigir el viaje estelar. Algunos formaban parte del equipo de dirección de la estación espacial; otros, como los cuatro protagonistas de este reportaje, se encargaban de la electricidad, albañilería, cocina o carpintería. Todos contribuyeron a la epopeya, todos sintieron que habían llegado también a la Luna. «Yo temblaba de miedo durante aquella noche», recuerda José López, mecánico de control de electricidad. «Si se caía un equipo o fallaban algún generador, la misión se iba al traste», incide. «Todos los equipos de control estaban duplicados, pero trabajábamos con la tecnología del año 1969». Sin embargo, lo curioso es que por encima del sentimiento de responsabilidad por la conquista espacial los empleados de la estación tenían la sensación de que de su trabajo dependían las vidas de los astronautas. Ésa es la primera conclusión que se saca tras hablar con los que trabajaron en la estación. «Vuelos espaciales tripulados», ponía en el cartel de entrada a la instalación (en otras estaciones, como la de la vecina localidad de Robledo de Chavela, se controlaban misiones sin tripulación). Por tanto, aquí, había vidas en juego. Regreso a la Tierra «Cada vez que había un vuelo, por ejemplo, teníamos que meter el coche en punto muerto», explica Manuel Basallote, carpintero. Nada podía interferir en la misión. «Con el Apollo XI teníamos mucho miedo a que tras alcanzar la Luna no pudieran volver a la Tierra», recuerda. Durante los días que había misión, el Ejército tomaba las instalaciones para que no hubiera la posibilidad de sufrir un atentado. El idioma era un punto conflictivo. «Muchos no sabíamos inglés, aunque se contrató a muchos españoles que habían trabajado en Marruecos, en una empresa norteamericana, que sí conocían el idioma», comenta José Rodríguez, oficial de albañil. La incomunicación, sin embargo, no fue un problema, «al final nos entendíamos», dice el pinche de cocina, Ángel Peñaventura. Los que tenían cargos de más responsabilidad sí acudieron a clases para aprender inglés; al resto le tocaba defenderse. ¿Y la convivencia? «Fue muy buena», recuerdan todos, aunque hubo momentos que dibujan a la perfección el gran salto cultural existente. «Míster Lee era un alto cargo norteamericano. Era buena gente, pero tenía mal carácter. En una ocasión me llamó ``indígena¿¿. Yo le contesté que el indígena era él, que venía de trabajar en África», recuerda entre risas José López. Fue una anécdota, todos convivían en una isla tecnológica en medio de Castilla. El parabrisas Los empleados de la estación llegaron a un trabajo que parecía imaginado en aquella época. Es el caso de José López, que trabajaba de mecánico en un taller en Madrid. «Arreglando un coche vi en el parabrisas una pegatina de la estación espacial. Pregunté al dueño y me dijo que era una instalación nueva de un pueblo de Madrid y que precisamente buscaban un mecánico. Fui enseguida a la dirección que me dijo y me contrataron nada más entrevistarme. Me pagaban un sueldo de 16.000 pesetas, y entonces yo cobraba 8.000. Cuando volví y le dije a mi jefe que me iba del trabajo y las condiciones me dijo ``si hay otro puesto, echo el cierre¿¿». El caso de Ángel fue también delicado. «Salí del pueblo y me puse a trabajar en una cocina, algo que no había hecho nunca. Los desayunos eran huevos con panceta, al estilo americano, pero al menú español se acostumbraron rápido». Las mujeres son las últimas que sufrieron con las numerosas misiones espaciales. Durante los días que duraba la misión muchas iban allí con los niños los turnos eran de 12 horas seguidas, incluso 24. «Muchas sufrían con nuestro trabajo y tenían que irse a casa de sus madres mientras duraba la misión. Nosotros teníamos que descansar. Ellas trabajaban en el proyecto, pero no cobraban por ello», explican los trabajadores. Recuerdos Todo lo que aconteció en Fresnedillas se ha recopilado, con motivo del 40 aniversario de la llegada del hombre a la Luna, en una interesante exposición que cuenta, entre otras cosas, con el aparato receptor desde el que se recibió aquel primer mensaje de Neil Armstrong, y con guantes o alicates que han pasado por el satélite de la Tierra. «Queremos contar nuestra historia que fue clave en la carrera espacial», concluye el alcalde de la pequeña localidad, Antonio Reguilón.