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Françoise Hardy: Yo confieso

Ha decidido plasmar su intimidad en 400 páginas. «La desesperanza de los monos... y otras bagatelas» es el título.

Una joven Hardy, caminando por un parque de Londres en abril de 1968
Una joven Hardy, caminando por un parque de Londres en abril de 1968larazon

Hay vidas que fluyen como un río tranquilo y otras cuyas aguas discurren entre rápidos, se pierden en profundos remolinos y sortean los más rocosos meandros. Quizá no lo parezca pero la de Françoise Hardy se asemeja a estas últimas. Este icono vivo de la «chanson française», de andrógina e intemporal belleza, ha esperado a rozar la frontera de los 65 para confesarse. Para desnudar una intimidad que ya no habrá que descifrar en sus canciones porque ha quedado plasmada en algo más de cuatrocientas páginas. Suele decir que ella habita en sus textos. Pero hay veces en que éstos requieren una iniciación. Ocurre con el título de esta autobiografía: «Le Désespoir des singes…et autres bagatelles» («La desesperanza de los monos… y otras bagatelas»). Un juego de palabras no apto para profanos. En realidad alude al nombre que en francés recibe su árbol preferido, una especie de pino araucano que con frecuencia acude a contemplar al jardín de Bagatelle, uno de los más hermosos de París. Con punzantes escamas por hojas y un tronco rodeado de espinas, este árbol es el calvario de cualquier animal trepador. Y la mejor metáfora con la que simbolizar una vida de difícil escalada.Niñez traumatizadaAfortunadamente ha sido ella misma la que ha preferido iluminar sus propias sombras antes de ver cómo otros, con peores intenciones sin duda, hubieran glosado aviesamente –en cualquier memoria no autorizada– sus alegrías y fabulado sobre los dramas de su vida: una niñez traumatizada por una madre posesiva y un padre espectral, el yugo del amor infiel, la cara oscura del éxito o el dolor por la enfermedad. Allí donde otros hubieran excarbado, ella descorre brutal pero pudorosamente el velo de una peripecia vital salpicada de tantos triunfos como tragedias. No escatima en detalles pero evita, con elegancia, lucidez y humor, caer en la obscenidad o el exhibicionismo. Tímida y solitaria, la pequeña Françoise, algo acomplejada ya por su alargada silueta, atravesó su infancia haciendo equilibrios entre una madre «acaparadora», una abuela «invasora y castradora» y la ausencia de un padre al que no veía más que un puñado veces al año y al que el destino le tenía reservado un aciago final. En las líneas que le dedica, se palpa la tristeza por un hombre que descubre muy tardíamente, en la madurez de la tercera edad, su homosexualidad y que muere por la paliza que le propina el último de sus mantenidos.La vida no le ha ahorrado muchos trances, ni físicos ni psicológicos. El cáncer le puso a prueba, y tuvo que superarlo como tuvo que asumir la realidad de una hermana aquejada de esquizofrenia. Describe también cómo su madre dispuso de su propia muerte. Su confesión es, en sí, un alegato de la eutanasia: «Creo que el sufrimiento físico, cuando se hace irremediable, es absolutamente inútil (…) Mi madre murió como quiso y cuando quiso. Es revelador de cómo fue su propia vida».Las otras «bagatelas» tienen que ver con el amor, innegociable, y sus zarpazos. Ahí quedan retratados sus algo más de cuarenta años de un amor intermitente, agridulce, tierno y cruel a la vez. El que sigue profesando por Jacques Dutronc. Un seductor nato, de naturaleza infiel. «Sentirse enamorado es un motor extraordinario –escribe– incluso cuando se acompaña de perpetuos tormentos, sin los que jamás habría logrado escribir la letra de ninguna de mis canciones».Ambos, seres inasibles, siguen encarnando hoy la pareja mítica y enigmática que formaron allá por mediados de los años sesenta en una Francia que respiraba indolencia, desenvoltura y modernidad y en la que se convirtieron en auténticos ídolos de una sociedad en pleno estallido de libertad.

Musa de Rabanne y CourrègesHardy ha sabido, además, acertar lo que sus coetáneas Sylvie Vartan o France Gall intentaron con desigual fortuna: transitar del yé-yé hacia un estilo pop-rock, en el que su eterna melancolía y su voz dulce y susurrante han desafiado a las modas. Inspiró a André Courrèges en sus diseños futuristas y fue la musa deRabanne ySaint Laurent. Ha encabezado vanguardias y sin embargo reconoce «envejecer mal». La joven frágil que con sólo 18 años sedujo al mundo entero con «Tous les garçons et le filles» ha ganado con el tiempo en seguridad pero la nostalgia nunca le ha abandonado. La infancia regresa a sus letras en «La maison où j'ai grandi» (La casa en la que crecí) o «Ma jeunesse fout le camp» (Mi juventud se esfuma).Sin embargo, su «chic» permanece indeleble.