España

La paga de los rumanos: volver a casa con un subsidio bajo el brazo

La Razón
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Su partida de bautismo es toda una declaración de intenciones. Se llama Constantin y se apellida Stoica. Salvando las distancias idiomáticas, su nombre no podría estar mejor elegido, tal y como ha tenido oportunidad de demostrarlo, día sí y día también, desde que hace cuatro meses perdiera su último empleo. Desde entonces, recorre cada mañana, constante y estoico, inasequible al desaliento, los mismos rincones de Alcalá de Henares donde no hace mucho los constructores se rifaban dos manos como las suyas, rumanas y fuertes, dispuestas a trabajar en el tajo. Ahora ni siquiera le invitan a que vuelva la próxima semana. Por eso es fácil encontrarle a la hora de comer en una céntrica plaza de Alcalá, la pequeña Bucarest del este de Madrid, a donde acude, derrotado, para refugiarse en la sonrisa de su hija, Elisabeta María. Apoyado en la valla de colores del parque infantil, Constantin vigila de reojo los movimientos de su nieto, un niño de ojos vivos y pendiente en la oreja que hoy está empeñado en subirse al tobogán por la rampa. Toda una aventura que termina, como no podía ser de otra forma, en un coscorrón de lágrima fácil y pasajera. Tasas arruinadas El abuelo Constantin es encofrador. Nació hace 51 años en un pueblo de Transilvania y lleva ocho en España. Jamás le faltó un trabajo hasta que el pasado 7 de enero, un día después de Reyes, el patrón le dijo que ya no tenía nada para él. Desde entonces, el silencio. Pero Constantin no se rinde. «De momento me quedo, seguiré buscando lo que haya. En Rumanía no hay nada que ofrecer por un sueldo mayor de 150 euros al mes», se lamenta. Por eso no quiere ni oír hablar del último señuelo que los ministros de Trabajo español y rumano les han puesto a él y a miles de compatriotas bajo el umbral de su puerta: la posibilidad de regresar a casa cobrando el subsidio del paro de España a cambio de comprometerse a buscar «de forma activa» -dice la letra pequeña del acuerdo- un puesto de trabajo en su país. El problema es que hoy en día en Rumanía hay poco que rascar. La crisis que ha resfriado a Centroeuropa ha llegado allí convertida en pulmonía y ha acabado por arruinar las tasas de paro oficiales, las previsiones del Gobierno y las esperanzas de la población de salir del hoyo con el empujoncito de la UE. «Cada dos por tres suben los precios públicos -se lamenta Gheorghe Gainar, presidente de la Asociación Cultural de Ayuda e Integración al Pueblo Rumano-. El gas y la luz cuestan ya como en España, la comida está carísima, los bancos no dan dinero y los sueldos han bajado». ¿Volver, con este panorama, a Rumanía? Muchos lo han hecho ya. En voz baja. Sin fiestas de despedida. «Los rumanos son gente discreta. Un buen día se marchan sin decir nada a nadie y tiempo después nos enteramos de que han vuelto a casa -explica Gainar-. Pagarles el paro de España puede ser un incentivo, pero al final es una decisión libre e individual de cada uno: nadie se irá sólo porque le den el subsidio». Constantin Stoica es uno de los que se resiste, por ahora, a tirar la toalla, pese a que intuye que lo peor está por llegar. Vive con su hija, su nieto y su yerno, el único que aún conserva su puesto de trabajo. Su desgracia es que cada mes tiene tres letras pendientes de pago (coche, préstamo y alquiler) que devoran las tres cifras de su subsidio de desempleo de 900 euros -«con 27 céntimos», remata Elisabeta- a punto de vencer. De la batalla entre cifras y letras sólo salen con vida 50 euros. A partir de junio, ni eso. Otro a quien la crisis ha enseñado a contar hasta la última moneda de cobre es Adrian Sandor. Después de ocho años de trabajo en España como albañil, el pasado 13 de abril puso su último ladrillo en una obra de Vallecas. Él lo lleva aún peor: no tiene derecho a paro. «Me voy la próxima semana a mi pueblo a ver si encuentro algo, pero mi padre me ha dicho que la cosa está muy mal», se lamenta. Aquí y allí. Sandor no necesita leer los periódicos para saber que el mercado laboral español se ha derrumbado como un castillo de naipes. Le basta con sacar el termómetro a la calle al amanecer para comprobarlo. «Cada vez que vengo a la oficina del paro me encuentro una cola enorme de gente desde las seis de la mañana. Luego montas en el metro y en los vagones que antes iban llenos ahora sólo ves a dos ``tíos¿¿, uno en cada punta», dice. Eficacia dudosa ¿Volver a casa con un subsidio de paro bajo el brazo? El plan de retorno para rumanos es el primero de estas características que pone en marcha el Gobierno español con la esperanza de aligerar la colas del desempleo. Aún está por ver cuál será su eficacia. Según los últimos datos oficiales, en nuestro país hay 41.329 rumanos que se han ganado a pulso su prestación por desempleo, sólo superados por marroquíes (72.571) y ecuatorianos (48.219). La mayoría trabajaba antes en la construcción y la hostelería, los dos sectores más sacudidos por la crisis. Otros 32.351 sobreviven como autónomos, el 15% del total de inmigrantes, según los datos de la Asociación de Trabajadores Autónomos (ATA), mientras que otros muchos siguen en la economía sumergida. Para ellos la tormenta es igual de intensa, con la diferencia de que deben soportarla sin paraguas. Los expertos no tienen mucha fe en la «paga de los rumanos». Reyes Maroto, de Analistas Financieros Internacionales, cree que es «una mala medida aplicada en un mal momento» que sólo servirá para adelgazar las demandas de empleo sin aligerar el gasto social. Y que será de difícil fiscalización. «Será complicado controlar si ese trabajador ha encontrado trabajo o no, y mucho más verificar si busca activamente un empleo -señala-. Ya de por sí es difícil hacerlo en España, con lo que en un país con menos controles mucho más». ¿Dónde están los clientes? Mientras tanto, cada uno tomará la decisión según sus cuentas. Al igual que Adrian Sandor y tantos otros, muchos compañeros de Nicolas Ilie se han ido ya. Él, de momento, se unirá a los que cambiaron las prisas de la hora punta por la monotonía de la cola del Inem, ya que la empresa de plásticos en la que trabaja ha anunciado que echa el cierre. ¿Volver? No, de momento. Tampoco lo hará Camelia Vintina, limpiadora, que acaba de regresar de Rumanía con la cabeza gacha. «Las cosas están muy mal allí -asegura-. Están cerrando fábricas y los precios están cada vez más altos. La fruta y la carne están más caras que aquí». Y sin embargo, poco a poco, la comunidad rumana ha ido haciendo poco a poco las maletas. De ello pueden dar fe Alexandra Georgiana, dueña de un bar de Alcalá llamado «La españolita», que tiene de rumano todo menos el nombre, y Adriana Hesnoiu, camarera de otro bar frecuentado por compatriotas. «La clientela se ha reducido a la mitad. O se han vuelto a Rumanía o ya no tienen dinero ni para una copa», sentencia Hesnoiu. ¿ Camelia Vintina, limpiadora, cree que no es el momento de volver: «Las cosas están mal en mi país. Lleva 50 años en crisis». ¿ Gheorge Gainar, representante de la Asociación de Rumanos, no tiene dudas: «Llevo 17 años en España. Aquí me quedo». ¿ Veronica, empleada del hogar, es la más escéptica: «Se me ha pasado por la cabeza volver, porque la situación está cada vez peor». TRES GENERACIONES, UN solo SUELDO ¿ Constantin Stoica, encofrador de 51 años, cobra desde enero 900 euros del subsidio del paro, de los que 850 se van en pagar créditos. En junio ya no ingresará nada. Vive con su hija, su yerno y su nieto. ¿ Elisabeta dejó su trabajo en una empresa de manipulados para cuidar de su bebé y ahora no encuentra ningún empleo. El sueldo de su marido es el único que mantiene a los cuatro. ¿ Constantin se ha pasado un mes en su país buscando trabajo sin éxito. A CASA Y SIN DERECHO A PARO ¿ Adrian Sandor, en paro desde el 13 de abril, lleva ocho años en España. Ha trabajado de albañil y de vigilante. Pero no tiene derecho al subsidio. ¿ El miércoles vuelve a Rumanía, aunque con poca fe: «Me han dicho que está todo parado. ¿Qué ocurrirá cuando llegue el invierno?».