Sevilla

Los agujeros negros de la desaparición de Marta

Los agujeros negros de la desaparición de Marta
Los agujeros negros de la desaparición de Martalarazon

Todo el país ha podido ver cómo un grupo de mozalbetes tiene en vilo a la Policía y la Justicia sin que sea posible hallar el paradero de Marta del Castillo. Se han gastado miles de euros, infinitas lágrimas y un estrés monumental en un caso cuya última novedad es que se acusa a dos detenidos diferentes de ser los «autores únicos» de un crimen sin materializar: falta el «corpus delicti» y las hipótesis se basan en las repetidas declaraciones de los imputados, que se ha demostrado que mienten. Lo último es la imputación del Juzgado al más joven del grupo. Se le atribuyen nada menos que una violación y un asesinato con un relato «no apto para menores» que recoge un abuso brutal de la joven y la muerte por estrangulamiento con «el cable del ordenador». Con este auto, tenemos a dos presuntos autores del mismo crimen: en su día Miguel Carcaño se declaró culpable de la muerte al confesar que la mató a golpes con un cenicero. Reducción al absurdo La búsqueda de Marta ha dado tantas vueltas que, siempre fiados de las mismas fuentes -los delincuentes embusteros-, se han rastreado el río Guadalquivir y el vertedero de Sevilla sin encontrar rastro del supuesto cadáver. El absurdo nos lleva ahora a otro intento en el río porque hay un compromiso político de seguir buscando. Deseamos que se acierte aunque sea por casualidad dada la enormidad del sufrimiento que leyes inadecuadas y procedimientos equivocados están provocando en los familiares. El relato del Juzgado suena a una pieza de Stephen King, con detalles que dejan con la boca abierta. Dice la acusación que los presuntos criminales metieron un calcetín en la boca de la víctima para abusar de ella sin que gritara. Luego el menor la mató y todos comprobaron que estaba muerta con un tensiómetro. Sería la primera vez en la historia criminal en que unos delincuentes se molestan en certificar «científicamente» el asesinato. El inventor de las mentiras tiene un innegable talento macabro. Dice el relato más reciente que, tras tomar alguna bebida alcohólica, Carcaño intentó besar a Marta y ella se resistió. Por eso, el agresor la golpeó y, al parecer, transmitió esta misma reacción al menor. Ambos le pegaron, le taparon la boca y la violaron. Se dice que actuaron con una precisión digna de una novela negra: mientras Carcaño actuaba, el menor aguardaba a que llegara su turno junto al hueco de la cama. Posteriormente, se presenta el asesinato como una decisión fría del menor que lleva a los dos a actuar como forenses. Convencidos de que no respira, se van y regresan con otras personas que les ayudan a deshacerse del cuerpo. Si se trata de un crimen pasional sobra la frialdad del asesinato: según lo cuentan es Carcaño el que se enfada y, sin embargo, es el menor quien la mata. Además, en estos delitos de violencia de género no suele darse paso a la actuación de terceros, ni se les deja compartir la brutalidad del abuso. Y mucho menos se encuentran cómplices dispuestos a cargar con el muerto. Pero el mayor agujero negro es la incongruencia de la propia investigación, que concluye que hay dos asesinos únicos. O la mató Carcaño, o lo hizo el menor, no pudieron hacerlo ambos al mismo tiempo. El hecho de que se confesaran violaciones imposibles de probar fue quizá para librarse de ser procesados por la Ley del Jurado, asustados ante la posibilidad de que los jueces legos fueran implacables. Aunque, según la última decisión del Supremo, nadie les librará ahora del juicio popular. Se acaba el plazo Por otro lado, la imputación al menor agiliza el procedimiento y dificulta que se vean en la necesidad de dejarlo en la calle sin juzgar, dado que el 15 de noviembre se acaba el límite de la Ley del Menor. Sólo pueden estar seis meses recluidos sin juzgar y el tiempo pasa volando. Los relatos aportados resultan casi increíbles, dado que los tres chicos eran amigos. No se entiende la brutalidad empleada y mucho menos esa complicidad para deshacerse de ella si no tenían nada acordado. Lo más probable es que Marta molestase a los que participaron por haber contemplado o saber algo que les convenía mantener en secreto. Algo letal, más allá de los besos robados. Hacer que sea un menor el presunto culpable de la desaparición de Marta indica que pagará mucho menos que cualquier adulto. Además, los datos que sostienen esta versión son tan increíbles como los que señalan a Carcaño. La Policía quiere buscar de nuevo en el río: ¿acaso creen en los embusteros porque esta vez han comprometido su palabra de honor?