Análisis

La rendición de Estados Unidos

La salida del ejército estadounidense, sin poner condiciones a los talibanes, precipita el desastre de Afganistán

Las escenas de pánico, caos y muerte en el aeropuerto de Kabul quedan en el imaginario colectivo como un triste epílogo de la larga intervención estadounidense en el país asiático
Las escenas de pánico, caos y muerte en el aeropuerto de Kabul quedan en el imaginario colectivo como un triste epílogo de la larga intervención estadounidense en el país asiáticoDPA vía Europa PressDPA vía Europa Press

El final de la guerra más larga en la historia de Estados Unidos ha sido humillante. La tarea de los próximos meses e, incluso, años será determinar quiénes fueron los responsables del desastre. Qué falló para que la planificada retirada estadounidense degenerase en una evacuación improvisada e insegura. Los errores han costado vidas. Más de 200. Resulta incomprensible cómo Estados Unidos no pudo o supo prever la fragilidad y rápida descomposición del sistema que habían levantado durante los últimos veinte años.

Las escenas de pánico, caos y muerte en el aeropuerto internacional de Kabul quedan en el imaginario colectivo como un triste epílogo de la larga intervención estadounidense en el país centro asiático. La percepción de los observadores es que se trata de una derrota que se podría haber evitado. No se trata de una catástrofe natural sobrevenida. Es un fiasco político y militar que nadie quiso neutralizar a tiempo y que probablemente hubiera contribuido a mitigar las perversas consecuencias a las que ahora nos enfrentamos. Las imágenes de lo ocurrido todavía son borrosas, pero, a falta de obtener una foto fija, dentro el catálogo de culpas estará, sin duda, el Acuerdo de Doha de 2020.

El trato que firmó Donald Trump con los talibanes sella la capitulación norteamericana en Afganistán. El presidente Joe Biden, ávido por terminar con las guerras eternas (Forever Wars, en la jerga de Washington), renunció a modificar los términos del acuerdo ¿Por qué no enmendó esta medida como sí hizo con otras políticas trumpianas de menor calado? La retirada unilateral y sin condiciones en medio del avance de los integristas suponía firmar una condena contra las mujeres y los colaboradores afganos que participaron en la creación de un Estado moderno. Nada de eso inmutó al veterano inquilino del Despacho Oval, bregado en la política exterior para más sorpresa de todos.

La catástrofe es compartida. Tampoco se libra el presidente George W. Bush, que dio forma a la doctrina de «Nation-Building», a pesar de que los primeros informes de inteligencia ya advertían de los boquetes en la misión de instrucción del Ejército afgano. Barack Obama también tiene su parte de responsabilidad. Fue él quien empezó el repliegue de Estados Unidos de la Guerra contra el Terror, pero no se atrevió a dar el paso definitivo tras la eliminación de Osama Bin Laden en Pakistán y tiró la pelota hacia delante. En esas fechas los talibanes contaban con menos implantación sobre el terreno (la reconquista empezó en 2010), por lo que hubiera sido más fácil mantener la posición de fuerza. Una década después las tornas habían cambiado. Los servicios de inteligencia occidentales y, en especial, los estadounidenses, que son los más sofisticados, también se llevan su ración de culpa. Cualquier trabajador del sector privado que cometiese un error de esa magnitud es muy probable que no pudiese contar con su empleo por más tiempo.

El domingo 15, los talibanes entraron en Kabul sin pegar un tiro. El miércoles 11, un informe de EE UU advertía de que en 90 días los integristas se harían con el control de la capital. En Reino Unido, los espías daban hasta finales de año para que los talibanes se hicieran con el poder. El secretario de Defensa norteamericano, Lloyd Austin, un ex general de cuatro estrellas, comandó una división en Afganistán y fue el encargado de la retirada de Irak en 2011. Era la persona más indicada para conducir esta misión de alto riesgo. No se entiende por qué el 5 de julio decidieron deshacerse de la base militar de Bagram.

A unos 60 kilómetros de Kabul, las dos pistas de aterrizaje hubieran servido como un centro de operaciones fortificado y seguro para llevar a cabo la retirada. El abandono de esta base da cuenta de lo perdido que estaba el Pentágono sobre el potencial desestabilizador de la salida y del cataclismo que se les venía encima.

Deuda moral

En todo caso, la escala y el alcance del fracaso afecta, sobre todo, a los afganos que creyeron en Estados Unidos y en un Afganistán abierto y próspero, a los que se ha dejado atrás. En especial, a las mujeres. A pesar de que los talibanes actuales no son los mismos de 1996, y se esfuerzan por parecer más pulidos, nadie confía en sus bondades.

Quienes están sobre el terreno ven una diferencia abismal entre los talibanes de Qatar aburguesados y los combatientes rudos que solo responden ante sus jefes locales. Los intentos, a su vez, de los integristas de distanciarse del Estado Islámico caen en saco roto. Pocas diferencias hay entre los yihadistas que perpetraron el atentado de Kabul y el clan Haqqani, la facción más radical de los barbudos que acumula gran poder. El escenario es sombrío.