Bruselas

La reelección de Tusk ahonda el aislamiento de Polonia en la UE

El Gobierno ultraconservador polaco erosiona por motivos internos la imagen de unidad de la última cumbre antes de que Reino Unido invoque el Brexit. Los Veintisiete discuten hoy sin May el nuevo rumbo del proyecto europeo que quieren lanzar en el 60º aniversario del Tratado de Roma, el 25 de marzo

El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, a su llegada a la reunión de líderes del Partido Popular Europeo (PPE) previa a la cumbre del Consejo Europeo que se celebra en Bruselas (Bélgica).
El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, a su llegada a la reunión de líderes del Partido Popular Europeo (PPE) previa a la cumbre del Consejo Europeo que se celebra en Bruselas (Bélgica).larazon

El Gobierno ultraconservador polaco erosiona por motivos internos la imagen de unidad de la última cumbre antes de que Reino Unido invoque el Brexit. Los Veintisiete discuten hoy sin May el nuevo rumbo del proyecto europeo que quieren lanzar en el 60º aniversario del Tratado de Roma, el 25 de marzo

Ante un horizonte amenazado, la Unión Europea necesita aferrarse a algunos símbolos. Aunque sean endebles y la realidad pueda romper el hechizo. Ayer, los Veintiocho volvieron a reunirse en una cumbre de dos días con la intención de demostrar que el «club» comunitario saldrá a flote tras el Brexit. En la primera jornada, el único punto de conflicto vino por parte de Polonia, que fracasó estrepitosamente en sus intentos de boicotear a Donal Tusk en la renovación de su mandato como presidente del Consejo hasta noviembre de 2019. Ni siquiera consiguió el apoyo de ningún miembro del Grupo de Visegrado al que pertenece junto a Hungría, República Checa y Eslovaquia. Un símbolo más de que la UE no puede permitirse abrir nuevos frentes en momentos de incertidumbre.

Es el último encuentro al máximo nivel antes de que la «premier» Theresa May active el artículo 50 que supondrá el pistoletazo de salida al divorcio y de la conmemoración del 60º aniversario del Tratado de Roma el 25 de marzo. En esta cita de transición, los socios europeos se afanaron por ofrecer una imagen de unidad a pesar de las numerosas divisiones latentes o en acecho: las de los países del Este, que ven con reticencia la formación de un «núcleo duro» que conlleve su marginación; la brecha aún vigente entre Norte y Sur con la crisis griega siempre como interrogante; las reservas de las instituciones europeas que ven minada su capacidad de decisión frente a los acuerdo intergubernamentales entre países y la propia fragilidad del motor francoalemán, dividido en casi todo excepto en el impulso a una política de defensa común de cuya puesta en marcha efectiva quedan aún muchas preguntas y pocas respuestas. El primero de ellos quién será el inquilino del Palacio del Eliseo y si Angela Merkel –la gran diseñadora de este nuevo orden europeo– conseguirá mantener la Cancillería o se verá reemplazada por el inesperado «efecto Schulz» a partir del mes de septiembre.

Hoy los Veintisiete se reúnen sin Theresa May para perfilar el documento que será aprobado en la Cumbre de Roma. Un texto que, según su borrador, intenta hacer acto de contrición y propósito de enmienda para recuperar la confianza de los ciudadanos europeos y propone una «hoja de ruta» que puede ser aceptada por las capitales europeas, aunque peque de poca concreción.

Dentro de los capítulos con algo más de aliento, el dedicado a la política de defensa tras la llegada de Donald Trump al Despacho Oval y la amenaza de dejar al «club» comunitario a la intemperie y romper los equilibrios vigentes durante los últimos setenta años. En el borrador, los Veintisiete parecen dispuestos «a asumir más responsabilidades, comprometida a reforzar su defensa y seguridad» y promover «una Europa con una industria de defensa más integrada, que proteja un sistema multilateral basado en reglas, orgullosa de sus valores y capaz de proteger a sus ciudadanos» y capaz de tener un papel protagonista tanto en el orden global como con sus vecinos.

Como conjura al mensaje de los populistas, en esta nueva Europa post Brexit una de las prioridades consistirá en la seguridad de las fronteras y «donde la emigración se gestione humanamente y con efectividad». En la parte dedicada a la propia crisis existencial europea, el texto aboga por no mencionar la posibilidad de una Europa de varias velocidades, que tanto escuece en el Este y prefiere mencionar que «algunos de nosotros podemos movernos de manera más estrecha, profunda y rápida en algunas áreas dejando la puerta abierta a aquéllos que se quieran unir más tarde», mientras califica la «unidad como una necesidad, no una opción».

Entre las numerosas reuniones que tuvieron lugar ayer en los márgenes del Consejo, destacó la del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, con Mark Rutte, el primer ministro holandés, a petición del segundo. Un encuentro en el que, según fuentes de la Moncloa, los dos mandatarios hablaron sobre el futuro de Europa y la inmigración y en ningún momento Rutte, que se enfrenta a unas cruciales elecciones el próximo miércoles, mostró su malestar por no haber participado en el encuentro que tuvo lugar el lunes en Versalles entre Francia, Alemania, Italia y España.

En cuanto al capítulo que ocupó ayer gran parte de la agenda, Polonia tan sólo consiguió con su veto quedar aislado del resto de socios europeos y romper los puentes con su principal y único gran representante en la escena europea e internacional. «Si yo fuera un ciudadano polaco, me preguntaría por qué mi país no fue invitado a Versalles cuando el tamaño es muy parecido al del resto de participantes», explicaba un alta fuente comunitaria ante el suicidio de Varsovia. Ayer esa herida, afortunadamente, no se extendió al resto de los Estados miembros del Este.

La reeleción de Tusk como presidente del Consejo confirma la hegemonía del Partido Popular Europeo (PPE) en las instituciones comunitarias tras la elección en enero del italiano Antonio Tajani como presidente del Parlamento Europeo.