Jerusalén

Belén, una Navidad bajo la sombra de Trump

Esta simbólica ciudad no ha escapado a la escalada de tensión desatada por el presidente de EE UU al aceptar Jerusalén como capital de Israel. Sus habitantes viven con preocupación la caída del turismo en unas semanas clave.

Un manifestante palestino vestido de Santa Claus se encara a un soldado israelí, ayer, en Belén
Un manifestante palestino vestido de Santa Claus se encara a un soldado israelí, ayer, en Belénlarazon

Esta simbólica ciudad no ha escapado a la escalada de tensión desatada por el presidente de EE UU al aceptar Jerusalén como capital de Israel. Sus habitantes viven con preocupación la caída del turismo en unas semanas clave.

En la ciudad de la Natividad no pierden la esperanza. Belén, que había vivido uno de los mejores años en mucho tiempo en términos de visitas de turistas y peregrinos, teme que los acontecimientos de las últimas semanas echen todo por la borda. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció que reconoce a Jerusalén como capital de Israel, y su discurso se topó con muy duras críticas en la parte palestina, a las que sucedieron disturbios. Entre otros sitios, también en la zona de Belén hubo choques violentos entre palestinos y soldados israelíes apostados en algunos puntos de seguridad, lo cual ha incidido en el ambiente general. «Las redes sociales agigantan lo que pasa en la realidad y la gente se asusta», comenta Khader, de 50 años, musulmán de Belén y dueño del restaurante The Square, frente a la plaza del Pesebre. «Así que temo que no haya suficiente movimiento. Si viene la gente como siempre, esto estará lleno. Si no, tendremos problemas». El flujo de turistas y peregrinos es clave para la ciudad, en la que la industria principal es el turismo.

«Suelo decir que venir a Tierra Santa es traer un pan debajo del brazo», dice a LA RAZÓN el padre Artemio Vitores, superior del convento franciscano Santa Catarina». «Es importante venir por la fe y porque este movimiento ayuda a la gente de aquí a mantenerse», asevera este sacerdote, gran conocedor de Tierra Santa. Tras vivir más de 40 años en Jerusalén, llegó hace algo más de un año a Belén. «Y ya me siento en casa, porque además, soy el guardián del Niño Jesús, y eso me llena el corazón». Él es optimista –una característica por la que es conocido aquí– y lo basa en hechos. «En el jardín de los Pastores habrá esta Navidad 140 misas y eso significa que habrá muchos peregrinos», cuenta.

Una visión totalmente contraria es la de Radir Bandak, vicejefa de ventas en el Jacir Palace. Radir sabe que «varios grupos han cancelado sus reservas». «Somos el hotel más grande de la parte central de Cisjordania», afirma esta palestina católica sobre el majestuoso edificio de 1910 reconvertido en hotel en 2000. «El problema es que estamos ubicados cerca del punto de fricción con el puesto de control israelí a la entrada a la ciudad y la gente tiene miedo». Si bien no sabe datos exactos de cuántas de las 250 habitaciones han quedado vacías, asegura que «ya está claro que los problemas nos han afectado». De todos modos, recalca, «yo no olvido que aquí nació Jesús y eso significa que a Belén no le puede pasar nada malo. Aquí siempre tenemos esperanza y yo confío en que también estas fiestas serán hermosas».

El mismo espíritu que combina preocupación con esperanza es el de Mary Giacamann en un negocio de recuerdos de madera, que funciona desde hace casi cien años. «Cuatro familias vivimos de esto, y sé que hay altibajos, como siempre. Esperamos que la Navidad no quede en la nada». Ikram Ghattas, asistente del alcalde de Belén, comparte los temores acerca de una Navidad «sin gente». Sabe que algunos coros que iban a llegar del extranjero han cancelado sus viajes, pero augura que «igual habrá buenos momentos».

El Ayuntamiento ha intentando lograr un equilibrio entre el deseo de protestar contra Trump y la necesidad de garantizar que las celebraciones puedan seguir adelante con normalidad, para no arruinar todo el flujo de turistas y peregrinos. «Se apagó el gran árbol de la Plaza del Pesebre tres días y cancelamos algunos eventos, como el de la calle de Santa Claus, pero aun así hay muchas cosas, hay buen ambiente, y esperamos que todas las celebraciones transcurran con alegría», comenta Fadi Ghattas, jefe de prensa del Consistorio. No solamente se celebran los días de hoy y mañana, sino varias semanas navideñas, ya que tras la católica vendrá el 6 y 7 de enero la Nochebuena y Navidad ortodoxas y luego, el 18, la de los armenios.

«En realidad, festejamos todas, más allá de la comunidad a la que cada uno pertenece», asegura el vicealcalde de Belén, Hanna Hananie, cristiano ortodoxo, que recibe a LA RAZÓN en su despacho. «Es hermosa la celebración familiar, pero todo es parte de nuestra vida aquí, y compartimos las distintas fechas de fiesta». Hananie, que ha estudiado Administración de Empresas, llegó al ayuntamiento hace unos cinco años: «Estar aquí no es simplemente política, sino más que nada, tener vocación de servicio a la población», explica. Y la de Belén es singular en cuanto a su composición. Hace ya muchos años que los cristianos son minoría en la ciudad de Jesús. En la localidad propiamente dicha, que cuenta con unos 35.000 habitantes, entre el 30 y 35 por ciento son cristianos (la mayoría católicos) y el resto musulmanes. En el distrito de Belén, que incluye localidades como Bet Jallah y Bet Sahur, la población asciende a 200.000 personas, con un porcentaje de cristianos mayor, aunque con más ortodoxos que católicos. «El mensaje de Belén este año es el mensaje de la paz», recalca Hananie. «El anuncio de Trump ha creado obstáculos y eso nos afecta también a nosotros, de hecho a toda Palestina, pero esperamos que todo mejore y que podamos vivir con justicia», desea.

Abajo, en la plaza, «está vacío, fíjate, hay sólo gente que vive en Belén», se queja Nabil, dueño de un negocio de recuerdos hechos con madera de olivo de Belén en la fábrica familiar. Mientras limpia la vidriera, dice que «estaba todo tan bien, venía tanta gente todo el año, que yo ya suponía que ocurriría algo malo». Pero al salir a la plaza, vemos algunos grupos de turistas, destacando gran cantidad de rusos que fotografían el enorme pesebre instalado por la municipalidad. A mediodía suena la voz del muazzin llamando a viva voz a la oración. Mujeres musulmanas con la cabeza cubierta, con niños pequeños, se acercan a mirar el árbol y el gran pesebre y toman fotos. Al lado de una de ellas, también un sacerdote italiano intenta arreglarse con su cámara. Policías palestinos cuidan del orden. Todos esperan que esta Navidad transcurra en paz. Saben que Belén, sin duda, lo necesita.

Por eso le resulta clave recalcar que “el mensaje de Belén este año es el mensaje de la paz”