Líbano

Campos de exterminio en la Siria de Asad

Una de las imágenes tomadas por «César», nombre en clave del fotógrafo que ha denunciado las torturas de las Fuerzas de Seguridad sirias
Una de las imágenes tomadas por «César», nombre en clave del fotógrafo que ha denunciado las torturas de las Fuerzas de Seguridad siriaslarazon

Un informe de Human Rights Watch documenta la tortura de, al menos, 6.786 presos cuando se trata de rehabilitar al «rais».

Más de 28.000 fotografías de cadáveres esqueléticos y torturados son la cara más atroz del régimen de Bachar al Asad. Torturas, inanición, palizas y enfermedades son algunas de las escenas habituales en los centros de detención del Gobierno sirio. Jóvenes activistas, mujeres y niños que desaparecieron sin tener más noticias de ellos han muerto en oscuras prisiones tras ser torturados hasta la muerte. Estas vejaciones humanas salieron a la luz el verano de 2013 después de que un desertor del Gobierno sirio, cuyo nombre en clave es César, sacara clandestinamente 53.275 fotos del país. Después, la organización Human Rights Watch asumió el caso y tras nueve meses de investigación ha sacado un durísimo informe que se centra en 28.707 de las fotos que, en base a toda la información disponible, demuestran que al menos 6.786 detenidos murieron bajo custodia del régimen o tras haber sido transferidos del centro de detención a un hospital militar.

En el informe «Si la muerte pudiese hablar: muerte masiva y tortura en instalaciones de detención de Siria», HRW identifica a 27 personas que aparecían en las fotografías, y documentaron su arresto por las agencias de inteligencia sirias y los malos tratos que sufrieron estando detenidos.

Todas y cada una de las 27 familias que fueron entrevistadas dijeron que habían pasado meses o años tratando de conseguir información sobre el paradero de sus seres queridos, en algunos casos llegando a pagar grandes cantidades de dinero a contactos en varias agencias de seguridad. Sólo dos llegaron a recibir finalmente los certificados de defunción que decían que el fallecido había muerto de un paro cardiaco o una insuficiencia respiratoria. Ninguno recibió el cuerpo de sus familiares para enterrarlo.

Éste ha sido el caso de Ahmad al Musalmani, un niño que desapareció cuando tenía 14 años. Después de más de dos años sin noticias del Ahmad, su tío Dahi al Musalmani identificó al niño entre las víctima que aparecen en las fotografías. «Fue el ‘shock’ de mi vida verle allí. Lo busqué, durante 950 días lo busqué. Conté cada uno de los días. Cuando su madre se estaba muriendo me dijo: lo dejo bajo tu protección. ¿Qué protección pude darle?», se lee en el relato recogido por HRW.

El 2 de agosto de 2012 Ahmad estaba volviendo a Siria desde Líbano para asistir al funeral de su madre. Viajaba en un minibús con otras cinco personas. Un agente requisó los teléfonos de los pasajeros y encontró una canción contra Asad en el de Ahmad. El agente llevó a Ahmad a rastras a un pequeño cuarto en el puesto de control, según contó uno de los pasajeros a su familia un día después. Dahi no ha parado de buscar a su sobrino. Conocedor de la Justicia en Siria, pues estuvo 20 años trabajando como juez, el tío de Ahmad averiguó que era probable que su sobrino se encontrase bajo la custodia del Departamento de Inteligencia de las Fuerzas Aéreas. Incluso llegó a pagar 14.000 dólares en sobornos para tratar de garantizar su liberación, pero sin éxito.

Otra víctima identificada es Rehab al Allawi, que tenía aproximadamente unos 25 años cuando la Brigada de Redadas, una unidad especial de la Policía militar, la arrestó el 17 de enero de 2013 en la Universidad de Damasco. Después de su arresto, su familia buscó información a través de contactos personales dentro del Gobierno sirio y pagaron 18.000 dólares para tratar de averiguar dónde estaba y garantizar su liberación. Pero no lo consiguieron.

Otros detenidos han corrido mejor suerte. Rabieh (un nombre falso) tenía una buena posición y estaba felizmente casada. Pero tuvo que pasar tres largos meses en una cárcel secreta del régimen después de ser detenida en abril de 2012. «Estaba temblando de miedo. Recorrí un pasillo largo y oía gritos, muchos gritos. La venda no estaba demasiado fuerte y pude ver hacia abajo. Vi los pies desnudos de un hombre rodeado de un charco de sangre», explica en una conversación telefónica con LA RAZÓN. La encerraron en una celda de 1,5 metros de ancho, incomunicada durante once días y después la trasladaron a otra celda con mujeres. «Mis ojos se acostumbraron a la oscuridad. Creí que había llegado mi fin. Entonces recordé a mi marido, mis amigos, mis padres... ellos me daban fuerzas para seguir», comenta, hasta que fue liberada.