Muere Fidel Castro

El fin del comunismo

La Razón
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En su último discurso, pronunciado el pasado mes de abril del «año 58 de la Revolución», en la clausura del Congreso del Partido Comunista cubano, Fidel Castro evocó su defunción, que parecía considerar próxima, la perennidad de las ideas comunistas y su propia longevidad, para la cual –según dijo– no había hecho ningún esfuerzo. Habrá quien piense que con la muerte del dictador el comunismo da un paso más hacia la extinción. Es posible, aunque es más probable que el comunismo cubano siga dando síntomas de la mala salud de hierro que lo caracteriza desde hace 25 años, cuando el colapso de la Unión Soviética trajo aparejada la liberación de las naciones del Imperio.

Tal vez el régimen cubano evolucione hacia un comunismo de mercado como el que rige en China. Para eso, sin embargo, hace falta una disciplina que sólo se forja en unos valores de trabajo, de orden y de respeto que datan de mucho antes del comunismo y le han sobrevivido. En Cuba no existe nada de eso y cualquier posible capitalismo de Estado degenerará pronto en una dictadura mafiosa, corrupta, incapaz de mantener el mínimo orden público sin recurrir a una violencia brutal. Volveremos así a las dictaduras latinoamericanas de los años 60, que el comunismo prolonga naturalmente.

Otra posibilidad es que se mantenga el comunismo en todo su esplendor –es decir, en toda su miseria–, tal como ha ocurrido desde 1991. El fallecimiento de Fidel Castro es un golpe muy duro a la marca del Comunismo cubano, pero el carisma del líder supremo sigue vivo, aunque sea atenuado, en la mitología que rodea a la isla y al régimen. Al fin y al cabo, es el último bastión del ideal, a excepción de Corea del norte, lo que lo convierte en una avanzadilla del futuro.

Y es que el comunismo, que se dio por muerto después de los dos años «mirabilis» de 1989 y 1991, parece dispuesto a sobrevivir a sus últimos héroes. Legado de Fidel es la Venezuela de Maduro y legado de Maduro son nuestros podemitas, fieles a la memoria del dictador, como a la de Hugo Chávez. Gracias a Chávez y a Fidel los neocomunistas españoles y europeos reanudan el hilo de los grandes ideales de transformación revolucionaria. Es un pedazo de su propia historia personal que relaciona a los Iglesias, los Errejón, las Bescansa y «tutti quanti», hijos mimados de una sociedad opulenta, con Lenin, Stalin, Gramsci y la Pasionaria.

La saga heroica, efectivamente, no se extingue con Fidel. O no se extingue del todo. La ilusión del Gran Cambio, ese momento sublime que nos llevará al fin de la Historia y a la felicidad de la Humanidad después de un breve paseo por la dictadura de los burgueses e intelectuales que juegan a ser proletarios, no ha muerto del todo. Era previsible. Una vez que los totalitarismos salieron a la luz, en el siglo pasado, no hay manera de volver a enterrar esa tentación monstruosa. Exactamente lo mismo ocurre con el nacionalismo, que realiza su propio mundo feliz a fuerza de segregación, crímenes y persecuciones: véanse el País Vasco o Cataluña, donde los neocomunistas hacen buenos y grandes amigos.

La pervivencia del totalitarismo se fragua además mucho antes de la caída del Muro de Berlín. Los podemitas y sus acólitos, los actuales portadores de la antorcha totalitaria, son hijos muy bien pagados del régimen comunista y del petróleo bolivariano. También son los herederos del legado sesentayochista que desde aquellas jornadas más grotescas que gloriosas se ha hecho con las universidades y los centros de «cultura» de las democracias desarrolladas. Cuando se derrumbó el Muro, ya estaba listo el nuevo comunismo que le iba a dar la vuelta a la realidad. Lo que era totalitario no era el comunismo, sino la economía de mercado, y la miseria no estaba en el socialismo soviético o cubano, sino en la libertad de las personas para asumir su propio destino y sus propias responsabilidades.

Así es como, hoy en día, en un país tan próspero como el nuestro se puede seguir hablando de «pobreza». O como en un mundo en el que la libertad de mercado y la globalización han traído una drástica reducción de la miseria, se continúa proponiendo como solución aquello mismo que mantuvo a centenares de millones de personas en el atraso y la necesidad. Fidel Castro ha muerto, sin duda, y el comunismo ha envejecido de pronto. Otra cosa es la ilusión de que la Historia tiene un objetivo final y que somos capaces de alcanzarlo si nos dejamos guiar por el mesías adecuado y aceptamos los sacrificios necesarios. La Gran Mentira, por desgracia, todavía no ha desaparecido de nuestro horizonte.