Venezuela

El surrealismo mágico venezolano

La leche es un vago recuerdo que se nos va diluyendo, pero sin azúcar; y el que quiera comerse un huevo tiene que ponerlo

En plena crisis económica, Venezuela inició ayer el mayor conjunto de ejercicios militares de su historia por orden del presidente Nicolás Maduro
En plena crisis económica, Venezuela inició ayer el mayor conjunto de ejercicios militares de su historia por orden del presidente Nicolás Madurolarazon

Estoy en un hotel en la ciudad de Valencia, a 140 km de Caracas. Tengo un dilema moral: ¿me llevo los dos rollos de papel higiénico de la habitación? Esto sólo sería una expresión de la cultura de viveza tercermundista si no tuviese como telón de fondo la destrucción económica y moral de un país en el cual ya nada se consigue. Al menos nuestro Gobierno es coherente en algo: no hay alimentos pero tampoco papel higiénico. Comer y descomer en Venezuela son una aventura. Pero los problemas son más graves: a los venezolanos se nos ha ido instalando en el alma la desesperanza, el desaliento. El nuestro es un país de contradicciones: los gobernantes dan risa y los humoristas, ganas de llorar, porque el humor es de los pocos recursos que le quedan al país para decir las verdades. No es casual que nuestros más brillantes caricaturistas estén en el exilio a consecuencia de persecuciones en contra de su obra. Tenemos contradicciones más graves: Venezuela acaba de transitar el periodo en el cual más dinero ha recibido en toda su historia por concepto de renta petrolera, pero estamos al borde de la quiebra, la inanición y la muerte, bien por la inseguridad –que nos ubica como el país más peligroso del mundo– bien por la crisis sanitaria de hospitales colapsados y por la ausencia casi total de fármacos y equipos. Venezuela vive una catástrofe y la catástrofe es su Gobierno. Con Chávez estábamos al borde del abismo y Maduro, valientemente, ha dado un paso al frente.

La vida cotidiana de un venezolano no es normal: para conseguir comida existen dos opciones: largas filas de gente a las puertas de los mercados o el bachaqueo (en alusión al «bachaco», una hormiga de gran tamaño con una capacidad extraordinaria para cargar su alimento). Los bachaqueros son revendedores que venden la comida hasta un 3.000% por encima del precio regulado, porque los precios ya no los fija el mercado sino el tamaño de la cola –como en el barrio rojo de Ámsterdam–. Las filas pueden ser de 12 horas, sin garantías de conseguir nada si se agota el producto antes del turno. Puede suceder también, como ha sucedido ya, que a la hora de apertura del establecimiento llegue una banda armada de delincuentes, pistola en mano, y se adueñe de la cola, o se robe la comida o el dinero para comprarla; o bien que quienes se apropien de ella sean la Guardia Nacional o la Policía (ellos también comen), bajo el argumento de que el comprador es un bachaquero y eso es delito. La gente pobre hace cola y el que tiene dinero compra «bachaqueao». Algunos, más poderosos, recurren al «rebachaqueo», que es un bachaqueo VIP de segunda generación que realizan personajes más sagaces, quienes compran a los bachaqueros primarios y distribuyen a domicilio entre gente a la que no le importa el sobreprecio del sobreprecio. La Cámara Venezolana de la Industria de Alimentos dice que la producción agrícola sólo cubre entre el 10% y el 45% del consumo del país. Es decir, que por lo menos el 60% de los venezolanos pasará hambre, aunque tenga dinero con qué comprar. La leche es un vago recuerdo que se nos va diluyendo, pero sin azúcar; y el que quiera comerse un huevo tiene que ponerlo.

Vivimos un drama eléctrico: cuando no hay luz, se va el agua, porque no funcionan los sistemas de bombeo; y cuando no hay agua, se va la luz, porque se secan los embalses. Fuimos capaces de construir la central hidroeléctrica más grande del mundo, pero no hay electricidad, porque las inversiones en reposición y mantenimiento reposan en las cuentas en Andorra de ex funcionarios de la electricidad. Maduro echa la culpa al fenómeno climatológico «El Niño»; los venezolanos sabemos que la culpa es, más bien, del que nos dejó a este niño. Si el corte de electricidad dura muchas horas, como sucede sobre todo en el interior del país, la comida almacenada corre el riesgo de perderse. Para paliar esta situación, el Gobierno reduce la jornada laboral de los funcionarios y las clases de los muchachos. Es decir, recortamos las dos cosas que nos pueden sacar adelante: trabajo y educación.

Los medicamentos prácticamente han desaparecido. Los niños están falleciendo exponencialmente en los hospitales. Pacientes crónicos que no pueden suspender medicación pierden la vida. Hay laboratorios de hospitales en los que la orden es ¡reciclar los tubos de ensayo de las muestras! Los bioanalistas se rehúsan, mientras en las afueras del hospital aparecen los bachaqueros de tubos de ensayo. Cada día es para nosotros una lucha por la supervivencia. Vivimos según la conseja de San Agustín: «Bástele a cada día su afán». Estamos a merced del hampa, tanto de la que elegimos como de la que nos elige a nosotros. Para sobrevivir en Venezuela, como le oí decir a un cubano, hace falta tener FE: «Familia en el Exterior». Para salir de todo esto los ciudadanos recurrimos a la única vía que nos ofrece la Constitución: el referéndum revocatorio. Se necesitaban cerca de doscientas mil firmas; recogimos cerca de dos millones. Ahora el Gobierno dice que debemos ratificar que firmamos; luego nos exigirá demostrar que somos seres humanos. El Gobierno ha señalado que los funcionarios que firmaron se quedarán sin empleo. El vicepresidente dice: «Si no te gusta Maduro, te la calas», mientras su jefe asegura que todo esto es obra de Obama y el imperio.

Los latinoamericanos creamos un género literario denominado «realismo mágico» que consiste en introducir elementos fantásticos en la narración. En Venezuela la realidad supera con creces cualquier ficción, porque esto ya es surrealismo mágico, como si el país fuese una novela escrita a dos manos entre Orwell y García Márquez. P. S.: al final pudo más mi conciencia y no me llevé el papel higiénico.

El último reducto de libertad

Laureano Márquez. Humorista del periódico «Tal Cual»

Soy humorista –o al menos lo intento– y escritor. Estudié Políticas en la Univ. Central. Hago monólogos en los teatros que no pertenecen al Estado (estamos vetados) tratando de entender con humor el acontecer nacional. Escribo desde hace tiempo en la prensa, o lo que va quedando de ella. El diario «Tal Cual», para el que trabajo, se convirtió en semanario por las presiones judiciales y de suministro de papel por parte del Gobierno. He sido objeto de multa y amenaza de sanción penal por mis escritos. Creo, como Nazoa y Eco, que el humor es una forma de pensamiento clandestino, que muchas veces se convierte en el último reducto de la libertad.