Elecciones en Estados Unidos

El voto de la cólera

Un grupo de personas protestan en un acto de campaña de Donald Trump en Des Moines, Iowa, la semana pasada
Un grupo de personas protestan en un acto de campaña de Donald Trump en Des Moines, Iowa, la semana pasadalarazon

Donald Trump y Bernie Sanders se lanzan a la conquista de la clase media norteamericana, enfurecida con sus políticos y atemorizada de perder su nivel de vida por culpa del despilfarro, la precariedad laboral y la amenaza de los inmigrantes

El panorama político de Estados Unidos resulta tan chocante para los que no lo conocen en profundidad que son corrientes los análisis que contemplan a la nación de las barras y las estrellas con los anteojos del Viejo Mundo o incluso sólo con los de España. Por ejemplo, es común la referencia al carácter supuestamente populista de Donald Trump o Bernie Sanders. No faltan tampoco los que procuran asimilarlos con fenómenos como el de Podemos o el Frente nacional francés. Incluso se trazan supuestos paralelos con la crisis del bipartidismo en España.

La realidad es bien diferente y está relacionada, fundamentalmente, con la situación de la clase media norteamericana y, en especial, la de la clase media blanca. Estados Unidos ha sido desde su fundación una nación de clases medias y esa circunstancia explica, por ejemplo, el escaso eco que han tenido en su sociedad ideologías como el socialismo o el comunismo. Sin embargo, la clase media ha sufrido en las últimas décadas una situación que la demócrata Elizabeth Warren ha definido con la palabra «fragilidad». Especialista en quiebras, Warren ha trazado desde hace tiempo un panorama que confirma que la clase media en Estados Unidos es, seguramente, la más extensa y próspera del mundo, pero que la estabilidad se ha ido desconchando inquietantemente con el paso del tiempo.

Según el libro de reglas no escritas de Estados Unidos, cualquier persona que trabaja con laboriosidad y que obedece las leyes debería dar por seguro que contará con una vivienda propia, que sus hijos podrán ir a la universidad si lo desean, que su nivel de vida irá mejorando con el paso de los años y que su ancianidad será plácida y tranquila. Para garantizar esa situación, incluso se han ido aprobando leyes que, por ejemplo, impiden desahuciar a los propietarios de las viviendas ya pagadas o embargar su plan de pensiones. Ni la Hacienda norteamericana ni los acreedores tienen derecho a amargar la vejez de un ciudadano. Sin embargo, a pesar de esas normas, la clase media ha ido percibiendo inquietantes señales de su exposición a los avatares económicos. No se trata sólo de que cada vez resulta más difícil mantener un hogar con solo un salario o que el recurso a los «part time» (trabajos a tiempo parcial) está cada vez más extendido. Además, los sucesivos presidentes no han ayudado a mejorar la situación. Con George W. Bush, no sólo la deuda pública se disparó –una situación que sobrecoge al americano medio–, sino que estalló una crisis económica que afectó al sistema crediticio en general y a las cajas de ahorros, en particular. La convicción de millones de norteamericanos de que los republicanos McCain y Romney no se preocuparían por la clase media –a pesar de las apelaciones continuas que ambos hicieron a la misma– facilitó las dos victorias de Obama. Sin embargo, aunque el primer presidente negro de la historia detuvo la crisis y logró un despegue del desempleo, la desazón ha seguido presente en el seno de una clase media que se siente, con más o menos razón, amenazada. Esa circunstancia explica el respaldo recibido por Trump y Sanders.

En el caso del demócrata, hay que tener en cuenta que el 10 de diciembre de 2010, pronunció un discurso de más de ocho horas y media en la Cámara Alta de los Estados Unidos cuyo contenido constituyó uno de los alegatos más extraordinarios desarrollados nunca en el seno de un órgano legislativo contemporáneo. A pesar de proceder de un estado pequeño y de ser un legislador casi marginal, el impacto de aquella pieza oratoria en favor de la clase media resultó tan extraordinario que Obama y Bill Clinton tuvieron que combinar esfuerzos durante esos días para apartar la atención del personaje. Cuestión aparte es que la prensa extranjera –este periódico fue la excepción– lo pasara por alto. El mensaje de Sanders incluye un orden fiscal sensato en el que cada uno pague realmente lo que corresponde –lo que implica una reducción drástica de la carga fiscal de las clases medias– y una visión del gasto público racional, lo que significaría, por ejemplo, repensar los fabulosos gastos militares de Estados Unidos en comparación con los destinados a sanidad y educación. No se trata ni de subir impuestos ni de gastar más. Se trata más bien de aliviar la carga impositiva de las clases medias y de emplear los fondos públicos de otra manera. El hecho de que, hasta la fecha, Sanders haya mantenido su campaña sobre la base de pequeñas donaciones procedentes de tres millones y medio de norteamericanos de clase media resulta claramente revelador.

El caso de Donald Trump, por paradójico que parezca, no es tan diferente. Su libro «Crippled America: How to Make America Great Again» («América lisiada: Cómo hacer grande a América de Nuevo») es un canto a la clase media que trabaja, emprende y se esfuerza. De manera bien significativa, Trump se opone a los lobbies, a las clientelas y a las burocracias y, a la vez, cree en el desarrollo de la economía, en el pleno empleo y en pensar en grande. En otras palabras, más allá de los episodios extravagantes, también es el suyo un mensaje de clases medias que no terminan de ver por qué los recursos de la nación se dilapidan en guerras lejanas que no concluyen en victoria, que desean asegurarse una estabilidad económica, que temen la competencia desleal de los inmigrantes ilegales y que dudan de que el viejo libro de reglas no escritas siga vigente.

Mensajes paralelos

Por supuesto, en un intento de atrapar votos, Trump puede declararse provida en la cuestión del aborto y Sanders hará alguna referencia a las minorías étnicas. Sin embargo, su mensaje está dirigido a aquellos que todavía tienen posibilidad de ascender a la clase alta, pero que, en mayor proporción, saben que pueden descender en la escala social. Ambos se presentan desde el interior de los dos grandes partidos y no con formaciones nuevas; ambos apelan a los miembros de una clase media que hace pocas décadas era todavía considerada la sal de la tierra, pero que desde hace tiempo no deja de ser objeto de ataques, y ambos resultan especialmente creíbles para millones de personas porque Donald Trump no es un político profesional sino un empresario de éxito –algo que en Estados Unidos despierta no la envidia sino la admiración– y porque Bernie Sanders no forma parte de la élite del partido y siempre ha sido fiel a sus votantes. De momento, esas proclamas dirigidas a la clase media, especialmente la blanca, están teniendo un éxito notable. Cuestión aparte es que sirvan para obtener una nominación o –más allá– para alcanzar la Casa Blanca.