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Accidente de Germanwings

En la cabeza de Andreas Lubitz: una personalidad obsesiva e irritable

En la cabeza de Andreas Lubitz. La radiografía psicológica retrata a un hombre al que el estrés y la tensión emocional le hacen «romperse» y experimentar cambios bruscos de carácter

En la cabeza de Andreas Lubitz: una personalidad obsesiva e irritable
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A estas alturas de la investigación, pocos son los que no se preguntan qué pudo pasar por la cabeza de Andreas Lubitz, un joven piloto de 28 años, que estaba cumpliendo parte del sueño que había imaginado prácticamente durante toda su vida. Es innegable que en el ánimo de la mayoría está el deseo de conocer las razones que pudieran explicar o al menos arrojar cierta luz sobre esta impactante noticia.

Lo cierto es que si analizamos su biografía, su estilo de comportamiento de los últimos años y los rasgos de su personalidad que están siendo mostrados mediante las informaciones que vamos recibiendo de este joven por las personas que le conocían, podemos elaborar una «radiografía» psicológica bastante completa.

Andreas, era un joven con un estilo de pensamiento rígido, obsesivo. Con objetivos prefijados desde hacía mucho tiempo, inamovibles. Así lo describen algunos de sus amigos de la infancia. Tenía «obsesión por volar». Desde niño quería ser piloto por encima de todo y realizar vuelos intercontinentales. Su habitación estaba empapelada con fotografías de aviones y emblemas de la compañía Lufthansa, en la que Andreas Lubitz quería hacer realidad su sueño. También en su perfil de Facebook queda constancia del interés absoluto por el tipo de avión A320 que copilotaba ese día.

Este estilo de pensamiento rígido y obsesivo se caracteriza por una autoexigencia desmedida, un elevado nivel de perfeccionismo, una tendencia a sobredimensionar los problemas y una dificultad para flexibilizar o adaptar el comportamiento a las circunstancias que eventualmente puedan ir surgiendo.

Con este estilo de pensamiento, cualquier contratiempo o imprevisto que pueda surgir en la vida del sujeto quiebra su frágil estabilidad emocional que fundamentalmente se sustenta en la consecución de su principal -y yo diría-, único objetivo: ser piloto de Lufthansa.

De ahí que, hace seis años, su intenso miedo a no obtener el título de piloto desencadenase su primera crisis emocional que le llevó a interrumpir sus estudios durante seis meses. No se le conocían otras aficiones que no estuviesen relacionadas con su profesión, y esto, unido a un intenso nivel de estrés y de tensión emocional por conseguir a toda costa su objetivo, le hace quebrarse psicológicamente.

Este episodio muestra una escasa resistencia a la presencia de factores de estrés y/o de situaciones donde se requiere un despliegue de recursos de afrontamiento más flexible. Hay personas que manejan mejor las situaciones de tensión, que gestionan mejor el estrés que otras y que incluso en momentos de intensa tensión, responden con mayor eficacia. No parece que este fuese el perfil de afrontamiento de Lubitz, que se caracteriza más por una dificultad para tolerar las frustraciones, para manejar los desengaños y/o los giros bruscos de los acontecimientos. Cuando algo no sale como él espera o cómo él tenía planificado el coste emocional que paga por ello es muy elevado, y el nivel de agravio personal percibido, mucho mayor que el del resto de las personas. Y esa contrariedad emocional le lleva a experimentar cambios bruscos de carácter pasando de la irritabilidad al abatimiento, a la introversión o al aislamiento emocional y social.

A consecuencia de este episodio, tiene que recibir tratamiento psiquiátrico durante año y medio, hecho que, probablemente, contribuye a aumentar su nivel de autoexigencia.

Autoexigencia que no se corresponde con los resultados que él espera obtener y que le hacen volver a quebrarse emocionalmente en otras ocasiones, tal y como sugiere el hecho de haberse hallado en la papelera de su casa los partes médicos que reverenciaban que no estaba en disposición de pilotar un avión.

Hecho, éste, que probablemente desencadena el terrible desenlace producido ese fatídico día, pues Andreas Lubitz podría haber temido no poder seguir cumpliendo con su sueño, podría haber anticipado de forma irracional que no le dejasen volver a pilotar un avión debido a su manifiesta fragilidad emocional, podría haber elucubrado con la idea de que ya no le dejasen tranquilo con controles psiquiátricos permanentes, podría haber sobredimensionado el estigma que su situación psíquica pudiese acarrearle de cara a la compañía aérea, a sus compañeros y para conseguir completar su escalada hacia su sueño de ser comandante en un futuro y realizar vuelos intercontinentales.

Y por eso, se esmeró en ocultar los datos que le hacían mostrarse como vulnerable ante la compañía y los demás. Y este razonamiento sesgado, irracional, inflexible, que le impedía alimentar y mantener una esperanza hacia ese futuro que tantas veces había imaginado, que le impedía mantener una imagen positiva sobre sí mismo y sobre los demás, unido a su reciente desengaño sentimental, –otro estresor significativo–, y a la aparición de una fortuita oportunidad –quedarse solo en la cabina del avión–, le hizo actuar del modo que lo hizo.

*Psicóloga clínica, coach, escritora y directora del Grupo Clavesalud