Países Bajos

Geert Wilders: el primer «Trumpista»

El favorito en las elecciones holandesas de mañana Geert Wilders comparte con el líder de EE UU el rechazo al islam y a lo políticamente correcto

El xenófobo Wilders aspira a imponerse en las urnas
El xenófobo Wilders aspira a imponerse en las urnaslarazon

El favorito en las elecciones holandesas de mañana Geert Wilders comparte con el líder de EE UU el rechazo al islam y a lo políticamente correcto

Años antes de que Donald Trump incendiara las redes sociales con sus agresivos mensajes contra los inmigrantes y el «establishment», en Países Bajos ya había un hombre que empleaba las mismas herramientas en su cruzada contra el islam.

El populista Geert Wilders, admirador público del presidente estadounidense, comparte con éste su predilección por Twitter, su melena rubia, su pasado inmigrante y su desdén por los medios de comunicación y la élite política. Incluso, ha adaptado el eslogan «América primero» a su «Holanda primero».

Nacido en 1963 en Venlo, en la región más pobre de Países Bajos y fronteriza con Alemania, Wilders afrontó desde niño las burlas de sus amigos por ser diferente. Como Trump, de madre escocesa y padre de origen alemán, el xenófobo holandés tiene raíces extranjeras, si bien no alardea de ellas. Su familia materna procede de las Indias Orientales Holandesas, la actual Indonesia, el país con mayor población musulmana del mundo. Su madre llegó a Países Bajos siendo un bebé en los estertores del imperio colonial. Precisamente, disimular este mestizaje pudo llevar a Wilders a teñir de rubio su rizado pelo castaño, si bien él confiesa que fue por una apuesta con un amigo.

Tras completar su servicio militar y estudiar en la universidad, comenzó a trabajar como funcionario en el departamento de servicios sociales, donde, según confiesa, nació su odio por la burocracia holandesa. Ansioso por entrar en política, se afilió a los liberales conservadores (VVD), el partido del actual primer ministro, Mark Rutte, en 1989. Aquí empieza su rápida ascensión como ayudante parlamentario, escritor de discursos y concejal del Utrecht hasta ser elegido diputado en 1998. Como Trump, Wilders se presenta como un «outsider», como el azote del «poldermodel», el consenso que ha dominado la política holandesa desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, lo cierto es que, tras las elecciones, sólo dos diputados llevan más tiempo ocupando un escaño que el líder del Partido de la Libertad (PVV). Desde su llegada al Parlamento, Wilders logró ser el centro de atención gracias a su inconfundible aspecto y su rechazo a seguir la línea oficial del VVD. «Hay gente que está casada con el partido», criticaba. Sin embargo, el apoyo de los liberales a la adhesión de Turquía a la UE dio la excusa perfecta a Wilders para abandonar su partido en 2004 e iniciar su propia aventura política.

Sus tesis islamófobas germinaban en un país que había visto cómo en poco tiempo habían sido asesinados el político populista Pim Fortuyn en 2002 y el cineasta Theo Van Gogh en 2003 por criticar la supuesta islamización de Países Bajos. Ante las sospechas de que Wilders fuera la siguiente víctima, las autoridades holandés decidieron mantenerle bajo vigilancia policial las 24 horas del día. Esta vida de aislamiento y reclusión ha llevado a Wilders a extrapolar su amenaza personal a toda la sociedad holandesa. Para explicarlo, recurre a la parábola de «Henk e Ingrid», una pareja de holandeses que sufre una élite política corrupta, la burocracia de Bruselas y la creciente inmigración musulmana.

Paul Lucardie, politólogo de la Universidad de Groningen, matiza, no obstante, que «Wilders es más antiislamista que Trump. Para él la lucha contra el islam es realmente la misión de su vida, mientras que para Trump es un tema menor». «El presidente de EE UU habla más de empleo y parece incluso más proteccionista que Wilders, que quiere salir de la UE, pero mantener el mercado único». Este aislamiento personal, así como la falta de fondos del PVV, explican el fervor de Wilders por Twitter, una herramienta que le permite diseminar su mensaje y dar una sensación de proximidad con sus seguidores. Maestro de hacer campaña a golpe de «Smartphone» y de Twitter como el presidente Trump, subió recientemente una supuesta foto de un tranvía de Róterdam decorado con su cartel electoral que provocó un enorme revuelo. Mientras, Wilders logró que la foto fuera compartida por miles de personas sin pagar un euro.