Política

Estado Islámico

Irak hoy: un campo de ruinas

El vídeo del Estado Islámico sería el último y más divulgado atentado contra el valioso patrimonio arqueológico iraquí mesopotámico

Hay colosales toros alados originales del norte de Irak en museos como el British o el Metropolitano de Nueva York, guardados a buen recaudo
Hay colosales toros alados originales del norte de Irak en museos como el British o el Metropolitano de Nueva York, guardados a buen recaudolarazon

Juzgar sobre el estatuto de las estatuas del museo de Mosul, y de una de las puertas del recinto de las murallas de Nínive, destruidas por el EI, a partir de un elaborado vídeo de coreografiadas acciones, es difícil. En algunos momentos el ánimo se alegra, se respira: destruyen sólo copias; más al final... En efecto, algunas piezas son obvias copias de yeso, que estallan en pedazos apenas tocan el suelo y revelan un interior blanco como la cal; otras, sin embargo, atacadas dificultosamente a martillazos y con taladradoras eléctricas, son, muy posiblemente, estatuas originales de la cultura parta –que representan monarcas (divinizados quizá) y no divinidades– o de la ciudad de Hatra, de influencia romano-oriental, como original es el gran león alado guardián de las puertas de Nínive, el único que permanece en el lugar –otros se hallan en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York y en el Museo Británico de Londres (expuestos y en las reservas)–, o en reservas en Bagdad, por ejemplo.

Se trataría del último y más divulgado daño o atentado contra el patrimonio arqueológico iraquí (amén de las destrucciones de santuarios chiíes). Los daños empezaron cuando las primeras misiones arqueológicas a finales del siglo XIX. Un yacimiento como el de Lagash, explorado por arqueólogos franceses desconocedores del tipo de restos que podían desenterrar –hechos con ladrillos de adobe, que se confundían con la arcilla en la que yacían–, quedó desfigurado. El adobe, el material más utilizado en Mesopotamia, se desagrega, por la acción del viento y las lluvias, apenas se excava. El tamaño de los yacimientos impide su completa preservación. Por otra parte, las ciudades se edificaron siempre en un mismo lugar. Los edificios se superponen. El estudio de un nivel requiere, inevitablemente, la erradicación de niveles superiores, lo que impide que un yacimiento pueda ser contemplado como una unidad coherente.

Las febriles reconstrucciones llevadas a cabo por Sadam Hussein en los años ochenta –Babilonia parece, en algunas partes, un parque temático–, atentas más a la imagen que al rigor y la calidad de los materiales; las construcciones de descomunales palacios en yacimientos (como ocurre también en Babilonia) y de estructuras militares (como aconteció en las ruinas de una capital neoasiria en el tell de Qasr Shamamok, cerca de Mosul) –previendo que las potencias occidentales no bombardearían yacimientos arqueológicos–, lo que no ocurrió, si bien las primeras bombas fueron lanzadas por Saddam Hussein cuando el fuerte fue ocupado por los kurdos); el bombardeo y la utilización militar de yacimientos por parte de la coalición internacional durante la Segunda Guerra del Golfo en 2003 –la parte superior del zigurat paleobabilónico de Kish fue severa e irremediablemente dañada cuando soldados norteamericanos excavaron un profundo hoyo para guarecerse de disparos desde el llano circundante–; los saqueos y las excavaciones ilegales en yacimientos sin protección (existen unos diez mil yacimientos en Irak); los daños provocados por las sucesivas guerras desde los años ochenta –la base aérea militar Cabe Ur, por un lado protege el yacimiento de saqueos, pero causa daños en la estructura del zigurat y de las tumbas reales, a causa de las vibraciones de los aviones a reacción; el tránsito de tanques también afectó la estabilidad de algunos muros–; los saqueos (robos, daños) que se produjeron en los archivos (la Filmoteca de Bagdad, por ejemplo), bibliotecas y museos en Iraq tras la invasión del país en 2003 y que afectaron no sólo al Museo Nacional de Iraq en Bagdad (perdió quince mil piezas y ha recuperado unas siete mil, si bien aún faltan piezas importantes como una estatua de Gudea, por ejemplo), sino museos provinciales, como el de Nasiriya, en el sur del país, causados por el hambre (el embargo empobreció hasta límites insoportables, no a los miembros del régimen, sino a la clase media y baja) y la codicia; restauraciones apresuradas, realizadas con medios inadecuados y por técnicos no siempre adiestrados (tras el aislamiento de Irak durante el embargo que duró once años) de obras dañadas (un mal menor, empero, y a veces reparable); el comprensible, humano deseo de dar la espalda a un recién trágico y doloroso pasado –que sólo evoca destrucción, hambre y humillación–, y la fascinación que despiertan los brillos de las modernas construcciones en los Emiratos Árabes Unidos; y las disensiones entre facciones religiosas y étnicas, recelosas entre sí, acentuadas por los favores que unas u otras recibieron por parte del Gobierno de Sadam Hussein, y de los poderes establecidos por los invasores y tras la invasión (la Dirección General de Antigüedades, en manos expertas, fue transferida de un eficiente Ministerio de Cultura a un desolador Ministerio de Turismo y Patrimonio, antes de ser disuelta hace poco) son algunas de las principales causas, directas o no, del daño o la destrucción del patrimonio de Iraq –patrimonio mesopotámico (sumerio, acadio, babilónico, asirio, etc.) que es el patrimonio originario de esas tierras, y no tanto el posterior cristiano y musulmán, provenientes de otras tierras e implantado a veces a la fuerza– que el Estado Islámico está culminando estos días.

*Catedrático de la Universidad Politécnica de Cataluña