Política

Muere Fidel Castro

La cultura antes del anochecer

La Razón
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La muerte de Fidel Castro cierra una época histórica en la que la cultura jugó, a favor o en contra del régimen cubano, un papel trascendental. Porque el castrismo pretendió configurar un intelectual orgánico, adaptado a los intereses de una sociedad utópica que tenía como valores estéticos el realismo acrítico, propagandístico y documental, así como una visión homogénea y felicitaria de una nueva vida colectiva. Si al principio de esta transformación social una amplia mayoría de escritores cubanos vivieron esperanzados las prometedoras expectativas de un renovado futuro, a los pocos años empezarían a surgir divergencias, cuando no una clara oposición a los patrones ideológicos trazados desde las esferas gubernamentales. En la base de este conflicto anidaban la libertad de expresión, el concepto individualista del escritor y una creatividad distante del realismo convencional, tenida por decadente y contrarrevolucionaria. Con el tiempo esta situación irá generando una tipología de intelectuales disidentes, que acaso tenga su primer punto referencial en el «caso Padilla», un asunto que llegaría a quebrar el «boom» hispanoamericano.

En 1966 el poeta Heberto Padilla regresa a Cuba tras una prolongada estancia como periodista en la Unión Soviética; desengañado del sistema comunista, su poemario «Fuera del juego» denotará su decidida independencia artística. Detenido, obligado a retractarse de sus convicciones estético-sociales, finalmente abocado al exilio, su caso provocará las protestas de escritores como Cortázar, Sartre o Rulfo.

Todo por la Revolución

El impacto de este suceso evidenciaría las grietas que fracturaban la inicial identificación entre la revolución cubana y sus señeros intelectuales. Se hacía efectiva la sentencia de Castro en su discurso del 30 de junio de 1961, titulado «Palabras a los intelectuales»: «Dentro de la Revolución, todo; contra de la Revolución, nada». Merece destacada mención el caso de Guillermo Cabrera Infante. La que sería su más representativa novela, «Tres tristes tigres», había aparecido en una versión reducida bajo el título de «Vista del amanecer en el trópico». En un lenguaje transgresor, se detallaba la vida nocturna de tres jóvenes en La Habana de los años 50; esta libertad no encajaba con el rigorismo moral de la ortodoxia revolucionaria; expulsado de la Unión de Escritores y Artistas, Cabrera Infante iniciaría su proceso de oposición al castrismo, que plasmaría en «Mapa dibujado por un espía» o «Mea Cuba». El 1971, el escritor Jorge Edwards era enviado por el gobierno de Salvador Allende a Cuba como embajador. Su estancia en la isla duraría tres meses, repletos de encontronazos con un régimen que le declararía «persona non rata», denominación con la que Edwards titulará sus vivencias de esta experiencia, páginas en las que tilda de estalinista al poder castrista. La repercusión de esta denuncia le valdrá el rechazo de la intelectualidad progresista iberoamericana. Con Reinaldo Arenas esta problemática cobra un nuevo giro opositor a través de dos características de su obra: el protagonismo del realismo mágico y la homosexualidad. Encarcelado y humillado, plasmará este descenso a los infiernos en unas sobrecogedoras memorias de disidencia: «Antes que anochezca». En 1966 se publicaba «Paradiso», críptica novela de José Lezama Lima, hasta entonces un respetado escritor que toparía aquí con el menosprecio de la crítica literaria oficial, tachando el libro de pornográfico y decadente. Arreciaron los ataques, incrementados por el hecho de que Lezama apoyaría la concesión del premio literario «Julián del Casal» al poemario «Fuera del juego».

En otros casos, el escritor cubano ha conocido el ostracismo. Es el caso de Virgilio Piñera, a causa de su homosexualidad. Coincide, en parte de estos disidentes, la temprana colaboración con la Revolución, de la que acabarán desengañándose, como Norberto Fuentes, denostador en su día de Heberto Padilla, y que, finalmente huyó de la isla. No conviene olvidar a Eliseo Alberto, autor de un lúcido «Informe sobre mí mismo», libro en el que radiografía este proceso de filias y fobias, que acabaría abocándole al exilio político. No es menos conocido el atractivo que el castrismo ejerció sobre la intelectualidad europea e hispanoamericana. Es legendaria la amistad que unió a Gabriel García Márquez con Fidel Castro. La defensa de la política cubana será una causa decisiva, entre otras, de su enconada enemistad con Vargas Llosa.