Amenaza nuclear

La guerra tibia

La guerra tibia
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Una de las mejores formas de asegurar la unidad interna entre los ciudadanos de un país es procurar la confrontación externa en contra de un poder extranjero. Fue lo que pasó durante la Guerra Fría, cuando los dos colosos sin disparar una sola bala lograron alimentar el orgullo nacional a lo interno de EE UU y la URSS, respectivamente. Lo hicieron durante décadas a través de la amenaza y la intimidación verbal. Donald Trump ha asegurado que no descarta una intervención militar en Corea del Norte con el propósito de sacar del poder y destruir el régimen de Kim Jong Un. «Si persisten las amenazas nucleares de Pyongyang, no tendremos otra opción que destruir totalmente a Corea del Norte», aseguró días atrás en la ONU. El mensaje resulta una exigencia a la comunidad internacional para que cada país se vea obligado a fijar una postura concreta, blanca o negra, sobre el tema norcoreano.

El tono verbal entre Trump y el sonriente Kim va tomando un cariz poco alentador, amenazante. Ambos líderes confirman una especie de vocación bélica, un deseo por convertirse en hombre peligroso. En este sentido, la tesis de la unidad interna representa para ambos una simbiosis. Por un lado, Trump intentaría elevar sus números de popularidad, que ciertamente se mantienen bajos. Por el otro, el joven líder norcoreano reforzaría su liderazgo con miras a seguir la tradición familiar de perpetuarse en el poder y afianzar así el pensamiento Juche que alimenta los principios de la revolución norcoreana.

Mientras que algunos sugieren que lo mejor es activar mecanismos diplomáticos, el verbo twittero de Trump y su propio discurso en la 72ª Asamblea General de la ONU demuestran que deslindarse de cualquier intención de diálogo o acuerdo significa en última instancia la estrategia. Mucho menos, la posibilidad de conversar parecería ser la vocación del norcoreano sonriente que no hace más que ensayar lanzamientos de misiles y bombas, sembrando la zozobra entre sus vecinos asiáticos, especialmente en Japón y Corea del Sur.

«El hombre cohete está en una misión suicida para él y su régimen», añadió Trump en la ciudad de Nueva York. Kim respondió con vehemencia: «Definitivamente domesticaré con fuego al viejo chocho estadounidense mentalmente desquiciado». Esto supone un juego de palabras al mejor estilo de dos irreverentes que parecieran complacerse cuando la garganta, acompañada del pecho inflamado, vocifera gritos de gallos.

El peligro de esta confrontación va más allá de la seguridad interna de ambas naciones. Se trata también de una intención desde Washington para reordenar el concierto geopolítico que podría suponer que aquellos que reprueban o son suspicaces con Trump, terminarán por ceder y plegarse a la agenda internacional del magnate presidente, por necesidad y temor a Corea del Norte, evitando y frenando a un joven que, con una sonrisa que resulta desconcertante, tiene a todos hablando día y noche de él. Veremos dónde, si en Occidente u Oriente, se sonríe de último.