José María Aznar

La necesidad de un revulsivo solidario

Los líderes de la Unión Europea posaron para la foto de familia en el mismo lugar donde lo hicieron los fundadores hace 60 años, en el Palacio de los Conservadores, en Roma
Los líderes de la Unión Europea posaron para la foto de familia en el mismo lugar donde lo hicieron los fundadores hace 60 años, en el Palacio de los Conservadores, en Romalarazon

Al tiempo que se conmemora el 60 aniversario del Tratado de Roma de 1957, la Unión Europea siente el acoso del terrorismo yihadista; y en otros términos las previsiones del Brexit, así como los lamentos y quejidos de los países de Visegrado (Polonia, República Checa, Eslovaquia y Hungría), sin olvidar los propósitos antieuropeístas del populismo que se ha extendido en los últimos años, con sus pretensiones de soluciones simplistas a temas de indudable complejidad.

Con ese trasfondo, sin embargo, nadie puede decir seriamente que el Tratado de Roma no haya sido la mayor palanca de progreso en las últimas seis décadas para más de 500 millones de europeos de hoy. En más de medio siglo, no ha habido guerras entre los socios comunitarios (el sueño de Immanuel Kant en su «Ensayo sobre la paz perpetua» de 1775), y la prosperidad económica alcanza los mayores niveles del mundo, con mejor distribución personal de la renta que en EE UU y un más amplio estado de bienestar. En tanto que en la crisis que todavía estamos superando, ha de recordarse, por igual a jeremiacos y agoreros, que en 2016 Estados Unidos creció un 1,6% en su PIB, en tanto que la UE lo hizo en 1,7%.

Las transformaciones institucionales de nuestra Unión son evidentes. Así, el Banco Central Europeo no sólo presta suficiente liquidez a todo el sistema, sino que además asegura en los mercados secundarios la compra de deuda pública, e incluso practica una política de facilidades cuantitativas impulsora de la actividad económica.

¿Quiénes protestan? Los ya citados países de Visegrado, también no pocos de Dinamarca y Suecia que ya tendrían que estar en el Eurosistema y que todavía manifiestan reticencias a la moneda común, influidos por la pérfida Albión. Y naturalmente protestó, y está en trance de irse, Reino Unido, que en 72 horas va a invocar el artículo 50 del Tratado de Lisboa para hacer mutis por el foro. Con un Brexit duro, blando o como resulte la combinación de tantas variables, de modo que las soluciones serían teóricamente infinitas. Siendo de esperar, y eso es importante, que sin representación de Londres en las instituciones comunitarias, podremos avanzar en todo aquello en que Inglaterra (que es como debe decirse, y no Reino Unido), ha actuado como el perro del hortelano, que ni comió, ni dejó comer. Ahora podremos progresar en cuestiones sociales, política exterior común, defensa conjunta y otros grandes objetivos de futuro.

Esa idea de «más Europa», implica algo muy subrayado en estos días, la opción de las dos velocidades. Lo que en absoluto es una desgracia, sino un modo de ir adelante; porque dentro de la Unión, los países más convencidos de su europeísmo, reforzarán sus vínculos. Como ya sucedió con el euro, hoy perfeccionado con la unión fiscal y la unión bancaria. Y como ocurrió igualmente con Schengen, que incluso tiene socios extracomunitarios, como son Suiza, Noruega y Liechtenstein, sin haber contado nunca con la participación de los altaneros hijos de la Gran Bretaña.

Los peligros que actualmente acosan a la Unión Europea son resultado de hechos históricos en el caso del terrorismo yihadista, que viene de la guerra de Irak, en la que Europa no tomó la iniciativa; salvo señaladamente Tony Blair y José María Aznar en las Azores. A la que precedió la desastrosa intervención de George W. Bush en Afganistán. De modo que sin soluciones a la vista para esos focos de conflicto, más el muy grave de Siria y el perpetuo de Israel/Palestina, el terrorismo yihadista va a persistir mucho tiempo, con consecuencias importantes para la UE, cuya demografía dispone de amplios efectivos de creencias islámicas, con no pocos islamistas.

El otro peligro para la UE es el populismo. Pero éste no comportará grandes cambios, porque ni Wilders en Holanda ha llegado a vislumbrar el poder, ni lo va a conseguir la señora Le Pen en Francia. Ni seguramente va a proseguir la expansión populista en casos como el de España, donde el señor Iglesias y sus seguidores van en la senda de la irrelevancia política; utilizando el Congreso de los Diputados como caja de resonancia de ideas nada luminosas y, eso sí, innovadoras del léxico parlamentario, cuando menos malsonante, que habría dicho Camilo José Cela.

La realidad es que a la hora de pensar en el futuro, la gente sabe que la Unión Europea sigue funcionando en lo principal, y que volver a una Europa dividida es pura necedad económico-social. Al tiempo que es fantasía onírica, propia de quienes aspiran al poder para disfrutar de él, ejercitándose en los extremismos más nocivos y fracasados ya como experiencias históricas.

Tenemos muchos problemas, es cierto. Pero yo destacaría, para terminar, que Europa necesita un revulsivo solidario que dé sentido a una política ambiciosa. En busca de una prosperidad mayor, con nuevos socios que hoy precisan de nuestra ayuda solidaria. Fundamentalmente África, con sus 1.200 millones de habitantes, que serán casi 4.000 en el año 2100, cuando previsiblemente todavía vivirá un 10% de los que hoy estamos en este hábitat que lleva el nombre de la hija de Agenor.

Un Plan Marshall europeo para África significaría una gran demanda para nuestra economía, al tiempo que la mayor ayuda al sur del Mediterráneo: toda una garantía de estabilidad a largo plazo en el hemisferio euroafricano en que vivimos, cosa de la que muchos siguen sin enterarse.

Europa tiene que desburocratizarse, lanzar nuevas ideas, desarrollar algunos grandes proyectos, tener conciencia de que en la pugna inevitable Estados Unidos/China, el «tercero en presencia», nosotros, somos los únicos que podemos trabajar seriamente para un mundo multipolar. En vez de permitir que unas hegemonías puedan ser sustituidas por otras en algún día no tan lejano.