Rescate a Grecia

Los extraños aliados de la Grecia de Syriza

Unos turistas toman fotografías a una de las esculturas de los jardines de la sede del BCE en Fráncfort
Unos turistas toman fotografías a una de las esculturas de los jardines de la sede del BCE en Fráncfortlarazon

Tsipras se ha apuntado un tanto. Por eso, ayer suavizó su lenguaje, los acreedores ya no son malhechores, y, además, se ha desembarazado del peón que caía más gordo en Europa, del belicoso y estrella de los desplantes Varufakis. Con todo, el primer ministro griego no lo tiene fácil. Para comenzar, estos días los bancos no abrirán, parece que sólo tendrían liquidez para un par de fechas. Proseguirán las colas, el temor a la implantación del corralito y la incertidumbre.

Entre los dirigentes europeos, aunque se esboza un pequeño grupo encabezado por Hollande que dice que hay que salvar a Grecia, la irritación permanece. Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo, afirma que el «no» griego es lamentable para el futuro de Europa, los polacos afirman que Grecia debería abandonar ya el euro; los finlandeses casi otro tanto; los búlgaros, los más duros, se rasgan las vestiduras ante la paciencia de Europa con Grecia. Repiten que los griegos se escapan vivos de todas sus trapacerías, que países pobres como Bulgaria se están apretando el cinturón y se los obliga a pagar a «otros más ricos» como Grecia (la pensión media búlgara es de 180 euros al mes y la griega, de 600). Se quejan también de que los griegos son unos camelistas que contratan a búlgaros para coger la aceituna porque ellos no quieren doblar la cerviz.

La clave, una vez más, está, sin embargo, en Alemania. En la noche de ayer hubo una cena importante entre Hollande y Merkel, adelantan que quieren proposiciones griegas, «serias, precisas y creíbles», algo que hasta ahora no ha proporcionado Tsipras. La canciller alemana no quiere, apareciendo blanda, enojar a los miembros a la opinión pública germana. No olvidemos que Sigmar Gabriel, el líder socialdemócrata y ministro de la coalición, no es un palomo en el tema; desconfía profundamente de los griegos y ha dicho que Tsipras está llevando a su país a una situación desesperada.

La reflexión de los alemanes es la generalizada en la opinión de los países de la Unión. Si es sabido que los griegos no van a pagar, no van a crecer al 2,5% ni allá cerca y deben 320.000 millones de euros, ¿para qué les vamos a prestar más? Tampoco lo pagarán. Este razonamiento puede oponerse al de «la voluntad democrática» que alegan Syriza y sus simpatizantes en España o en Europa. Según ellos, la voluntad popular griega ha hablado, no quieren los términos de la troika, y hay que respetarla. El referéndum, su resultado, lo indica de forma diáfana. Pero juguemos, arguyen otros, todos al referéndum. ¿Qué diría el votante alemán, el húngaro, el portugués o el español al preguntarle democráticamente si debemos seguir inyectando fondos de nuestros impuestos a una Grecia que no va a honrar la deuda? ¿Qué votaría el votante español si se le aclara que los tres o cuatro mil millones de euros que podría representar nuestra nueva aportación equivaldrían a que el AVE llegara a Murcia 18 meses más tarde, habría menos convocatoria de empleos públicos, menos camas en los hospitales y no se podrían construir unas dos mil viviendas para alojar a los desahuciados? Pienso que ese referéndum, tan elogiado por los partidarios de Syriza, dejaría con un palmo de narices a los griegos y a los que son tan aficionados a consultar la voluntad popular.

Entre los entusiastas del resultado griego, oh paradoja, se encuentran Putin y la francesa Marine Le Pen. El júbilo del ruso es comprensible. La Unión Europea no es santo de su devoción y cualquier división en ella es miel para su boca. Un gobierno partidario de suavizar las tensiones con Rusia y las sanciones por su injerencia en Ucrania es un regalo del cielo (Tsipras seguro que será comprensivo, sólo hay que ver la reacción de los controlados medios de información moscovitas ante las tribulaciones griegas).

Por otra parte, Grecia es un eslabón de la OTAN en un flanco cercano a Rusia y el poco entusiasmo de miembros de Syriza por la Alianza atlántica se ve abonado con las fricciones con los gobiernos europeos. Luego tenemos, en la derecha, a otra extraña compañera de cama, a la señora Le Pen. Piensa que el «no» griego es un «no a favor de la libertad», representa una rebelión contra los «diktats» de Europa, etc. El partido de la señora Le Pen viene propugnando la salida de Francia del espacio Schengen, argumenta que es coladero para la emigración indeseable, y no vacila en mantener que hay que acabar con el euro y que Francia salga de la Unión. Un respaldo que no entusiasmará a Tsipras, pero no olvidemos que la señora Le Pen podría quedar en cabeza en la primera vuelta de las elecciones presidenciales galas.