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Los generales McMaster y Kelly ganan la batalla en el Despacho Oval

No hay tregua, ni cabeza por cortar, en el Ala Oeste de la Casa Blanca

McMaster (derecha), junto al presidente norteamericano, el secretario de Estado, Rex Tillerson, y la embajadora ante la ONU, Nikki Haley
McMaster (derecha), junto al presidente norteamericano, el secretario de Estado, Rex Tillerson, y la embajadora ante la ONU, Nikki Haleylarazon

Trump apenas si tiene quién le escriba. O peor. Abundan los voluntarios para redactarle el obituario político, pero está perdiendo, a un ritmo endiablado, a casi todos sus colaboradores.

Trump apenas si tiene quién le escriba. O peor. Abundan los voluntarios para redactarle el obituario político, pero está perdiendo, a un ritmo endiablado, a casi todos sus colaboradores. No hay tregua, ni cabeza por cortar, en el Ala Oeste de la Casa Blanca. La primera fue Sally Yates, fiscal general heredada de la era Obama, destituida en apenas diez días tras oponerse a Trump a cuenta del veto migratorio. Le siguió el general Mike Flynn, flamante consejero de Seguridad Nacional, obligado a dimitir por su enredo de conversaciones y mentiras a cuenta de Rusia. Cuatro días más tarde Trump destituía a Craig Dare, director del Consejo de Seguridad Nacional para el continente americano. Sonada fue la destitución de James Comey, director del FBI, en mitad de la investigación respecto a las posibles maniobras de los servicios secretos rusos para influir en las elecciones presidenciales de 2016. Varias dimisiones más tarde le llegó el turno a Sean Spicer, que abandonaba su puesto como secretario de Prensa de la Casa Blanca. Cuatro días más tarde hacía lo propio Reince Priebus, jefe de personal de la Casa Blanca, antiguo presidente del partido republicano y pieza esencial para asegurar el siempre problemático diálogo entre el Gobierno y el partido.

Antohny Scaramucci, que llegó para sustituir a Mike Dubbe como director de comunicaciones después de que éste dimitiera, apenas duró diez días. El último en la impresionante lista es Steve Bannon. Su caída habrá sido celebrada por el general H. R. McMaster, consejero de Seguridad Nacional y firme detractor de la retórica exaltada de un Bannon al que había puesto la cruz. McMaster aborrecía sus ideas comerciales respecto a China, sus teorías relativas al cambio climático, su permanente cortejo de los elementos más aislacionistas del damero político.

Con McMaster, atacado durante meses desde las páginas de Breitbart News, contaba con el apoyo de comentaristas tan cercanos al presidente como Newt Gringrich. El que fuera presidente del Congreso de publicó esta misma semana un artículo en la web de la cadena Fox donde explicaba el historial de un militar que supo desbloblarse como soberbio estratega en el campo en Irak y Afganistán y respetado estudioso. Entre otras cosas, McMaster publicó un libro, «Dereliction of duty», que desmocha décadas de literatura sobre la guerra en Vietnam. Brillante y peleón, destroza tanto la competencia de unos líderes militares incapaces de explicarle al presidente Johnson la magnitud del conflicto en Indochina como las viscosas maniobras de un Robert McNamara que optó por minimizar riesgos en aras del efectismo político. Con Bannon amortizado y McMaster en su puesto, prevale la facción más seria de un Ejecutivo que amenazaba con desangrase.