Colombia

Los hijos de las FARC buscan su futuro

La mayoría de los jóvenes que han crecido en la guerrilla quieren reinsertarse en la vida política, pero temen el fuerte rechazo social. «Hemos logrado lo que queríamos desde hace 50 años», dice un adolescente sobre la firma de la paz que se sella hoy en Colombia

Tatyana
Tatyanalarazon

La mayoría de los jóvenes que han crecido en la guerrilla quieren reinsertarse en la vida política, pero temen el fuerte rechazo social. «Hemos logrado lo que queríamos desde hace 50 años», dice un adolescente sobre la firma de la paz que se sella hoy en Colombia

Un día, la guerrilla llegó a su pueblo, Jenny sólo tenía 16 años. No viste el traje verde de combate, que se encuentra colgado en un poste junto al fusil de fabricación israelí. Se encuentra recostada junto a una amiga que, con coquetería, sonríe para la foto con una pose que recuerda a la «Maja vestida», como si el cuadro de Goya hubiera sido colgado versión caribeña en un árbol de los Llanos del Yarí, en mitad del Caguán. La combatiente afirma que la guerrilla bajó un día del monte e hizo una reunión en la plaza del pueblo. Confiesa que nadie fue obligado y que con ella marcharon otros 20 voluntarios, varios de ellos menores. A partir de ese momento empezó una travesía que ya dura más de 21 años y que, por fin, hoy llega a su fin. El camino se acaba, pero empieza una nueva marcha que la llevará por un terreno nunca antes transitado y que, admite, «le genera temor».

Volver a llevar una vida de civil puede ser duro, especialmente cuando la mayoría de la sociedad rechaza a los guerrilleros. «No se cómo me recibirán, supongo que mal, pero es importante que conozcan nuestra versión. Se han dicho muchas barbaridades sobre nosotros», asegura. Le gustaría participar en política, «no digo que quiera ser presidenta del país, pero sí formar parte de una asamblea y movilizar a la gente». «Dejamos las armas y entramos en su sistema, ésa es la forma que veo de seguir en la lucha». Y agrega: «En cualquier caso, si el ‘no’ saliera en el plebiscito, no tendría ningún problema en volver a la montaña, son varias décadas y no pienso dar un paso atrás».

Al ser preguntada por el tema del secuestro y otros asuntos espinosos relacionados con la guerrilla, manifiesta que cada frente se ha «manejado» de una manera. «Mire, reitero que se dicen muchas mentiras. Por ejemplo, yo estuve con Ingrid Betancourt y esa mujer no sufrió ninguna tortura ni vejación. Tampoco estuvo encadenada como relató al salir. Al revés, comía lo que pedía. Comía mejor que nosotros, a veces incluso alimentos ‘light’. Durante las largas caminatas había que llevarla en brazos porque se negaba a seguir andando. A los secuestrados se les ha tratado con respeto, como prisioneros de guerra. De todas maneras, para entender ese tipo de cosas, hay que vivirlas. No teníamos otra alternativa que tomar las armas, éramos muy pobres». Jenny tiene pareja, pero explica que «está preso. Espero que sea uno de los que se adhiera a la amnistía y poder encontrarme con él de nuevo», sentencia.

En el campamento mixto Isaías Pardo, donde se aloja el frente del bloque Oriental, se palpa un ambiente distendido. Unos 500 guerrilleros viven de forma permanente en este puesto. La mayoría ha estado esperando días con alegría y ciertas dudas que el Secretariado refrendara los acuerdos de paz, que finalmente anunciaron el viernes. Todavía no está claro que los colombianos también voten por el «sí» el 2 de octubre. Todo parece ajeno a Víctor, quien de una forma relajada lee un libro en su caleta (habitación). «Las venas abiertas de América Latina» de Eduardo Galeano es «un clásico que releo para recordar el saqueo del imperialismo y los motivos de esta lucha», dice.

«Si tengo que salir de la selva lo haré, pero ya me acostumbré. Podría seguir más años si hace falta. Lo que me gustaría es continuar la lucha desde otra esfera. No soy idiota, sé que no hemos conseguido lo que pretendíamos después de cincuenta años de revolución, pero bueno, de esas pequeñas cosas logradas y firmadas haremos cosas grandes», afirma mientras invita a probar unos chorizos con patacones y plátano frito. Casi todos los guerrilleros se muestran optimistas aunque transmiten cierta preocupación ante la posibilidad de quedarse «huérfanos». Si bien sus familias esperan afuera, la guerrilla y sus comandantes se han convertido en sus «padres ideológicos». Aspiran en su mayoría a seguir unidos, pero lo cierto es que el nuevo partido no tendrá ocupación para todos. «Sólo los más válidos e intelectuales servirán a la causa», asegura Víctor con un tono resignado, como si él no se considerara capaz de tal tarea.

Mujeres guerrilleras

Tatyana es una de las más de 3.000 guerrilleras que conforman las FARC, aproximadamente un 40%. Su caso es especial, pero no único: está embarazada de seis meses. Desde hace dos años y medio, cuando bajó el nivel de hostilidades entre ambos bandos, el Secretariado empezó a permitir los embarazos, éstos se han multiplicado. Anteriormente estaban prohibidos. Si se quedaban en cinta, había dos opciones: o perderlo o entregarlo a una familia de adopción. «No venimos a la guerrilla a tener hijos. De hecho, no fue buscado, falló la planificación, algo raro porque nunca me pasó antes», asegura. «Espero que nazca en un entorno diferente, con otras posibilidades, sin esta guerra», agrega. A su lado su «compañero» sonríe mientras desmonta su arma. Curiosamente, otro de sus hijos, fruto de otra relación y de edad adolescente, se encuentra en la gaveta con ella, recostado. «Llevaba años sin verle y mi comandante me dio permiso para que conviviéramos juntos durante esta recta final».

Llueve torrencialmente, siguiendo el camino unos guerrilleros degüellan una vaca con destreza propia de un matarife, para prepararla en estofado. Las botas se hunden en el lodo antes de entrar en la caleta de Paola, que peina a otras dos guerrilleras a las que pone moños de colores. Un pequeño transistor cuelga de un gancho, suena vallenato de fondo. «Yo vengo del Meta, una zona muy pobre de una familia de agricultores. Desde los seis ya le insistía a mi padre que quería enrolarme. A los 12 años llegó la guerrilla y les dije: ‘¿Me vais a llevar o qué?’ Dijeron que sí. Mi padre se encontraba arando el campo, cuando volvió me dijo que la decisión era mía y que la respetaba. Mi madre, al contrario, lloraba. Incluso el ‘Mono Jojoy’ cuando me vio me recomendó que me volviese a casa a estudiar. Seis meses después, me llevó a su bloque y me dijo que estaría con él hasta que aprendiese realmente las razones por las que me encontraba allí», explica la joven.

Su historia no es extraña, la mayoría de los guerrilleros fueron reclutados cuando eran menores. El Gobierno calcula que un 30% de los combatientes tiene menos de 18 años. Es una de las facetas más criticadas de las FARC, junto con los atentados y los secuestros. En este sentido, hay mucho secretismo. Nada más cerrarse los acuerdos, se anunció que las FARC entregaban un grupo reducido de menores y a partir de ahí nada se supo. Según fuentes oficiales, la desmovilización continúa supervisada por Unicef, sin que se conozca la identidad de los afectados, al tratarse de niños y adolescentes. Otra fuente que prefiere no ser revelada, afirma a LA RAZÓN: «Antes de que las FARC ocupen las zonas de transición, los menores serán liberados en pueblos remotos para ocultar un delito no recogido en las amnistías». La integración de estos jóvenes será otro de los grandes retos.

«Nadie ha mostrado fotos de guerrilleros destrozados»

Rusbel. Fue reclutado a los 13 años

«Espero que mi hijo nazca en un entorno diferente»

Tatyana. Una de las 3.000 guerrilleras