Crisis migratoria en Europa
Navidad en la Alemania de los refugiados
Berlín acoge a más de 68.000 exiliados. Miles de voluntarios se vuelcan estos días para darles apoyo, una cama y alimentos
Más de un millón de refugiados están viviendo su primera Navidad en Alemania. Muchos de ellos se pasean por vez primera por los tradicionales mercados, reciben obsequios de desconocidos y se dejan seducir por los brillantes adornos de las calles y el olor a galletas recién horneadas, aunque algunos no podrán festejar el último día del año junto a su familia. En Alemania, la nación europea que ha acogido a más inmigrantes en sus fronteras, algunos de los ciudadanos se proponen trasladar el espíritu de la Navidad a esas personas que aún tratan de adaptarse a su nuevo hogar. Han proliferado las iniciativas ciudadanas solidarias, en parroquias y diversas asociaciones, que trabajan para repartir ilusión a los recién llegados. Ejemplos de ello son el Consejo de Refugiados (Fluechlingsrat), la sinagoga en el distrito de Kreuzberg, organizaciones como Cáritas o diversos grupos en las redes sociales que ofrecen un hogar a los recién llegados estas fiestas o los invitan a cenar. Ya han llegado a Berlín 68.000 asilados en lo que va de año y continúan haciéndolo a razón de 400 por día. Entre ellos se encuentran 10.000 menores, muchos de ellos sin adultos a su cargo. La gran mayoría proceden de Siria, Irak y Afganistán.
La mayor actividad solidaria se registra en los cada vez más numerosos albergues para refugiados distribuidos por la capital. Allí, grupos de voluntarios cocinan al son de la música navideña tradicional y sirven ponche sin alcohol. En algunos centros, el 31 de diciembre se habilitará un salón de baile para entretener a quienes han huido de la guerra, se les relatarán cuentos navideños occidentales y, durante los días de fiesta, se procederá a repartir los regalos que se han ido donando desde principios de mes, que contienen principalmente ropa de abrigo y material escolar. Como el pequeño monedero de los refugiados no alcanza para consumir en los mercados tradicionales –los residentes en albergues reciben 96,93 euros mensuales–, en el tercer fin de semana de Adviento se dispuso un mercado especial para ellos, donde no faltan las barbacoas, las cabañas, el vino especiado y la música gospel. No obstante, los festejos entrañan, en ocasiones, un choque cultural. Muchos de los refugiados rechazan participar en ellos, abrumados con el despliegue de luces, melodías y obsequios. Su religión prohíbe celebrar esta festividad, aseguran.
Abidel Hamid Kreqq es uno de los refugiados que viven su primera Navidad en Alemania. Tiene 42 años y llegó de Siria con su mujer y sus dos niños el 3 de octubre. Abidel vive en un campo de acogida en Lichtenstein, en el este de Berlín, y, aunque le costó 25 días llegar hasta Alemania, está muy agradecido de poder comenzar una nueva vida en Europa. «Aquí somos libres», cuenta a LA RAZÓN, mirando al menor de sus hijos. «El viaje hasta Alemania fue muy complicado. Mi mujer y uno de mis hijos viajaron en avión y tuvimos que despedirnos al poco tiempo de abandonar nuestra casa, planeando encontrarnos en Hamburgo. El otro de mis niños viajó conmigo a través de Líbano y Turquía, y después por Grecia, Macedonia, Serbia y Austria». Abidel tiene claro a qué quiere dedicar estas fechas. «En el albergue organizarán juegos y actividades para que los niños se diviertan, pero yo quiero que ellos aprovechen para aprender todo el alemán que puedan». Al igual que él mismo, sus hijos se esfuerzan a diario por dominar el idioma. «Yo tenía mi propia empresa en Siria, soy ingeniero y dábamos apoyo técnico a muchas grandes compañías. Quizá algún día pueda lograr lo mismo en Alemania. No tenemos ninguna expectativa de volver a nuestro país», reconoce.
En una situación similar se encuentra su compatriota Khaled Naem, ingeniero biomédico de profesión, que partió de Siria hace unos meses con un grupo de quince personas y ahora reside en el campo de refugiados del céntrico barrio de Moabit. A diferencia de Abidel, él tuvo que despedirse de sus dos hijos en Siria. «Espero poder traerlos muy pronto», explica. Es la primera vez que pasará estas fechas alejado de ellos y no tiene grandes planes. En su ciudad natal, la Navidad apenas se festeja, si bien antes de la guerra las familias acudían a la iglesia y comían en compañía, las celebraciones se interrumpieron al estallar la guerra.
Mohammed N., un joven sirio que lleva nueve meses en Alemania, era un prometedor estudiante de Ingeniería Civil. «Tardé un mes entero en llegar a este país», rememora. «Tuve que cruzar el desierto sirio, es la parte más dura que recuerdo del viaje. En los albergues de acogida no me trataron demasiado mal, pero era muy difícil porque apenas disponíamos de dos metros cuadrados por persona y había mucha desorganización a la hora de servir las comidas. Aunque no me importa. Al fin estoy aquí y me siento bienvenido en Alemania». A su lado, Mohammed Atamaki recuerda su vida anterior en Siria, donde trabajó 17 años como cirujano. Atamaki sólo lleva cuatro meses en Berlín, pero ya habla alemán fluido. «El viaje fue largo y complicado, vine con mis dos hijos, de 13 y 6 años, y en ocasiones se hacía muy duro seguir adelante, ignorando con qué nos íbamos a encontrar». Sueña con poder, algún día, desempeñar nuevamente su profesión. «El día 31 por la noche daremos un paseo por Berlín, pero no planeamos nada especial», relata.
Abidel, Khaled, Mohammed y Atamaki han tenido suerte. Han logrado un sitio en una ciudad desbordada por 68.000 asilados cuando sólo hay 40.000 plazas de alojamiento. A pesar de las iniciativas que incluyen cenas y regalos, para muchos de los recién llegados estas fechas no suponen más que una semana de espera adicional para solucionar los ansiados trámites. La Oficina de Sanidad y Asuntos Sociales (LaGeSo), la que ofrece las ayudas, permanecerá cerrada ocho días al igual que la Agencia Federal para la Migración y los Refugiados (BAMF), que acumula 355.914 expedientes sin resolver.
El número de llegados a Alemania en busca de paz y seguridad ya ha multiplicado por cuatro las peticiones del año pasado y por tres las de 1992, récord de asilados hasta el momento. A punto de concluir el año, las organizaciones que trabajan para ofrecer una vida mejor al refugiado se preguntan si los 6.000 millones de euros presupuestados por las autoridades resultarán suficientes para dar respuesta a todos ellos.
✕
Accede a tu cuenta para comentar