Historia

Historia

Octubre de 1917: La desmemoria de la Revolución Rusa

Acosado por todos los flancos, el zar Nicolás II pensó inicialmente en abdicar en su hijo Alexis, pero finalmente renunció a todos sus derechos y los de su familia, poniendo fin a la dinastía de los Romanov. Fue detenido sin ofrecer resistencia y apresado en el Palacio de Alejandro.
Acosado por todos los flancos, el zar Nicolás II pensó inicialmente en abdicar en su hijo Alexis, pero finalmente renunció a todos sus derechos y los de su familia, poniendo fin a la dinastía de los Romanov. Fue detenido sin ofrecer resistencia y apresado en el Palacio de Alejandro.larazon

Un siglo después de la caída de los zares, los rusos se enfrentan divididos entre el silencio del Kremlin –temeroso de un nuevo desorden social–, la nostalgia de los comunistas y la denuncia de la Iglesia ortodoxa al violento alzamiento de los bolcheviques. Nadie quiere desempolvar los ecos de esta oscura etapa.

«La sociedad rusa necesita un análisis profundo, honesto, objetivo de estos eventos. Es nuestra historia común y hay que tratarla con respeto», afirmaba hace un año Vladimir Putin en su discurso ante las dos cámaras del Parlamento. «Es inaceptable hacer llegar las ofensas y los problemas del pasado hasta nuestros días, así como especular sobre las tragedias que afectaron a casi todas las familias rusas, independientemente de en qué bando lucharon nuestros antepasados. Tenemos que recordar que somos un pueblo unido, una sola Rusia», dijo.

En total, apenas 90 segundos encapsulados en un discurso que ocuparía algo más de una hora, en el que el presidente ruso hizo balance de los logros y de los retos de Rusia durante el año. Aunque escasas, ésas son las referencias más directas, y en un contexto más solemne, que el jefe de Estado ha dedicado al centenario de la Revolución de octubre.

Un siglo después de que los bolcheviques acabaran de tumbar el débil Gobierno provisional salido de la Revolución de Febrero y se alzaran con el poder, en Rusia siguen abundado las estatuas dedicadas a Lenin y casi todas las ciudades y pueblos conservan calles dedicadas al padre de la revolución. Pero la memoria de aquellos días que estremecieron al mundo, como los describió el escritor estadounidense John Reed, se ha convertido desde la desaparición de la URSS en un patrimonio casi exclusivo del Partido Comunista de la Federación Rusa (KPRF).

«Este aniversario de la Revolución de Octubre no es sólo una excusa para recordar un acontecimiento histórico excepcional. Nos obliga también a analizar de nuevo el significado y la magnitud de lo que ocurrió en nuestro país hace un siglo», afirmó Guenadi Ziuganov, líder comunista, en un artículo publicado hace pocos días en el diario «Pravda», el periódico oficial del partido. Según el diputado comunista, la efeméride es una oportunidad «para reconocer de nuevo la grandeza y la importancia histórica de un evento como fue la construcción del primer Estado socialista del mundo basado en los principios de la igualdad y la justicia social». El tono contrasta vivamente con la prudencia y la distancia que ha intentado marcar el Kremlin con el centenario.

Ese distanciamiento oficial de la otrora gloriosa revolución se inició en los turbulentos años 90, con la presidencia de Boris Yeltsin, marcada por un alejamiento de la incómoda herencia soviética. El águila bicéfala sustituyó a la hoz y el martillo y la bandera tricolor, una vieja e histórica insignia rusa, ocupó el lugar de la bandera roja. Parecía que, parafraseando al revolucionario Lev Trotski, la URSS había sido arrojada al «basurero de la historia».

Posteriormente, la causa general de Yeltsin contra el comunismo dejó paso a una ambigüedad que oscila entre la discreción y la reivindicación del pasado soviético. Fue Putin quien volvió a dar brillo al día de la victoria frente a los nazis con un impresionante desfile que se celebra cada 9 de mayo en la Plaza Roja. El poder aglutinador del triunfo frente a Hitler, una victoria que dejó víctimas en casi todas las familias rusas, supone un elemento de consenso del pasado soviético. «La caída de la URSS fue la catástrofe geopolítica más grande del siglo. Para el pueblo ruso, esto representó un verdadero drama», afirmó en 2005 el presidente ruso en una frase que ha hecho fortuna. A diferencia de Yeltsin, que nunca reivindicó su pasado comunista pese a que ocupó cargos de responsabilidad dentro de la URSS de Mijail Gorbachov, Putin se enorgullece de su paso por el KGB, donde sirvió en los años ochenta en Dresde, en la entonces República Democrática de Alemania (RDA).

Un buen ejemplo de la relación de Putin con la herencia soviética fue la decisión que tomó en 2000 de restituir la melodía del himno de la URSS como himno de Rusia, pese a que toda referencia a Lenin o al partido desapareció de la nueva letra. La poderosa Iglesia ortodoxa, con un papel ascendente dentro de la sociedad y la política rusas, y que fue duramente perseguida durante los años de la URSS, es especialmente beligerante con la conmemoración de este centenario y con la memoria de aquel cambio de régimen.

«Cuando hoy nos estremecemos al escuchar los hechos que acontecen en el este de Ucrania, vemos cómo la gente sufre por los conflictos fratricidas. Vamos a imaginarnos que el mismo conflicto se produjo durante los años de la Revolución en todo el país, la Rusia histórica, cuando los hermanos se alzaban contra hermanos, cuando se derramaba sangre, cuando se cometían horribles crueldades», afirmó en una misa celebrada en febrero el patriarca Kiril, el máximo representante de la comunidad ortodoxa. Kiril pretende ahora recuperar templos y propiedades de su Iglesia que fueron confiscadas por los bolcheviques, pero se ha encontrado con una fuerte oposición de movimientos civiles, que ven en ello una simple muestra de oportunismo que trata de aprovechar la desgana de las autoridades a la hora de defender la revolución.

El antagonismo que despierta la efeméride en la sociedad rusa explica por tanto la discreción de las autoridades políticas ante esta herencia, cada vez más incómoda, y la reflexión profunda que pidió el presidente ruso ha dejado lugar a un silencio que no gusta a algunos, pero que es cómodo para la mayoría. Ese silencio se ha trasladado a las aulas y cala entre las jóvenes generaciones, que apenas conocen algunos detalles de lo ocurrido en aquellos terribles días de 1917 y presagia lo que ignorarán las siguientes generaciones sin aprender del pasado.