Papel

Pensilvania: La clase trabajadora que abrazó a Trump

Hasta las elecciones de 2016, el cinturón del acero era un granero de votos para el Partido Demócrata, pero la irrupción de Donald Trump con su discurso proteccionista, cambió la tendencia. LA RAZÓN inicia un recorrido por los estados que dieron la victoria al republicano cuando se cumple un año de esas elecciones cruciales

Un «blue collar», como se denomina en EE UU a la clase trabajadora poco cualificada, que no oculta su admiración por el 45º presidente
Un «blue collar», como se denomina en EE UU a la clase trabajadora poco cualificada, que no oculta su admiración por el 45º presidentelarazon

Hasta las elecciones de 2016, el cinturón del acero era un granero de votos para el Partido Demócrata, pero la irrupción de Donald Trump con su discurso proteccionista, cambió la tendencia. LA RAZÓN inicia un recorrido por los estados que dieron la victoria al republicano cuando se cumple un año de esas elecciones cruciales.

Su primer trabajo fue en una mina de carbón, al año siguiente entró en una de acero, después fue contratado por una cementera, donde cogió experiencia para montar su propia empresa de cementos. Su hogar en Easton, Pensilvania, está lleno de vagones de carga en miniatura, mapas de las minas de la región y pegatinas como: «¡Si no puede crecerse, entonces debe ser extraído!». David Drinkhouse añora la época de bonanza en la zona, cuando había un gran ajetreo de personas, trolleys y cientos de fábricas y minas funcionando. «Ahora no hay nada de eso. Todo se exporta de lugares como Latinoamérica o China. ¿Cómo vamos a seguir siendo el país más importante del mundo sin industria?», se pregunta nostálgico Drinkhouse. «Claro que voté por Donald Trump y lo está haciendo genial a pesar de lo que diga la prensa liberal. Si hubiera salido Hillary Clinton este país se hubiera ido al garete!». El ingeniero, de 88 años, reconoce que «viví la Gran Depresión, por lo que no había nada mejor que ver el humo saliendo de las fábricas, los hornos, las grandes chimeneas. Era progreso, recuperación. Nada qué ver con los últimos años, sólo se han apagado. Por eso voté por Trump, para que traiga bonanza y recupere el país. Confío en que lo hará si se le da tiempo».

Son muchos los que en Pensilvania piensan como él. El año pasado, Trump se llevó el estado por el 48,2% de los votos. Hillary Clinton obtuvo el 47,5%, pero los 20 votos electorales terminaron por completo en manos del republicano. Había que ganar en Pensilvania y el magnate y su equipo lo sabían. Por ejemplo, el condado del valle de Northampton, que tradicionalmente votaba demócrata, cambió de azul a rojo. Varios estudios destacaban este pequeño condado como uno de los diez «campos de batalla» en los que había que lograr mayoría para ganar las elecciones. Y así fue. Votantes reincidentes de Barack Obama se decantaron por el polémico Trump. Drinkhouse muestra en una antigua fotografía las minas y cementeras que había en Nazaret. En esa localidad ya sólo quedan dos cementeras y unos 5.300 habitantes. En las dos últimas elecciones le dieron la victoria a Barack Obama. «Ya no vuelvo a votar por demócratas en mi vida. He terminado con ellos. Sólo se preocupan por las minorías y ¿nosotros?», explica Rose, camarera, que también votó por Trump. Está satisfecha. También lo está su marido, Phil, que trabaja de las 8 de la mañana a 5 de la tarde en la cementera y a pesar de estar en el sindicato, que siempre ha tenido tendencia demócrata, él creyó en Trump y en que mejoraría la vida de la clase trabajadora americana, de los americanos reales. «Los demócratas nos han abandonado. Los políticos en general. Lo que más me gusta de él es que no sea un político, sino un empresario». Phil continúa: «Necesitábamos un cambio». Lo mismo piensa Bill que tiene su propio taller de reparación y lo único que cree es que Trump traerá trabajos a esta deprimida y deprimente zona de EE UU. A pesar de sus arrugas no ha podido jubilarse, tiene también que mantener a su mujer. «América tiene que ser grande otra vez. Hay que decir que no a China y a la corrupción de Washington». Robin, de 50 años, también dio su apoyo al magnate. Lo hizo por su marido, que trabaja en la construcción. «Cada vez costaba más construir, más burocracia, más permisos para empezar... Una auténtica pesadilla. He visto cómo ha luchado mi marido. El hecho de que Trump se dedique a la construcción y se haya dirigido a nosotros, nos haya hablado directamente, fue lo que me hizo decantarme por él».

En la ciudad de Belén, se encontraba la segunda empresa del acero más importante del país. «Manhattan creció hacia arriba gracias a nuestro acero», relata uno de los ex trabajadores que siguen residiendo en las afueras de esta ciudad. Lo cierto es que los cimientos de construcciones icónicas como el edificio Chrysler, el Madison Square Garden, partes del Empire State en Nueva York o el puente Golden Gate, en California, salieron de esta fábrica, ahora cerrada. Algunos de los 300 edificios que tenía se han convertido en centro cultural. En otros, las grandes ruecas acumulan polvo y el silencio invade los grandes espacios en los que se ubican. En un «diner» (restaurante) de carretera, llamado precisamente Golden Gate, quedan a desayunar semanalmente ex trabajadores del acero. Jeff, de 78 años, recuerda con ilusión los días grandes de Belén. «35.000 ‘‘blue collars’’ llegamos a trabajar en Bethlehem Steel. Tras la Segunda Guerra Mundial comenzaron a fabricar los buques de guerra, miles de navíos se hicieron con nuestro acero, salieron de aquí. Después no se invirtió en renovación y dejaron que cayera...». Jeff vivió la época de bonanza, pero confiesa que no le dio para ahorrar y dar a sus hijos una vida mejor. Al preguntarle por el nuevo centro cultural en su acerera opina que «para nosotros es una traición. Es difícil de explicar. Ya no hay industria por aquí». Cuando sus compañeros dejan de atender la conversación, explica por qué votó a Trump: «Es un hombre rico, no se le puede corromper, no escucha a los ‘‘lobbies’’ y piensa en América primero». Como dice Jeff, esta tierra lo tenía todo para ser rica: hierro, carbón y piedra caliza. No ve motivos para la recesión. Las esperanzas puestas en Trump en esta región al otro lado del río Delaware son altísimas. Muchos, convencidos, dicen que ya se nota, otros esperan con ansiedad la reforma fiscal y sus medidas contra la inmigración. De hecho, en las zonas del oeste de Pensilvania donde aún funcionan las minas de carbón, sus trabajadores se niegan a «reciclarse» en otras industrias de energía limpia porque creen en la palabra y promesas de su presidente. En 2015, Obama facilitó un programa de adaptación a otros sectores para los trabajadores del carbón. Según cifras de Reuters, ni un 15% de las plazas se llenan. Ni siquiera la comida gratis les hace apuntarse. Para Gerry Genrich, voluntario del Museo Nacional de la Historia de la Industria, la decadencia se remonta a los 80. «Las empresas buscan abaratar la producción. Bethlelem Steel no invirtió en renovación y su proceso era más caro que otras acereras. Se relajaron y comenzaron a pedir acero a otras, incluso a importar. Son leyes empresariales». Trump prometió penalizar a las empresas que contraten a extranjeros o se deslocalicen, lluvia de oro para la clase trabajadora de aquí.