Elecciones en Estados Unidos

Poca «estamina» política

El candidato republicano, Donald Trump, y la demócrata Hillary Clinton se saludan al inicio del debate en la Universidad de Hofstra, en Nueva York
El candidato republicano, Donald Trump, y la demócrata Hillary Clinton se saludan al inicio del debate en la Universidad de Hofstra, en Nueva Yorklarazon

El primer debate presidencial de los candidatos que compiten por la Casa Blanca supuso un cambio notable respecto a contiendas dialécticas anteriores, sobre todo marcado por la influencia de las nuevas tecnologías. Mucho ha cambiado desde el primer debate presidencial televisado, celebrado el 26 de septiembre de 1960, entre John Fitzgerald Kennedy y Richard Nixon. Las cadenas 24 horas, así como las redes sociales, han tenido un enorme influencia. Existen diferentes fuentes que dan forma y complementan lo que los espectadores están viendo por televisión, lo que ocurre detrás de las focos y reacciones no captadas por las cámaras.

Ahora, los telespectadores nos basamos no sólo en la televisión u otros de los llamados medios tradicionales. Tenemos opciones infinitas en internet y las redes sociales han creado la «segunda pantalla». Así, ahora compartimos el medio «mainstream» con otras vías como la pantalla del smartphone, el iPad o los ordenadores portátiles. Las segundas pantallas ofrecen comentarios profesionales en tiempo real, opiniones personales, datos analíticos más sofisticados y comprobación de los hechos y afirmaciones. Todo a tiempo real. Así, los candidatos actuaron de manera directa, incluso invitando a los espectadores a buscar en sus propios sitios web y chequear los acontecimientos durante el encuentro.

En el debate crucial de la pasada madrugada, cada candidato tenía el reto de superar las expectativas que nosotros, los americanos, teníamos de ellos. Debían destacar y ofrecer a su audiencia algo fresco, pero no lo suficientemente diferente para no defraudar a sus ya simpatizantes. Debían darles algo inesperado y divergente de la Hillary y el Donald que hemos conocido hasta ahora sin molestar a aquellos que ya les han concedido su apoyo.

Esperábamos el escándalo por parte de Trump, que había manifestado hasta ahora en todas sus apariciones mediáticas. Su apariencia o ilusión de moderación fue, por tanto, algo nuevo, pero no consiguió mostrarse ni comedido ni presidenciable. Trató de traducir el hecho de saber moverse en un entorno televisivo a una apariencia de candidato digno de ocupar el Despacho Oval y acallar las dudas que los votantes indecisos pudieran tener sobre su preparación o su temperamento, pero falló. Sobre Hillary Clinton se esperaba prudencia, pero la candidata desafió todas las expectativas mostrándose más cómoda de lo que lo había hecho hasta ahora delante de la pantalla. Clinton parecía estar disfrutando del momento. Además, en un debate, la habilidad de controlar las reacciones no verbales mientras el otro candidato habla puede ser tan poderosa como las respuestas que el oponente ofrece. En este sentido, la ex secretaria de Estado manejó estas reacciones no verbales de una manera casi impecable.

Cada candidato tenía una estrategia con puntos fuertes que destacar durante los 90 minutos del debate en todas las ocasiones en las que fuera posible. Quizás, a Trump se le dio mejor el presentarse a sí mismo una y otra vez como un «outsider» y no como un político. Trató de utilizar la palabra «político» como una blasfemia. A pesar de que jugó con el papel de alguien ajeno a la política, violó todas las normas cívicas interrumpiendo a su oponente, al menos en 51 ocasiones, mientras ella respondía. Clinton sólo le interrumpió 17 veces.

A todos los analistas nos sorprendió lo extrañamente cómoda que Clinton estaba sobre el escenario. Se mostró confiada e hizo lo que hace un buen político: llevar el control del debate. Desde el primer apretón de manos dominó el escenario de manera no verbal. La debilidad de Hillary durante la campaña electoral ha sido que siempre parecía incómoda y sujeta a un guión. A su vez, el hecho de que todos sus oponentes funcionaran sin guión les dio mucha fortaleza. La fuerza de la candidata demócrata es la preparación. Fue capaz de subrayar la importancia de estar bien preparado para ser presidenta de EE UU. Uno de los puntos fuertes de Clinton fue que se aferró a su papel de una mujer que puede ser presidenta, madre y abuela. La respuesta de Trump fue echar mano de la «estamina» (vitalidad). Esa palabra que en el lenguaje codificado del republicano quiere decir: «Ella es una mujer, ella no puede ser presidenta». Si bien hay muchos modelos de conducta para los líderes políticos en todo el planeta, aún no tenemos un modelo o imagen de una mujer como presidenta de Estados Unidos. Por este motivo, tuvo que mantenerse cauta y tratar a su vez de superar los estereotipos de género.

Además, pudo aclarar sus posiciones políticas. Al hablar de economía usó el término «Trumped-up trickle down» en relación a la teoría de que los republicanos apuestan siempre por ayudar a los más ricos porque éstos generan más empleos (Jugando además con el apellido del candidato en la expresión). También insistió en que las cualidades y políticas de los negocios no son transferibles a las de la gobernabilidad. Por su parte, Trump prefirió dedicar sus minutos de intervención a marcar su territorio como un hombre de negocios, no como un político.

*Profesora experta en análisis político y comunicación en la Universidad de Hofstra