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¿Quién puede acabar con la mafia?

Nacida con la unificación de Italia, la mafia, en sus distintas vertientes territoriales, se ha convertido en una «masonería para criminales».

Bernardo Provenzano, uno de los grandes capos de la mafia, en una imagen de 1959 después de ser detenido
Bernardo Provenzano, uno de los grandes capos de la mafia, en una imagen de 1959 después de ser detenidolarazon

Nacida con la unificación de Italia, la mafia, en sus distintas vertientes territoriales, se ha convertido en una «masonería para criminales».

Pese a haber sido una formidable fuente de ficciones, desde «El Padrino» hasta «Los Soprano» o «Uno de los nuestros», pasando por «Scarface» o «Donnie Brasco», a la hora de acercarse a la mafia no hay nada tan apasionante como la realidad. Así lo demuestra el libro de John Dickie, que combina un tremendo conocimiento del tema con un gran talento como narrador hasta conseguir extraer a estas organizaciones del terreno del mito para llevarlas al de la Historia.

Camorra napolitana, ‘Ndrangheta calabresa o Cosa Nostra siciliana, son «sociedades honorables» que, pese a sus diferentes manifestaciones, autonomía y rivalidad, forman parte de la misma organización denominada mafia. Un entramado que, según adviritió en 2014 el Gobierno italiano, supera los 200.000 millones de ingresos anuales, frente a los 140.000 del presupuesto de la Unión Europea, revalorizándose incluso un 50% en un solo año.

Como dice el propio autor de este libro, se trata de una suerte de «masonería para criminales» en su forma organizativa. Una red de contactos entre personas con una estructura jerárquica para gestionar el monopolio de la marca «mafia», para resolver diferencias, lucrarse, tomar decisiones e incluso hacer «la guerra». No faltan los ritos de iniciación, el secretismo ni el pacto asociativo reforzado por elementos culturales. No se trata de bandidos o bandoleros, en tanto que nace en un momento muy particular: durante el Risorgimento, esa creación artificial, en la década de 1860, de alto idealismo de héroes como Garibaldi y ambiciones territoriales cínicas de la Casa de los Saboya, dinastía del norte de Italia que engulló al resto de la península de forma artera.

Adios a los borbones

Con la caída del Reino de las Dos Sicilias (la monarquía borbónica con sede en Nápoles), se dan las condiciones para la incubación de una forma nueva y peligrosa de delincuencia organizada en el sur de Italia –al igual que ocurrió en Rusia tras la desintegración de la Unión Soviética–: colapso del orden público, nuevas oportunidades para el enriquecimiento rápido, falta de instituciones creíbles para proporcionar protecciones básicas y el nacimiento de empresarios violentos listos para tomar ventaja.

En ese caldo de cultivo nace la mafia, en tanto que muchos de esos revolucionarios –algunos muy instruidos– necesitaban un brazo armado que sólo podían encontrar entre criminales, presidiarios, y en las zonas rurales de Palermo que eran especialmente violentas... Así, los conspiradores patrióticos someten a esos criminales a un juramento masónico en un intento de redimirles a través de los ideales nacionales.

Tras la Unificación

Pero en Sicilia, donde las revoluciones en la primera mitad del XIX se suceden con cíclica regularidad, la revolución se convierte también en un negocio. «Hacer la revolución» significa poder convertirse en recaudador de impuestos, policía, tener acceso a recursos y la oportunidad de quemar archivos policiales... Esencialmente, esa red que une a los revolucionarios que luego serán la clase dirigente de Italia, y a los criminales, ya no se romperá después de la unidad del país: así nace un «Estado dentro del Estado» que se fue enriqueciendo mediante el control de la exportación de los cítricos producidos en la zona de Palermo. Desde ese instante, la ingenua esperanza de que el progreso económico terminaría con la mentalidad mafiosa, ha resultado ser infundada. Muy al contrario, la mafia ha sabido beneficiarse de él. De los cítricos, pasaron al tráfico de heroína en los años sesenta, como después lo fue el control de las obras públicas arañando buena parte de los fondos europeos para el desarrollo de Sicilia.

Volvamos a las cárceles del sur de Italia en el siglo XIX porque es allí donde nacen tres organizaciones independientes, que se nutren de la sumisión a la «omertà» de los presos. La Camorra de Nápoles se conformó como un grupo llamativo, mientras que la Cosa Nostra –o mafia– de Sicilia resultó ser más misterioso; la ‘Ndragheta, el recién llegado, se generó en las prisiones controlando, primero, el tabaco, para luego lucrarse con la protección ilegal, seguido de la construcción durante la Segunda Guerra Mundial, para pasar a los secuestros y, a la heroína, por último.

Las tres organizaciones comparten similitudes y notables diferencias. Si en Sicilia el encuentro entre patrióticos y hombres de violencia nace en un ambiente de conjura política, en Nápoles el control de la ciudad es fundamental, y ahí la plebe es muy importante para el triunfo de cualquier revolución. Los revolucionarios napolitanos sabían muy bien que tenían que controlar la «città bassa», los bajos fondos. Los destinos de la revolución en Sicilia se juegan en las afueras de Palermo, en los jardines y cultivos. La Camorra de Nápoles es mucho más proletaria históricamente y el encuentro con los revolucionarios se produce en las prisiones, donde están encerrados juntos. Lo mismo pasa con la ‘Ndrangheta, pero más tarde y por el mismo motivo: una demanda de violencia por parte de la política.

Mitos arraigados

Dicho todo lo anterior, Dickie se empeña en desmontar un mito arraigado en la cultura popular italiana: que los mafiosos son héroes al estilo Robin Hood que roban a los ricos para ayudar a los oprimidos. Las organizaciones criminales –repite una y otra vez– no existen para otro propósito que el de explotar a ricos y pobres con el fin de aumentar su propio poder y riqueza. De igual modo que no es cierta la idea romántica de que los mafiosos sigan un arcano código de honor, por un motivo: «no hay honor entre ladrones». La historia de la mafia es una sucesión de traiciones, incluyendo violaciones regulares de la «omertá».

Otro gran mito que desmonta el autor es la falsa creencia de que Mussolini logró terminar con el crimen organizado. Pese a su determinación por deshacerse de lo que vio como un rival por el poder en el sur de Italia, así como los brutales métodos que utilizó contra las organizaciones criminales, Il Duce no lo consiguió. Es cierto que los fascistas hicieron muchas cosas en una primera fase: miles de arrestos, no siempre con criterios legales limpios, muchísimos procesos... Hasta que en un momento dado, el régimen declara cerrado el problema y Mussolini censura hablar de ello en la prensa. ésa fue su jugada: oficialmente se había resuelto. Incluso en 1932, décimo aniversario de la Marcha de Roma, proclama un indulto para celebrarlo, ¡y muchos mafiosos fueron liberados!

Durante todos los años de existencia de las organizaciones criminales, nunca ha habido continuidad en la lucha para combatirlas. Por más que en determinados momentos haya habido una fuerte represión, resulta increíble que Italia siempre olvida lo que tanto le había costado aprender sobre qué es la mafia, sobre cómo funciona y cómo combatirla. Sólo en los años 80, con un nivel de violencia mafiosa en Sicilia y en el resto de Italia más allá de cualquier precedente histórico, es cuando el país empieza a construir una forma de lucha dotada de continuidad.

Giovani Falcone

Esta lucha se apoya especialmente sobre la inestimable aportación de Giovani Falcone cuando llega al Ministerio de Justicia y emprende una serie de reformas clave. El juez generaliza un método y unas estructuras para investigar a la mafia que habían tenido éxito con el «pool», el grupo de magistrados de Palermo, sin correr riesgos en solitario y con una visión común del fenómeno. Porque ésta es la particularidad del crimen organizado: que el homicidio de un pastor en la campiña de Agrigento puede decir cosas importantes sobre la actividad en sus centros de poder.

Recordemos que en los años ochenta se da simultáneamente en las tres organizaciones el mismo fenómeno: explotar en guerras internas hasta arrojar el saldo de ocho mil muertos. Pero, ¿por qué detonaron? ¿Se hicieron más ambiciosos? Según el experto, el factor de la droga fue fundamental; sobre todo, la Cosa Nostra se hizo más rica que nunca... Por lo que el botín de la heroína tuvo una enorme influencia desestabilizadora en los esquemas mafiosos. Aunque también hubo una orquestación política en tanto que había una mayor centralización de las organizaciones mafiosas: cuando estalla un conflicto se convierte en un problema generalizado, y no de bandas locales. A ello se le sumó la falta de credibilidad y de legitimidad de las instituciones italianas. La corrupción, la falta de fe en la posibilidad de otras opciones políticas, el terrorismo... La violencia formaba parte del lenguaje de la política italiana, parecía natural la respuesta violenta a cualquier problema, por lo que la legitimidad del Estado se deterioró. «Las mafias están fuertemente infiltradas por la política y la corrupción, y de ahí ese terrible momento», resume Dickie.

El drama del secuestro

Hay un aspecto de esos años, tremendo, y acaso poco conocido fuera de Italia: los secuestros. El saldo arroja unos seiscientos cincuenta, en diez años. Esta violencia cotidiana quiere decir que cada semana se secuestraba a una persona, de ahí que los empresarios huyeran al extranjero, otros pagaran el «impuesto revolucionario» y otros, como Berlusconi, fueran permanentemente armados. Había distintos móviles: políticos, de grupos terroristas, pero incluso dentro del mundo criminal se hacían por motivos diferentes. La ‘Ndrangheta, por ejemplo, contaba con lugares óptimos para esconder a las víctimas y se especializaron de un modo particular en esta práctica. Para una parte de la Cosa Nostra, fue un negocio importante, pero también resultó ser un gesto político. Los Corleoneses lo usaron como afrenta y desafío contra la otra parte de la Cosa Nostra, haciendo un uso refinado de este instrumento como efecto sobre la opinión pública, en la fe de que una parte importante de la burguesía tenía la capacidad de cambiar las instituciones y, con ello, terminar controlando la sociedad. La ‘Ndrangheta, tuvo un pico entre 1992 y 1993, que pasó por la decapitación de personas en la calle, y la mafia siciliana asesinó a sus mayores enemigos: los jueces de instrucción Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. El primero, ha pasado a la historia como el hombre que consiguió romper décadas de silencio y horror, incluso después de su desaparición física, porque su asesinato representó una victoria pírrica de la mafia, que tras el magnicidio se enfrentó a la peor ofensiva del Estado italiano desde el final de la II Guerra Mundial.

En los últimos ciento cincuenta años el mafioso raramente acababa en la cárcel, aunque lo procesaran. Se daba a la fuga y gobernaba desde su escondite. Se hacían los procesos con los banquillos vacíos hasta los años noventa. Ahora incluso en el caso de la ‘Ndrangheta no tenemos grandes fugitivos, y las huidas duran poco. Messina Denaro es un caso aparte, aunque el cerco en torno a él se va cerrando...

Una guerra abierta

La calabresa ‘Ndrangheta es, a día de hoy, la mafia más poderosa y cuenta con redes que se extienden por todo el mundo. La Camorra napolitana, mantiene un fuerte control sobre su región como hemos sabido gracias a la valentía de Roberto Saviano. El poder económico sigue siendo extraordinario. La batalla comenzó hace mucho tiempo, pero la guerra está muy lejos de ser ganada, porque como dice el propio autor: «La fuerza y la resistencia de estas tres sociedades criminales son tristemente representativas de las debilidades nacionales italianas: el desprecio por el Estado de Derecho, las instituciones estatales débiles que se hacen más frágiles por los juegos de poder egocéntrico de los políticos y sus partidos... Y por último, el fracaso del italiano, por no hacer mucho al respecto», concluye quien no duda en encontrar una conexión metafórica entre la cocina y el crimen –recordemos que es autor del libro «Delizia»–, citando a un amigo que refería cómo sus compatriotas eran capaces de disfrutar, con idéntico placer, de la comida del mejor chef y de los recios platos campesinos.