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Rusia en el hipotético proyecto del norte

La Razón
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Donald Trump y Vladimir Putin se reunieron en Hamburgo intentando «reparar» las relaciones Estados Unidos-Rusia. Una tarea difícil dado que Rusia, que perdió su imperio a principios de 1990 debido a la caída del comunismo y la Unión Soviética, y que a principios del siglo XXI fue testigo del colapso de su poder económico, se está volviendo un Estado agresivo y revisionista que intenta desafiar el orden global. Pero los rusos –Putin y sus súbditos– no son los «enemigos naturales» de Occidente, al contrario, por ejemplo, que los radicales islámicos.Todas las guerras frías que Rusia emprendió contra Europa fueron causadas por el sentimiento de su propia inferioridad, que dio lugar a una especie de expansionismo compensatorio. Rusia quiso unirse a Occidente muchas veces, pero todos sus intentos fueron rechazados.

Al trazar una nueva estrategia de negociación con Moscú, los políticos occidentales deben darse cuenta de que Rusia quiere recuperar su posición como potencia global. Los rusos –para bien o para mal– miden la historia de su país como una serie de grandes proyectos, y todos los que construyen su política deben ser conscientes de ello. Históricamente, los occidentales y los europeos del este tenían experiencias bastante similares cuando se trataba de la construción de un imperio. Los españoles, los británicos y los rusos en los siglos XVI-XVIII fueron los amos de la colonización, que permitió establecer su control respectivo sobre las Américas, Australia, y el último sobre Siberia y el Lejano Oriente. Más tarde, tanto los europeos occidentales como los rusos se volvieron hacia el sur, donde construyeron vastas riquezas en África y Asia perdidas después. El «cinturón del norte» se completó cuando los rusos se encontraron con los estadounidenses en los que hoy son los estados de Oregón y California y más tarde se retiró a Eurasia tras la compra de Alaska por EE UU.

Creo que si el Occidente llama a Rusia para que se convierta en parte de un nuevo «cinturón septentrional» del siglo XXI, podría cambiar el panorama político mundial. Hoy en Rusia muchas personas están hablando de «girar hacia el Este» –pero tanto los ciudadanos como los políticos no se dan cuenta de que el Este de Rusia es... Occidente:, al sur de Alaska, al norte de Quebec, a Irlanda, a Gran Bretaña y a Dinamarca, pero de ninguna manera a Pekín o Shanghái, que se consideran los faros de la «política oriental» de Rusia. Si alguien trata de restituir en el pueblo ruso una sensación muy simple de no pertenecer al Este, sino al Norte, desafiará los fundamentos mismos de la política actual.

Por otra parte, Rusia estos días se siente nostálgica de la Unión Soviética, y esta nostalgia se desarrolla en un profundo sentimiento antiamericano debido a la noción de que EE UU fue el antagonista de la URSS buena parte de su historia. Pero con la idea de reinventar el «cinturón septentrional», el mapa geopolítico del mundo cambiaría: Europa (incluidos los territorios centrales de Rusia), Siberia y Norteamérica se convierten en las afueras de Europa, y el resto del mundo su «periferia». La idea puede sacudir toda la cosmovisión geopolítica: tanto en Washington como en Moscú los políticos podrían darse cuenta, por un lado, de que sus países tienen historias similares y, por el otro, que Medio Oriente o Asia Central no deberían ser las áreas de mayor preocupación ya que las naciones del cinturón septentrional son totalmente autosuficientes, poseen una potencia militar preponderantey constituyen el área donde residen tanto el poder tecnológico como financiero.

Desde 2016, los países del «cinturón norte» controlan más del 26 % del gas global y el 20% de las reservas mundiales de petróleo –teniendo también los derechos para la explotación de la costa del Ártico–; hasta la mitad de otros valiosos recursos naturales; el 96% de los arsenales nucleares y el 61% del gasto militar mundial; y alrededor del 48% del PIB mundial. Su población combinada superaría los mil millones de personas, y el territorio abarcaría el 27% de la masa terrestre.

Estos días Rusia está débil y debilitándose, aunque su élite trata de convencer a la gente de lo contrario. Pero estando debidamente comprometida, puede cambiar el tablero de ajedrez, como lo llamó Zbigniew Brzezinski. Incorporando a Rusia a una zona de libre comercio y en una sola alianza militar, para ofrecer a sus ciudadanos la posibilidad de ser igual a los occidentales, y a su élite ser considerada como parte de la comunidad política y empresarial del norte, el actual Occidente quizá decida deshacerse de su viejo oponente y asegurar una nueva arquitectura geopolítica. Por supuesto, semejante empresa no parece fácil, pero, francamente hablando, ¿los europeos y los europeos de las afueras tienen mejores alternativas?

*Director del Centro de Estudios

Postindustriales de Moscú