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Scott Lucas: «Se le está diciendo a la gente que tiene que demostrar su valía antes de que le permiten ser parte de Reino Unido»

El Gobierno británico está comenzando a implementar las primeras medidas tras el Brexit. LA RAZÓN ha recurrido para evaluarlas a uno de los profesores del Departamento de Ciencias Políticas y Estudios Internacionales de la Universidad de Birminghan

La Razón
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Theresa May se ha marcado como objetivo reducir la inmigración a Reino Unido por debajo de las 100.000 personas y, para lograrlo, el Gobierno británico se ha puesto manos a la obra. Se han anunciado muchas y muy variadas medidas al respecto en los últimos días, algunas concernientes al campo de la salud (donde se pretende que de aquí a diez años todos los doctores sean británicos) otras concernientes a la educación (donde se quiere reducir el número de plazas para extranjeros en las universidades), por poner sólo dos ejemplos. Además, han copado las portadas declaraciones como las del conservador Mark Harper, en las que defendía contratar discapacitados para realizar los trabajos hasta ahora llevados a cabo por inmigrantes europeos, declaraciones duramente criticadas por las asociaciones que temen que esa medida pueda dar lugar a la explotación laboral de este colectivo. Para evaluar este nuevo escenario, LA RAZÓN ha contactado con Scott Lucas, miembro del departamento de Ciencias Políticas y Estudios Internacionales de la Universidad de Birminghan.

–¿Hay algún plan para los trabajadores extranjeros, tremendamente numerosos en ciertos sectores de la economía británica?

–El ministro de Salud ha dicho que, por ejemplo, se va a sustituir a los doctores extranjeros por profesionales británicos. Se necesitan muchos años para formar a un doctor, así que ese es un plan que no puede ser implementado a corto plazo, así que, ¿por qué anunciarlo? ¿Para apelar a aquellos votantes que apoyan que se priorice a Inglaterra por encima de todas las cosas? Es hasta cierto punto una pose. El Gobierno va a tener que empezar a hacer planes pronto si continúa haciendo esas declaraciones. Y el Servicio Nacional de Salud no está en condiciones de funcionar sin esos doctores extranjeros. Las universidades, por otra parte, tienen un alto número de empleados extranjeros. Aunque las facultades podrían seguir funcionando sin ellos, me atrevería a decir que no serían tan efectivas. Así que se está dando el caso en el que el Gobierno británico está menoscabando tanto sus propias empresas como sus propios servicios públicos. Porque, incluso, aunque no acabe habiendo planes y proposiciones que digan que no podemos trabajar aquí, muchos de nosotros nos preguntaremos por qué continuar en un país que no nos quiere.

–¿Qué opina de ciertas declaraciones que estamos oyendo por parte de miembros del Partido Conservador de un tiempo a esta parte, más propias de la ultraderecha de otras partes de Europa?

–Creo que la política británica lleva siguiendo esa tendencia un tiempo debido al surgimiento del Partido para la Independencia de Reino Unido (UKIP). No creo que el UKIP se refiriese a sí mismo como racista, tampoco el Gobierno. Pero debido a que hay un modo de presentar la política aquí que gira en torno a "no es que estemos discriminando a alguien, es que queremos proteger la esencia de Reino Unido". Pero hay una línea muy, muy fina entre dar privilegios a un grupo de personas sólo por el hecho de haber nacido aquí y discriminar abiertamente a aquellos que no son del país. Si éste hubiese sido un país que, desde el principio, hubiera criticado la inmigración, no sorprendería la postura de varios políticos después de la victoria del Brexit, pero lo cierto es que Reino Unido ha sido construido durante el último siglo por diferentes olas de inmigración: irlandeses, caribeños, indios, pakistanís, etc. Es una nación que se ha beneficiado de la inmigración. Que de pronto cambie de parecer y nos traicione así, retratándonos como gente que no contribuye... Como he dicho, hay una línea muy fina entre esa opinión y la de otros partidos ultras de Europa.

–¿Constribuyen las medidas discutidas por el Gobierno británico al racismo imperante desde un tiempo a esta parte en el país?

–No directamente. No se dice que uno no pueda trabajar en cierto sitio porque es negro o asiático. Pero sí que crea un clima en el que los que no somos británicos (yo, por ejemplo, soy estadounidense) sentimos que no somos queridos, que somos trabajadores de segunda clase. No por el Gobierno, pero tengo colegas que han sufrido abusos recientemente. En el último año, el ambiente ha empeorado en términos de confrontación entre personas, por ejemplo. No es algo que se vea todos los días, pero es algo que pasa y es problemático.

–¿Habrá un Brexit duro?

–No lo sabemos, principalmente porque las negociaciones no han comenzado. Lo único que tenemos por el momento es mucha pose por parte de los políticos. No es sólo que los políticos británicos estén haciendo declaraciones especialmente duras con respecto a temas como la libertad de movimiento, sino que están diciendo cosas como que van a priorizar los trabajadores británicos sobre el resto. La semana pasada, la ministra del Interior dijo que las empresas tendrían que presentar el número de trabajadores extranjeros que tienen, algo que el Gobierno ya sabe. Pero ahí está la noción de que si tienen cierto número de trabajadores extranjeros, eso va a repercutir en su reputación. Y, de pronto, los extranjeros se encuentran con que se han convertido en este 'mercado negro' para las empresas.

–¿El hecho de no permitir que académicos extranjeros aconsejen sobre el Brexit no constituye un modo sesgado de proceder?

–En el caso de los académicos tiene lugar la intersección entre la cultura y la política. Políticamente hablando, el Ministerio de Exteriores pondrá de manifiesto que hay dudas sobre el grado de seguridad que conlleva el hecho de ofrecer información de este tipo a personas no británicas. Desde un punto de vista cultural, parece que se sospecha de los inmigrantes. Parece que piensan que si uno no es británico, no se puede confiar en él. Da igual la cualificación que cada cual tenga, etc, el hecho es que, de pronto, todo el mundo se vuelve sospechoso. En la superficie, el Ministerio de Exteriores desmentirá que haya cualquier tipo de sesgo, pero lo cierto es que esta institución se ha visto afectada por esta cultura que nos hace diferenciar entre si uno es un ciudadano británico o no. Puedo decir desde un punto de vista personal (ya pasamos por ello en Estados Unidos) que no es un modo de pensar muy productivo y no creo que resulte ser muy beneficioso para este país, ya que comienzas a juzgar a las personas desde un principio, sin tener en cuenta sus habilidades. Se le está diciendo a la gente que tiene que demostrar su valía antes de que le permitan ser parte de Reino Unido, y no creo que sea correcto.

*Scott Lucas es profesor del Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad de Birminghan