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Trump vuelve a jugar al ataque

El presidente denuncia los «torcidos engaños» de los grandes medios de comunicación, a los que acusa de los males del país. La salida de Bannon, su asesor ultra, no sirve para suavizar su discurso

El presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, se dirige a sus seguidores en el Centro de Convenciones de Phoenix durante un evento en Phoenix, Arizona (Estados Unidos).
El presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, se dirige a sus seguidores en el Centro de Convenciones de Phoenix durante un evento en Phoenix, Arizona (Estados Unidos).larazon

El presidente denuncia los «torcidos engaños» de los grandes medios de comunicación, a los que acusa de los males del país. La salida de Bannon, su asesor ultra, no sirve para suavizar su discurso.

No puede evitarlo. En cuanto Donald Trump lee un discurso ajeno, calculado hasta la última coma, le sobran veinticuatro horas para refutarlo hasta el chasis. Sucedió la semana pasada, cuando destrozó la credibilidad de su condena de los neonazis en Virginia tras insistir que había «gente buena en los dos lados». Volvió a ocurrir el martes por la noche. Delante de varios miles de fieles, Trump aprovechó su mitin en Arizona para recuperar sus bien ganadas credenciales como martillo de herejes.

Fue Trump en estado puro y sin cortar. «Es hora de exponer los torcidos engaños de los medios de comunicación», gritó enfervorecido, para añadir que «los periodistas son gente «muy deshonesta». Ni que decir tiene, fueron los medios los que procuraron «una plataforma a los grupos de odio». Una y otra vez ridiculizó al «The New York Times», al «Washington Post», «herramienta de lobby de Amazon», dijo, y a la CNN, burlándose de sus índices de audiencia, cuando lo cierto es que la cadena de noticias ha cosechado los mejores números del último lustro.

A cada insulto contra un periodista el público respondía con un rugido satisfecho. Llamó «Pequeño George» a George Stephanopoulos, de ABC. Mintió sin pestañear: «El New York Times esencialmente se disculpó después de que yo ganara las elecciones. Su cobertura fue tan mala, y estaban perdiendo tantos abonados, que prácticamente se disculparon». No, el «New York Times» jamás pidió disculpas. Y ha conocido un «boom» de subscriptores tras las elecciones de 2016. «Soy una persona a la que le gusta decir la verdad», afirmó. «Soy una persona honesta, y cuando digo algo sabes que es esencialmente cierto». Normal que en CNN el comentarista Chris Cillizza recordara que Trump ha dicho más de mil mentiras desde que tomó posesión el pasado 20 de enero, y que han sido comprobadas, una a una, por el «Washington Post», que mantiene abierto un archivo.

En fin, fue incluso mejor, más colorista, cuando el presidente leyó las declaraciones que realizó nada más conocerse los incidentes de Virgina... y cambió el contenido. O más exactamente, omitió que en su discurso original había culpado de la violencia y el fanatismo a «muchos actores». De lo que podía colegirse, todo el mundo lo hizo, que en determinadas situaciones estaba equiparando las manifestaciones y crímenes de los grupos neonazis y/o del KKK con las de quienes los denuncian. De hecho, había llegado a decir que «hay culpa en ambos lados (...) no tengo ninguna duda al respecto».

No hay novedades. Erraban quienes creían que la salida de Steve Bannon, al que muchos atribuyen los aspectos más vitriólicos del discurso presidencial, marcaría una nueva era en la presidencia. Trump era Trump antes de conocer a Bannon. No necesita a nadie para cultivar su estilo matonil ni para electrificar al votante. Le basta y sobra con recurrir a su violencia de una oratoria improvisada, que hace del bufido y la trola sus mejores bazas.