Estados Unidos

Trump, año I: El Gobierno de EE UU cierra por falta de acuerdo en el Senado

En sólo doces meses ha roto todos los esquemas de la política estadounidense. Frente a la oposición de los jueces, de la Prensa y de su propio partido, lucha sin complejos por derribar el legado Obama con el «America First» por bandera.

El presidente de EE UU, Donald Trump
El presidente de EE UU, Donald Trumplarazon

En sólo doces meses ha roto todos los esquemas de la política estadounidense. Frente a la oposición de los jueces, de la Prensa y de su propio partido, lucha por derribar el legado Obama. Anoche EE UU inició un cierre parcial de sus actividades por la falta de fondos para financiarlas.

El Gobierno de Estados Unidos inició esta medianoche un cierre parcial de sus actividades por la falta de fondos para financiarlas después de que republicanos y demócratas no alcanzasen un acuerdo presupuestario en el Congreso.

Después de la medianoche del viernes al sábado, la Casa Blanca emitió un comunicado en el que advirtió de que "no negociará"con los demócratas el estatus de los "soñadores"para lograr nuevos fondos y calificó a la oposición de "perdedores".

"No negociaremos el estatus de inmigrantes ilegales mientras los demócratas mantienen a nuestros ciudadanos legales rehenes de sus insensatas demandas. Este es un comportamiento de perdedores obstruccionistas, no de legisladores", expresó la Casa Blanca.

El Gobierno de Trump dijo que solo "reabrirá las negociaciones sobre la reforma migratoria"una vez los demócratas desbloqueen las cuentas

Un cierre que coincide con el primer aniversario del presidente Donald Trump en la Casa Blanca. El más improbable de los moradores del Despacho Oval, tan desconcertante que ni él mismo parecía creer en la posibilidad de su victoria, ha inaugurado y reina en la era del caos. Incluso sobrevive al enredo que fabrica a diario, a golpe de Twitter, mientras convive con los peores índices de popularidad de un presidente a estas alturas de su mandato desde que las encuestas son tales. Su famélico 39,6% de aprobación es incluso peor que el patético 43,5% que apenas reunía Gerald Ford.

A diez meses de las elecciones para renovar parte de las cámaras legislativas, podría parecer que Trump, y de su mano un Partido Republicano que no termina de aceptarle, coquetea con el desastre. Sin embargo, harían mal sus enemigos en subestimar la naturaleza de esa aceptación entre los fieles. Buena parte del electorado no ha renunciado a su líder ni, mucho menos, se siente traicionado por las políticas y declaraciones que emanan de la Casa Blanca con la voracidad y la furia de una tormenta en permanente catarsis. Trump ha hecho cuanto prometió. Desarbolar Washington, o al menos fundirle los plomos a las convenciones forjadas en años de usos políticos tradicionales. Enfrentarse a la Prensa, su auténtica bestia negra y, sobre todo, su coartada predilecta. Denunciar las, a su juicio, lamentables sinergias entre las élites políticas, económicas e intelectuales y su divorcio respecto a un pueblo malvendido por los ideólogos de los mercados globales.

Cuando Trump prometía que iba a situar a EE UU en el centro de sus prioridades no cabe duda de que estaba alimentando un discurso que todavía calienta el ánimo de sus bases. Y no mentía. Baste como demostración de un aislacionismo nada retórico que apenas ha visitado 14 países en 365 días, por los 21 a los que viajó su predecesor, Obama, al tiempo que centrifugaba buena parte del orden geoestratégico heredado con ideas tan discutidas como la de destrozar el acuerdo comercial Asia-Pacífico o situar la embajada de EE UU en Jerusalén, si bien ha acabado anteponiendo «la creciente amenaza de China y Rusia» al terrorismo. Sin olvidar que por momentos parece cortejar la posibilidad de una guerra nuclear que explique al señor Kim Jong Un quién dispone del «botón nuclear más grande».

Buen ejemplo de ese carácter arrebatado y hasta pirómano que distingue su presidencia es la asombrosa cantidad de nombres caídos en desgracia en su administración. Comenzando por Steven Bannon, ideólogo esencial de la «alt-right», con el que compartía el anhelo de dinamitar y reconstruir las bases sociales e ideológicas del Partido Republicano. El que fuera director de «Breitbart News» abandonó el gabinete el pasado agosto. No fue el único en caer. Está el caso de Michael Flynn, que fuera consejero de Seguridad Nacional, caído en desgracia por el Rusigate. O Reince Priebus, jefe de gabinete, fulminado por la sospecha de que estaba detrás de algunas de las filtraciones del día a día presidencial que llegaban a la Prensa y escandalizaban a miles de estadounidenses.

También desapareció de la escena Sean Spicer, jefe de prensa, incapaz de soportar la presión y finalmente sustituido por Sarah Huckabee Sanders. Por no hablar de James Comey, al frente del FBI desde 2013 y que no pudo sobrevivir a la investigación sobre las posibles relaciones de la campaña de Trump con los servicios secretos rusos, todavía en curso.

Esa indagación, objeto de enconados debates en la Prensa, es sin duda la herida abierta de la Casa Blanca, por cuanto nadie sabe en qué puede acabar y si los testimonios de hombres como el ex general Flynn o Bannon podrían dañar al presidente o, incluso, abrir las puertas de un posible «impeachment». Tampoco acabó bien el empeño por derogar el Obamacare: no hubo forma de que lograran entenderse unos legisladores republicanos enfrentados entre quienes apuestan por suprimirlo y quienes, con las elecciones al Senado y el Congreso cada día más cerca, temen la hipotética reacción en contra de un electorado que aspira a conservar los beneficios médicos que acarreó la tímida reforma sanitaria del anterior presidente.

Del lado de los éxitos hay que resaltar el resonante acuerdo para la rebaja de impuestos, el mayor y más drástico para las empresas y las grandes fortunas en varias décadas, aunque también beneficiará a los tramos más bajos e incluso a las clases medias. Un recorte fiscal que ha visto cómo esta misma semana propiciaba que Apple anuncie que repatriará la práctica totalidad de sus beneficios en el extranjero. Se estima que el gigante tecnológico acabará pagando unos 30.000 millones en impuestos.

La economía es, a fin de cuentas, la gran esperanza y el triunfo irrebatible de estos meses. Son ya 88 meses seguidos de crear empleo. Cierto que 76 fueron con Obama, pero no menos que el ritmo, lejos de frenarse, parece haberse acelerado. Sólo en diciembre de 2017 se incorporaron hasta dos millones de personas al mercado de trabajo. Unos números fulgurantes, acompañados por las subidas en la cotización de un mercado de valores que contempla con menos prevención de la anunciada las evoluciones de la Casa Blanca.

Bien, de acuerdo, la política internacional, las trifulcas domésticas, la incapacidad para controlar sus arrebatos en Twitter y la dificultad para erigir el muro y expulsar a once millones de indocumentados, se revelan como fracasos evidentes incluso para quien alardea de lograr lo imposible. Pero los números, y la obvia desorientación de un Partido Demócrata que incluso juguetea con hacer candidata a una estrella de la telebasura, permiten intuir que Trump tiene más vidas de las que le auguraban. Si no mete la pata más de lo habitual, y si no empeña todo su crédito en boicotear sus logros, alcanzará el momento crucial de la legislatura con serias posibilidades de reeditar el control en el Congreso y el Senado. Más, mucho más, de lo que cualquiera imaginaba.