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Disciplina militar en la Casa Blanca

Dos generales, el jefe de Gabinete, John Kelly, y el secretario de Defensa, James Mattis, se unen contra el caos del Despacho Oval: obligan a la familia a pedir permiso para ver a Trump y vetan a sus amigos

Trump y sus nietos Arabella y Joseph descienden del Air Force One
Trump y sus nietos Arabella y Joseph descienden del Air Force Onelarazon

Dos generales, el jefe de Gabinete, John Kelly, y el secretario de Defensa, James Mattis, se unen contra el caos del Despacho Oval: obligan a la familia a pedir permiso para ver a Trump y vetan a sus amigos.

Puertas cerradas en el Despacho Oval. Fuera los amigos de los hijos del presidente de las reuniones de alto nivel. Además, el yerno, Jared Kushner, y la hija de Trump, Ivanka, tienen que pedir cita para hablar con el presidente de asuntos que no sean familiares. Se acabó. El despacho del presidente no será más el caos que hasta ahora ha sido. Éste es el régimen que ha impuesto el nuevo jefe de Gabinete, el general retirado de cuatro estrellas John Kelly, que recurre a la disciplina del Ejército para que, de una vez, el presidente ejerza como tal, gobierne y así pueda aplacar todas las polémicas que lo rodean, con el Rusiagate a la cabeza.

En campaña, Trump parecía que no necesitaba credenciales para llevar el país. Si podía ser promotor inmobiliario en Nueva York, no le resultaría difícil dirigir Estados Unidos, pensaron también sus votantes. Pero la realidad es bien distinta, el presidente de Estados Unidos está al frente del Gobierno federal, es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, el jefe de la Administración y, al menos hasta ahora, al que miraban los líderes en Europa y otras potencias de la comunidad internacional para resolver los grances problemas.

Para conseguir este objetivo y redirigir la fallida Administración, Kelly –que sustituyó a Reince Priebus al frente del Gabinete y que había descrito la Casa Blanca como el lugar peor organizado que jamás ha visto– ha impuesto una fuerte disciplina. De momento, las puertas del Despacho Oval tienen que permanecer siempre cerradas desde que él es el jefe de Gabinete. Ha echado a la plantilla formada por los amigos de la hija de Trump, Ivanka, y su yerno Jared Kushner de las reuniones de alto nivel. A ellos, ya les dejó claro quién manda en la Casa Blanca cuando despidió a su allegado, el director de Comunicación Anthony Scaramucci, después de que se publicasen sus insultos a Priebus y al jefe de Estrategia Steve Bannon. Les ha demostrado que se debe respetar la cadena de mando al apoyar sin titubeos la decisión del general retirado H. R. McMaster, consejero de Seguridad Nacional, de deshacerse de Ezra Cohen-Watnick, amigo y aliado de Kushner, del Consejo de Seguridad Nacional en contra de los deseos del yerno de Trump y de Bannon.

Sin embargo, todo depende del presidente. Los métodos marciales de Kelly sólo tendrán éxito si sigue sus consejos Trump, el cual se enorgullece de no hacer caso a nadie. En cambio, el mandatario tiene enfrente a un veterano de guerra de combate, el cual ya le demostró su temperamento al principio de la Administración cuando era jefe de Seguridad Nacional y reinaba el caos en la Casa Blanca. Entonces, mantuvo una teleconferencia muy tensa con el jefe del departamento de Estado, Rex Tillerson, y otros miembros del Gabinete debido al decreto de la prohibición de viaje desde siete países musulmanes, firmado el 27 de enero. Nadie le había informado con antelación y eran sus hombres del Fronteras y Aduanas los que tenían que aplicar la orden presidencial, mientras reinaba el desorden en los aeropuertos.

Desde entonces, ante el desastre que empezó a imperar en la Casa Blanca, hizo un pacto con el también general retirado James Mattis, jefe del Pentágono: programarían sus viajes fuera de Estados Unidos para que jamás coincidiesen fuera del país. Es decir, ninguno estaría nunca a menos de tres o cuatro horas de vuelo de Washington. A pesar de estos primeros exitosos pasos, Kelly tiene por delante instaurar la camaradería en el Ala Oeste, terminar con las filtraciones, establecer una disciplina y hacer que la plantilla de la Casa Blanca se olvide de las investigaciones sobre Rusia.

De momento, ha advertido de que no tiene previsto controlar al presidente. Sólo a la plantilla de la Casa Blanca. Sobre todo porque teme fracasar si lo intenta. Por ahora, da la sensación de que Trump le ha escuchado durante los primeros días en su puesto. Todo puede cambiar en cualquier momento con el republicano. Pero ya ha llamado la atención que estos días el presidente no haya respondido en Twitter con una cascada de mensajes a las informaciones de que el ex director del FBI Robert Mueller, encargado de la investigación del departamento de Justicia sobre Rusia, haya formado un gran jurado, que investigará, entre otros, los movimientos financieros del equipo del presidente.

Mientras, ayer, se supo a través de una información en «The New York Times» que ha solicitado a la Casa Blanca documentación sobre el ex consejero de Seguridad Nacional Michael T. Flynn –el cual tuvo que dimitir por mentir sobre su relación con Moscú– y ha interrogado a testigos sobre si recibió pagos del Gobierno turco en los últimos meses de la campaña.