Corea del Norte

Un salto cualitativo en el arsenal atómico

Desde su llegada al poder hace seis años, Kim Jong Un ha modernizado su programa armamentístico con la posible compra de tecnología ucraniana.

El director del centro sísmico de Corea del Sur muestra sobre la pantalla el lugar de la explosión de la bomba de hidrógeno
El director del centro sísmico de Corea del Sur muestra sobre la pantalla el lugar de la explosión de la bomba de hidrógenolarazon

Desde su llegada al poder hace seis años, Kim Jong Un ha modernizado su programa armamentístico con la posible compra de tecnología ucraniana.

Las frustraciones de la Administración Trump con todo esto que está sucediendo en Corea del Norte son evidentes. Asimismo está clara la ansiedad en Asia, especialmente en Corea del Sur y Japón. El presidente Trump se está preguntando cómo puede ser posible que con todos los poderes a su disposición no logre terminar con el chantaje nuclear del pintoresco Kim Jong Un, tercer líder de esta especie de monarquía hereditaria comunista que viene padeciendo Corea del Norte desde hace demasiados años.

Cuando no se logra encontrar respuesta a una pregunta, la experiencia me ha enseñado que suele ser porque la pregunta está mal formulada. Quizás los norteamericanos deberían dejar de plantearse cómo impedir que Kim Jong Un tenga armas nucleares y empezar a preguntarse más bien cómo lograr que nunca las pueda emplear racionalmente. La tecnología para fabricar una bomba nuclear es conocida y está al alcance de muchas naciones. Entre ellas, Corea del Norte. Lo que es más difícil es conseguir las centrifugadoras para enriquecer el uranio y el resto de materiales y equipos específicos que están muy controlados internacionalmente. Pero cuando una nación considera que hay algo fundamental en juego, estas barreras pueden ser transgredidas. Así pasó con Pakistán, India, Israel y, últimamente, Corea del Norte. Para fabricar misiles balísticos capaces de salir de la atmósfera, viajar por el espacio una larga distancia y reentrar sobre un blanco específico, hay que contar con otra tecnología que sólo se suele alcanzar tras numerosas pruebas y bastantes fracasos. Un misil balístico es en sí mismo una bomba que debe entregar controlada, pero muy rápidamente, toda su energía. Miles de cosas pueden ir mal con un misil. Sólo cuando se han lanzado muchos podemos estar relativamente confiados de que su trayectoria no va a acabar con una enorme explosión. Para soslayar esta necesidad de pruebas exhaustivas se puede recurrir a comprar la tecnología a quien ya la ha desarrollado. Hay muchas preguntas sobre una antigua fábrica ucraniana de misiles para la Unión Soviética. Quizás Kim pueda responder alguna de ellas. Lo que ya es bastante más difícil de conseguir es miniaturizar ese arma nuclear para que quepa en el cono del misil y conseguir un vehículo resistente a las enormes vibraciones y temperaturas que acompañan a su reentrada en la atmósfera. Para lograr esto va a tener pocas ayudas. Eso es lo que le falta de momento a Pyongyang.

Las naciones con armas nucleares se podrían agrupar en dos categorías: EE UU y Rusia y otras siete naciones. Las diferencias entre ambas clases son notables. Los dos primeros tienen miles de cabezas nucleares en misiles instalados en tierra, submarinos y a bordo de bombarderos de largo alcance. Son tantos estos explosivos termonucleares y sus plataformas de lanzamiento tan variadas y dispersas que no hay garantía de que un ataque preventivo pueda acabar con todas ellas. Es más, podrían quedar suficientes para un contraataque devastador contra las ciudades de la nación que hubiese iniciado el conflicto. Este empate en el terror ha originado con los años dos consecuencias positivas: que surja una doctrina la Mutua Destrucción Asegurada, que reconoce la imposibilidad de alcanzar beneficio racional alguno iniciando un ataque, y alcanzar unos acuerdos sobre limitación de armas estratégicas (el New START actualmente en vigor).

Francia, Reino Unido, India, Pakistán, Israel, China y Corea del Norte poseen estas armas por diferentes motivos. Probablemente China pase al primer grupo dentro de poco. Es evidente que el objetivo básico del Gobierno de los Kim ha sido y es la perpetuación de su régimen hereditario y comunista. Aunque en su día alguien en EE UU pudo imaginar que el régimen norcoreano buscaba meramente una baza negociadora dotándose con armas de destrucción masiva, hoy hay consenso de, que pase lo que pase, Kim no va a desarmarse unilateralmente. Especialmente después de ver lo que sucedió con Gadafi en Libia y Sadam Husein en Irak.

Está claro que ante un ataque norteamericano, el contraataque convencional y nuclear sobre Seúl, el resto de Corea del Sur y Japón seria devastador. Pese a las bravatas de Trump, es evidente que no hay estómago para lanzar un ataque preventivo por las funestas consecuencias que podría traer al liderazgo norteamericano en Asia. Por lo tanto, creo que ha llegado el momento de dejar de preguntarse sobre qué hacer ante algo que parece inevitable: el que dentro de unos pocos años Corea del Norte tendrá capacidad operativa probada para desatar un ataque nuclear. Habrá que vivir con ello como en su día EE UU aceptó que lo lograran las naciones del segundo grupo. Lo que sí puede tener respuesta positiva es cómo conseguir derribar ese puñado de hipotéticos misiles coreanos volando hacia EE UU o sus aliados asiáticos. El sistema de defensa contra misiles antibalísticos (ABMD), capaz de neutralizar un pequeño número de misiles atacantes, pero no una salva numerosa, está al alcance de la mano.

Quedan todavía unos pocos años para que Kim tenga la capacidad probada de atacar con misiles nucleares a EE UU, a Corea del Sur o a Japón. Probablemente los mismos años que tardarán los norteamericanos en demostrar a su vez que pueden derribar una salva del tamaño coreano. Y si de todos modos este ataque se produjera, estaría justificado un contraataque norteamericano del mismo tipo sobre algún blanco proporcional en Corea del Norte. Esta advertencia previa sería probablemente entendida tanto por los Kim actuales como por sus posibles imitadores futuros y traería una cierta seguridad a los angustiados japoneses y surcoreanos. Señor Trump: menos bravatas sobre lo inevitable y más preparación para defenderse ante lo previsible.