Represión en Venezuela

Venezuela, un país en llamas

La Razón
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Nadie o casi nadie cree en los milagros en Venezuela, pues pareciera que las maldiciones de Martín Lutero sobre América Latina están vivas. Ya los ruegos del Papa Francisco no tienen eco en el cielo, mucho menos en la tierra de Simón Bolivar. El Gobierno, que inició su tarea de desmantelar el Estado en 1998 con la victoria del teniente coronel Hugo Chávez a la cabeza, no cesa de crear una nueva narrativa en el país, utilizando el hambre de los pobres como estandarte para atornillarse en el poder.

A principios de 1999, Chávez fue claro cuando dijo que los revolucionarios no negocian. Y Nicolás Maduro, el presidente, fue más explícito al decir que lo que no se consigue con los votos se logra con las armas. De ahí que la Constituyente que hoy se vota en Venezuela, sigue su curso a pesar de que los mentores cubanos le aconsejan dejarla sin efecto, mientras que el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero repite la inconveniencia política de la misma.

El régimen chavista tiene varios escenarios para lidiar después de las elecciones de hoy. Hay que insistir que el Gobierno está débil, pero no caído. Controla el poder de fuego de unas Fuerzas Armadas divididas, de los grupos paramilitares o colectivos y de asesores ligados a Hizbulá, al Estado Islámico y reductos de ETA y de las FARC. Así mismo, controla unos 30 millones de dólares diarios que se ingresan por venta de crudo a los estadounidenses. La represión es total. Con ello buscan el enfrentamiento armado con la disidencia. Una salida al estilo de Nicaragua está en la mesa. Otro opción. Maduro se va, se hacen elecciones. Gana la oposición, aglutinada en la Mesa de la Unidad Democrática, y entre otras garantías se respetan bienes y vidas de los jefes chavistas.

También se evalúa otro escenario, emulando el caso de Egipto, donde se instala una junta cívico-militar, se deja quieta a la nomenclatura oficialista y quien preside la misma se lanza a conquistar el poder por medio de elecciones, donde participa la Mesa de la Unidad Democrática.

Una tercera variable es la de construir una ingobernanza incontrolable que dé incentivo a un golpe militar insurrecional de corte nacionalista y populista, que ofrezca un abanico de acciones donde la convocatoria de elecciones libres se pueda dar sin definir ni tiempo ni condiciones.

En cualquier escenario, la negociación es un factor obligado, ya sea por un grupo de países amigos como Bolivia, Ecuador, Chile o Brasil, sin descartar a Colombia, con mediación de la Unión Europea, donde puede facilitar un grupo de ex presidentes (Zapatero, Torrijos, Pastrana, Lagos o Pepe Mujica), con la veeduría de la Santa Sede. Detrás de estos intermediarios hay que descifrar y buscar los diferentes códigos por los cuales fluctúan los intereses de países como Estados Unidos, Rusia, China, Cuba, Bielorrusia e Irán y Siria.

Se observa un cansancio en la mayoría de los organismos multilaterales y el Vaticano, y hay afán en plasmar una hoja de ruta que permita consolidar una agenda que sea verificable, factible y aceptable. El régimen de Maduro tiene la Constituyente como mecanismo de presión. La oposición mantiene la gente en la calle con igual objetivo. El diálogo sigue sin cámaras de televisión, pero hay gente de ambos lados interesadas en satanizar los encuentros. Con Constituyente o no, Venezuela amanecerá el 31 de julio a la expectativa, mirando al cielo y rogando por si aparece el milagro más esperado por los 30 millones de venezolanos que gritan a los cuatro vientos por la paz, los alimentos, las medicinas y la seguridad. Como diría el ex presidente Carlos Andrés Pérez, «amanecerá y veremos».