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José Manuel Otero Novas: «Hicimos un Estado federal, pero nunca están conformes»

José Manuel Otero Novas: «Hicimos un Estado federal, pero nunca están conformes»
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Fue ministro de Presidencia y de Educación con Suárez en plena Transición. Lo cuenta en «Lo que yo viví. Memorias políticas y reflexiones»

A principios de los 70 nacieron una serie de colectivos sociales que apostaron por una salida democrática al régimen de Franco. Especialmente significativo fue el Grupo Tácito, de ideas democristianas, verdadero semillero político del que salieron un buen número de dirigentes de UCD, ganadora de las primeras elecciones democráticas. Uno de sus miembros fue José Manuel Otero Novas, mano derecha de Suárez como ministro de la Presidencia y de Educación, quien presentó en la Universidad San Pablo CEU «Lo que yo viví. Memorias políticas y reflexiones» (Ed. Prensa Ibérica) acompañado de Carlos Romero, Alfonso Osorio –ex vicepresidente del Gobierno– y la periodista Ana Samboal. Un libro en el que explica grandes momentos de la Transición junto a tramas menos conocidas y reflexiona sobre los procesos de reforma política en España hasta el día de hoy.

–¿Cuál era su cometido en el Grupo Tácito?

–Como ahora, que estoy al margen de la política, pero participando en proyectos de futuro que sirvan para el bien común desde los principios cristianos. Hago trabajos políticos, planes, ayudo a buscar soluciones... Y en Tácito fue lo mismo. Su éxito fue el marcado protagonismo que tuvo en los gobiernos de la Transición. Yo sólo entré en política después de morir Franco.

–Fue germen de muchos de los políticos que protagonizaron la Transición.

–La UCD tenía componentes muy diversos: los azules, que venían de Falange, algunos de gran valía como el propio Suárez y Martín Villa; socialdemócratas y liberales, pocos. La gran mayoría eran democristianos del Grupo Tácito, que era un proyecto para el futuro y que, una vez que se entró en política, desapareció.

–¿Se ha mitificado la Transición?

–El balance global ha sido fantástico, aunque digo en el libro que también tuvo notables defectos. Hay cosas que se hicieron mal, como el Estado de las Autonomías o como aceptar un proceso constituyente de año y medio sometidos a presiones y exigencias, cuando con tres meses hubiese bastado.

–Considera la Ley de Reforma Política más importante que la Constitución.

–Fue el instrumento esencial de la Transición y de todo lo que ocurrió después. Fue una obra del Gobierno y la oposición participó muy poco. Suárez quería el apoyo de todos, pero la izquierda no se adhería porque no era su obra. Con la Constitución sí se sintieron llamados. La grandeza de Suárez fue quitarse protagonismo personal y dárselo a todo el Parlamento.

–¿Por qué cedieron los jerarcas del régimen?

–Todo el mundo creía, en España y fuera, que al morir Franco nos enfrentaríamos y no fue así. Históricamente, los cambios políticos se hicieron con guerras y revoluciones, pero hay excepciones que se produjeron por agotamiento de los regímenes. Sus dirigentes son conscientes de los problemas, pero no pueden con ellos. Si alguien con ideas los convence de que es mejor cambiar que la revolución, puede hacerse pacíficamente. Suárez fue capaz de convencerlos de que sería mejor una nueva vida con el Rey a la cabeza. Con su respaldo se la jugó, pero pudo haber acabado delante de un pelotón de fusilamiento.

En 1989 volvió al Parlamento con el PP, ¿por qué lo hizo?

–Volví porque me lo pidió Fraga, uno de los personajes más importantes de España en el siglo pasado. Me propuso entrar en el partido para hacer un centro derecha fuerte y le dije que sí. Por él volví al Parlamento.

–Y en 1996 dejó la política definitivamente. ¿Perdió las ilusiones?

–Yo siempre tuve otros proyectos y es difícil permanecer en un partido si tienes otra vida alternativa. Mi idea de la política es hacer un servicio y marcharte. Además, debes soportar en tu mismo partido a compañeros que están permanentemente poniéndote la zancadilla y estaba harto. Los ataques de adversarios te vienen de tus propias filas, así que preferí irme antes que enfadarme y acabar como enemigos.

–¿Qué opina de los que hacen de la política su profesión?

–La profesionalización tiene algunas ventajas, como la estabilidad, pero unos inconvenientes inmensos. Si desde joven estás en el partido sin trabajar, te falta experiencia y cultura de la vida. Y si vives de la política, siempre dirás «sí, jefe», porque es la única manera de subir. Así se representa al jefe, no al pueblo, y eso provoca sumisión y caudillismo. Algo fatal que pervierte la democracia.

¿Una asignatura pendiente de nuestra democracia es no haber consensuado una ley de educación?

–Distingo dos planos: uno es el de los planes de enseñanza, que para mí son secundarios; como ministro me propuse no tocarlos y respetar lo que había. Otro es el ideológico, que es la clave. Yo me lo propuse, aunque no pudo ser. Pretendía establecer una igualdad a la que no hemos llegado. Cuando se trata de escuela pública o privada, hay ayudas a unos y otros, hay ideario... El consenso es dificilísimo.

–¿Qué opina de la actual deriva nacionalista?

–Yo soy uno de los principales responsables del Estado de las Autonomías. Desde los 80 están reivindicando más de lo que la Constitución les da y los gobiernos han cedido. Yo creo que el apaciguamiento es una de las causas de guerras. La cesión calma las cosas quince días, pero no en el futuro. Esto pasó en la II República y se la cargaron. Cuanto más cedes, más difícil es volver atrás. Con Franco estaba a cero y la ETA quería el 100. Nosotros dimos el 50. Hicimos un Estado federal y nunca están conformes. Si cedes el 95 o el 100, después vendrán los demás reclamando lo mismo y eso se carga el sistema. Hasta ahora, la cuestión territorial siempre terminó con guerras.

–¿Cómo ve la actualidad política? ¿Qué es peor, la crisis o la falta de ética?

–La corrupción es lo peor. De la crisis, tarde o temprano se sale, pero lo otro corrompe la fe en el sistema. Se quitaron las medidas de control y cuando tienes todos los días la posibilidad, algunos ceden a la tentación.