Ángela Vallvey

La mujer como negocio

El cuerpo de las mujeres está sometido a tantas presiones comerciales que lo raro es que sus usuarias consigan mantener la cordura a partir de los doce años. Las órdenes que recibe la mujer para ser esto y lo otro son demasiadas, contradictorias y de imposible cumplimento. Desde una coacción abusiva para llevar el mismo peinado insostenible que Kim Jong-un, a la moda del «thigh gap», agujero entre los muslos que, de no existir, los dictadores del cuerpo femenino juran que denota gordura, aunque una mida 1,75 y pese 30 kgs... El «bikini bridge» es otro mandamiento-pollada que obliga a las mujeres a entrar en pánico si la braga de su bikini no deja un hueco, entre cadera y cadera, suficiente para alojar a un «hooker» de rugby americano, con su balón y todo.

La última moda-chorra recién llegada de no se sabe dónde, decreta y manda que el Monte de Venus femenino tiene que ser más plano que el encefalograma de quien ha ideado tal patraña. O sea, que las partes pudendas femeninas deben dejar de tener la suave protuberancia que dio origen a su denominación sensualmente geográfica de «monte» para aspirar a la engañifa del «erial». Como si un yermo pudiera ser ideal de nada. Como si una «tábula rasa» pergeñada en quirófano pudiese sustituir a la emoción de escalar remolonamente la cuesta que conduce al amor, al origen del mundo. Dicen los gurús que mandan sobre la incertidumbre y las dudas femeninas, que hay que operarse el Monte de Venus para dejarlo romo y chato, «chuchurrío». Lo juran los expertos en fabricar complejos para las mujeres, las mismas mujeres que aún cobran por su trabajo menos que los hombres.

Aunque, como dice mi amiga Marilarva (famosa artista regional): «¡Pues peor es lo mío, que cobro menos que las mujeres!»...