Restringido

Las prisas de Ciudadanos

La larga tradición de crisis de las democracias occidentales dicta que tras la denostación de los viejos partidos surgen otros nuevos. Normalmente su origen está en algún movimiento social de protesta o de defensa de intereses en torno a algunas personalidades con relevancia pública. En España es el caso de Ciudadanos (C’s) y de Podemos. El más interesante, una vez que la gente de Pablo Iglesias ha tocado abruptamente techo para iniciar un descontrolado descenso, es el del partido de Albert Rivera. C’s nació en 2005 como respuesta a la indefensión que sentía una parte de los catalanes. Adquirió entonces una personalidad como partido de oposición, es decir, como organización constituida para contener la uniformidad nacionalista, y sostener la libertad y los derechos de una sociedad plural. La asunción de este papel opositor fue fácil, dejando aparte las amenazas e insultos de descerebrados, que, por otro lado, reciben todos los políticos conocidos.

Fue fácil, digo, en el sentido de que un partido concebido para ser oposición tiene una articulación interna cómoda gracias a la comunidad solidaria que proporciona tener un único interés. En esta fase, los objetivos particulares de sus miembros quedan subsumidos en el objetivo colectivo, que se convierte en «la causa» y ante el que casi todo es sacrificable. En el caso de C’s, cuando solo era Ciutadans, era la libertad garantizada en la Constitución de 1978, que se percibía como la gran tarea común. Cumplió bien su papel, y su labor de oposición hizo crecer el partido y proyectar públicamente a su líder. Ahora la cuestión es otra, porque han decidido convertirse en un partido de ámbito nacional. El riesgo de esta empresa está en la rapidez con la que quieren pasar de lo que los politólogos italianos llaman «partido de oposición», lo que han sido en Cataluña, a «partido de gobierno» en toda España, algo a lo que aspiran en un solo año.

La clave principal es la creación de una nueva identidad. C’s ya no puede ser el paladín del constitucionalismo en Cataluña porque es un discurso limitado y contradictorio con su mensaje actual de que la Constitución –«el régimen», que dicen los de Podemos– no funciona. Por eso se han dotado de un programa titubeante entre la socialdemocracia y el liberalismo social, trufado de las típicas medidas regeneradoras sobre la Justicia y la corrupción. Esta identidad marca su capacidad para sentarse en las «mesas de juego» político con el PP y el PSOE y pactar programas y reparto de poder. Ése es el momento justo en el que el interés colectivo inicial se sustituye por los intereses individuales de los dirigentes locales, y el poder particular se convierte en el objetivo principal. Las escenas de Juan Marín en Andalucía para la investidura, o no, de Susana Díaz, son un buen ejemplo.

La expansión nacional, además, requiere un enorme esfuerzo de control de dirigentes locales y de la militancia, que solo se puede ejercer, y especialmente a la velocidad que quiere C’s, a través de la concentración y la centralización del poder. Es preciso evitar el desembarco inevitable de oportunistas y, al tiempo, en un complicado equilibrio, mostrarse receptivo con los tránsfugas de UPyD, por ejemplo. Esto se complica si se combina con un discurso de democracia interna en un momento de alta participación generada por la ilusión de la novedad. Y eso sin contar que la extensión por todo el territorio ha sido a marchas forzadas. El biombo que tapa estas debilidades es el hiperliderazgo, en el que da la sensación de que el jefe se presenta en todas las elecciones y en cualquier lugar, convirtiéndose en la superestrella detrás de la cual solo aparecen sombras. En esto no hay diferencia entre C’s y Podemos.

La segunda fase a la que se va a enfrentar C’s es la que Angelo Panebianco, politólogo italiano, llama «institucionalización»: pactos para la gobernabilidad, reparto de cargos y presupuestos públicos, privilegios, burocratización, desigualdad dentro del partido, apatía de los afiliados y la voluntad de los jefes de permanecer en la política porque es su lucrativa profesión. Es en ese momento, en el que quiere dar el salto a «partido de gobierno», cuando el partido se la juega.

La creencia sobre la insoportable existencia de nuestra democracia porque existen corruptos –la historia de la corrupción es paralela a la de la Humanidad– ha llevado a C’s, que es un proyecto loable de recambio de la izquierda, a considerar un ahora o nunca con demasiadas prisas. La pena, o el problema, es que los errores de la precipitación provoquen que esa gente bienintencionada que hace política gratis por las calles pidiendo el voto para sus jefes, pierda la ilusión, el bien más cotizado en democracia.