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Álvaro y Alejandra Ortiz-Echagüe: «Si de verdad quieres puedes montar una empresa»

Álvaro y Alejandra Ortiz-Echagüe / Empresarios. El reto de cinco jóvenes, la marca de zapatos Wolffi, es autosuficiente sólo unos meses después de crearse sin subvenciones

Alejandra y Álvaro Ortiz-Echagüe
Alejandra y Álvaro Ortiz-Echagüelarazon

El reto de cinco jóvenes, la marca de zapatos Wolffi, es autosuficiente sólo unos meses después de crearse sin subvenciones

Hace apenas cuatro días, Carlos Sainz Jr. apareció en el plató de «El Hormiguero» con un regalo para Pablo Motos. Se trataba de unos Wolffi, una marca de zapatos creada por él y cuatro amigos más, que ya está pegando fuerte. Y no sólo porque tenga de embajador a todo un piloto de Fórmula 1, que también, sino porque une originalidad a calidad y precio. Un reto en estos tiempos, en los que cualquiera desea encontrar la fórmula mágica, para salir adelante.

Aunque lo cierto es que los chicos a los que se les ocurrió la idea, metidos a empresarios, no son precisamente unos chavales dedicados a mirar al techo y a pensar en piedras filosofales. Además del piloto, hay dos estudiantes de Ingeniería Industrial, Álvaro Ortiz-Echagüe y Pablo Cominges, una graduada en Periodismo, Publicidad y RRPP, Alejandra Ortiz-Echagüe (hermana de Álvaro) y un estudiante de Administración y Dirección de Empresas, José Mollinedo. Un equipo completo dispuesto, como tantos otros jóvenes, a afrontar la vida, vengan como vengan los tiempos. La idea de esta empresa se le ocurrió a los hermanos Ortiz-Echagüe, prototipo de JASP (¿recuerdan? Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados).

- Mocasines de colores

Álvaro, pese a su juventud (20 años) llevaba tiempo pensando en la posibilidad de tener una marca propia. Un día se colocó unos mocasines de colores, muy llamativos y tuvieron tanto éxito que pensó que por ahí podía ir la idea. «Fue a finales de 2014 cuando nos lanzamos a la piscina. Nos pusimos en contacto con una fábrica en Alicante, empezamos a hacer números y a plantearnos si esta empresa podía funcionar de verdad. A partir de ahí, comenzamos a hacer diseños y diseños hasta que todos los socios coincidimos en los modelos que queríamos», cuenta Álvaro.

Después de mucho hablar, zascandilear y conseguir el dinero con el que arrancar, como cualquier empresario, por fin, el 7 de mayo, recibieron los primeros zapatos y ese mismo día comenzaron las ventas. «Además de nosotros cinco –cuenta Alejandra–, hay dos socios capitalistas en el proyecto: nuestra madre, Belén Tiagonce, y nuestro tío, Borja Ortiz-Echagüe, a su vez manager de Carlos Sainz. Gracias a Dios no nos hizo falta mucho capital porque dimos con una buena fábrica. Aún así, pedimos préstamos, cada uno a quien pudo. A día de hoy, Wolffi es autosuficiente y no hemos pedido subvenciones, aunque no lo descartamos en un futuro».

Está claro que el apoyo familiar es muy importante. Gracias a él se han levantado la mayor parte de las pequeñas y medianas empresas de este país, pero también es necesario que los socios tengan las obligaciones bien claras. «Desde luego, por eso cada uno tenemos una tarea. Están asignadas desde un principio e intentamos llevarlas a rajatabla, aunque nos entendemos muy bien y si alguno no puede hacerla siempre encuentra ayuda. La parte de las finanzas la llevo yo; el tema del diseño, entre Alejandra y yo; los medios, Alejandra; la imagen, Carlos Sainz; el correo electrónico y el stock, José Mollinedo, y la página web (www.wolffi.com), Pablo Cominges. Pero insisto, todo lo hacemos entre todos, salvo la imagen que, definitivamente, es cosa de Carlos, que para eso es piloto de Fórmula 1», explica Álvaro.

Da gusto hablar con Alejandra y Álvaro. Y no sólo porque sean guapísimos, educadísimos, comprometidos con asuntos solidarios o emprendedores sino por lo bien que se llevan. «Hemos tenido la suerte de tener una familia maravillosa, que nos ha inculcado desde pequeños la importancia que tiene ser familiar –asegura Alejandra–. Nos llevamos muy bien porque es lo que hemos visto en casa. A la gente le parece raro que nos entendamos tan bien. Nuestros amigos hacen bromas y nos llaman los Lannister (la familia de «Juego de Tronos»), por lo bien que nos entendemos y lo mucho que nos queremos».

Para que luego digan esto y aquello de la juventud de hoy. Está claro que quienes se ponen en marcha, sobre todo si están respaldados por una buena formación y por el cariño familiar, salen adelante. «Nosotros animamos a todo aquel que tenga motivación y ganas de crear un proyecto desde cero a que lo haga. Las ganas son el único ingrediente verdaderamente necesario –apunta Álvaro–. Si quieres, puedes. Pero hay que querer mucho, porque no es tan fácil como nos imaginamos. Hay muchas trabas en el camino, aunque con trabajo, esfuerzo y dedicación todo se consigue... Eso sí, pediríamos a los gobernantes que facilitaran todos los trámites en la Agencia Tributaria y la Seguridad Social para abrir una sociedad y para su mantenimiento. Se lo podrían poner un poco más fácil a los emprendedores».

Está claro. Como también que estos chicos lo tienen todo para conseguir la luna. Me queda la curiosidad de saber qué significa el nombre de su marca Wolffi. «Surgió en un momento un poco difícil para la carrera profesional de Carlos, en el que no tenía muy claro su futuro –cuenta Alejandra–. Redbull acababa de fichar a Verstappen y Álvaro, como gran amigo suyo, le apoyaba y animaba diciéndole que Toto Wolff, director de Mercedes Benz en Fórmula 2, era su salvación. Desde entonces, por su insistencia, toda la familia Sainz pasó a llamar a Álvaro Wolff».

Digo yo, que al tal Toto, habría que mandarle unos mocasines de la marca. «Claro. Ya los tiene. Conseguimos dárselos en el circuito de Montmeló en Barcelona», revela Álvaro. Llevan muy poco tiempo, pero tienen ya varios modelos y muchos adictos a una marca con filosofía propia. «Es una marca hippie, arriesgada, bohemia... Así pues, no es para todo el mundo sino para el que tenga un espíritu joven y aventurero. Como el nuestro», desgrana Alejandra. Yo ya tengo mis wolffi.

Personal e intransferible.

Álvaro y Alejandra nacieron en Madrid, él en 1995 y ella en 1993. Están los dos solteros y sin hijos, aunque Álvaro tiene novia. Se sienten orgullosos, ella de su familia y él, «de la vida que me ha tocado vivir». A Alejandra no le gusta arrepentirse de nada porque está «convencida de que todo pasa por algo» y Álvaro se arrepiente «de poco o de nada». Alejandra perdona «porque todo el mundo puede cometer errores» y olvida; Álvaro «perdona pero tarda en olvidar». A los dos les hacen reír muchas cosas y son de poco llorar. A una isla desierta Álvaro se llevaría «mil cosas» y Alejandra «unos wolffi». Álvaro es amante de «la sidra y el cachopo» y Alejandra «del vino tinto y el queso». La manía de Álvaro es «el orden» y la de Alejandra, «pintarse las uñas constantemente». Alejandra ha dejado el vicio del tabaco («espero no tenerlo nunca más») y el vicio de Álvaro es «el deporte». Él sueña con «triunfar» y ella «con formar una familia y ser muy feliz». De mayores, Alejandra querría «tener éxito como empresaria y periodista» y Álvaro, «ser un buen empresario». Y si volvieran a nacer, Alejandra no se imagina «siendo otra persona, animal o cosa...» y Álvaro no se cambiaría «por nadie».