Obituario

Así fueron los últimos días de Carmen Franco

La aristócrata, aquejada de un cáncer terminal, era consciente de que su vida se apagaba. No comía ni bebía y ya no quería hablar. A pesar de tener una enfermera las 24 horas del día, sus hijos, y también sus nietos, se turnaban para que nunca estuviese sola. Su mejor amiga, María Dolores Bermúdez de Castro, nos contó cómo era su día a día

Carmen Franco, en una imagen de archivo, ya no sale de su domicilio en el barrio de Salamanca de Madrid
Carmen Franco, en una imagen de archivo, ya no sale de su domicilio en el barrio de Salamanca de Madridlarazon

La aristócrata, aquejada de un cáncer terminal, era consciente de que su vida se apagaba. No comía ni bebía y ya no quería hablar. A pesar de tener una enfermera las 24 horas del día, sus hijos, y también sus nietos, se turnaban para que nunca estuviese sola. Su mejor amiga, María Dolores Bermúdez de Castro, nos contó cómo era su día a día.

Hablamos con María Dolores Bermúdez de Castro, la mejor amiga de Carmen y la única visita que la hija del que fuera Jefe del Estado, Francisco Franco, aceptó en esos momentos. María Dolores acudía todos los días a las cinco de la tarde al piso de la calle Hermanos Bécquer del barrio de Salamanca en Madrid para hacer compañía a su amiga. Apenas hablaban y tan solo a las ocho de la tarde Carmen parecía animarse un poco cuando María Dolores le ponía en la televisión el programa «Pasapalabra».

«La cabeza la tiene muy bien. Ella sabe que su cáncer es terminal porque, cuando se lo encontraron, le dijeron que era cuestión de pocas semanas», revela a LA RAZÓN María Dolores. No quisieron ocultarle la gravedad de la dolencia y sin tapujos le anunciaron que era cuestión de días. Desde entonces, lo afrontó con tanta entereza que estuvo organizando todos los detalles para su despedida. Tanto es así, que este año, que no pudo ir a su puesto en el Rastrillo de Nuevo Futuro, estuvo informada al detalle de todo lo que ocurría, quién iba e, incluso, ella les preparó unos objetos para que los vendiesen y les pidió que, al contrario que otros años, que lo que no se vendía se lo llevaban al sótano de su casa madrileña, que en esta ocasión no podían usarlo como guardamuebles porque lo quería dejar vacío. «El sótano se ha quedado limpísimo. No se llevó nada del Rastrillo para guardar allí, como hacíamos siempre, pero es lo que ella me pidió», añade.

Al parecer, según nos cuenta su amiga, el cáncer se lo detectaron al regreso de un viaje de un crucero que ambas amigas hicieron en septiembre por el Rhin. Fue antes del verano cuando María Dolores pareció notar algo en Carmen y le aconsejó acudir al médico: «Le dije que se realizara un chequeo, pero no quiso en ese momento y se lo hizo a primeros de octubre, que fue cuando se lo detectaron. Allí también le dijeron que era terminal y que apenas duraría semanas, pero ya son meses».

«no sale de la cama»

La duquesa de Franco, al parecer, estaba bien pero no hablaba y apenas contestabacon un escueto sí o no. «Carmen puede hablar, pero no quiere. Ya no sale de la cama. Le han puesto una articulada que le facilita cambiar de postura, pero no quiere bajar de ella y ya no recibe visitas». Prácticamente pasaba el día como adormilada, pero no se quejaba de dolores. Y aunque nada se lo impedía, no quería comer bocado: «Le inventamos todo tipo de comidas ricas, esas cosas que a ella siempre le han gustado, pero no tiene ganas. Tan solo bebe un poquito de agua a buchitos. Yo creo que no tiene ganas de vivir. Carmen ya lo sabe todo y está entregada. No quiere luchar. Ella disfrutaba mucho de la vida, íbamos al cine todas las semanas, le gustaba ver la televisión, pedía siempre la prensa, pero ni lee los periódicos. Ya no le interesa nada. No pide nada». Los siete hijos se alternaron para dormir en su casa y, aunque hay una enfermera las veinticuatro horas del día, los hijos prefirieron hacer turnos y quedarse cada día uno con su madre. «Todos los hijos, Carmen, Mariola, Francis, Arancha, Cristóbal, Merry y Jaime, estaban muy pendientes de su madre y en la casa hay un cuarto preparado para el hijo que le toque quedarse a dormir».

A pesar del aparente desinterés por lo que pasa en el mundo exterior, sí que se enteró de la reciente muerte de la condesa viuda de Romanones, Aline Griffith: «Yo ya lo sabía, pero al día siguiente de fallecer, que era muy amiga nuestra, cuando fui a ver a Carmen, enseguida me dijo: ‘‘¿Sabes que ha muerto Aline? Sí, sí, lo sé’’, le contesté, simplemente. Carmen estaba perfecta de cabeza y, a lo mejor, si no le hubieran dicho toda la verdad de su enfermedad, podría haber tenido una esperanza y quizá lucharía, pero yo vi que está entregada. Quizá, si le hubieran mentido habría tenido ocasión de luchar, pero sabiendo la cruda realidad no se esforzó. Antes de caer tan mal estuvo en los jesuitas y pudo comulgar. Estaba esperando a que Dios se la llevase y sí que es verdad que le influyó mucho lo de Cataluña, aunque en ese momento estaba muy apagada y no seguía las noticias del telediario. Lo único que le divertía era ver “Pasapalabra” y algunas las contesteba y las acertaba porque le divertía seguir el juego. Pasaba malas noches porque estaba adormilada todo el día».

Los hijos estaban pendientes de ella y siempre había dos o tres sentados en la mesa, igual que los nietos, y aunque Carmen disponía de una silla de ruedas que le compró su hija Arancha para moverse por la casa, no tenía ánimo de sentarse con ellos en el comedor. Los nietos también estaban muy pendientes. La abuela, a la que todos llamaban «man», fue como una madre para Luis Alfonso, uno de los nietos que lo está pasando peor. También fueron a verla sus nueras, «las de antes y las de después», según la expresión que utilizaba Carmen Franco para referirse a Nuria March o a María Suelves, que fueron nueras y siempre serán las madres de tres de sus nietos.