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El artículo de Carmen Lomana: Rebelarnos contra la verdad

Carmen Lomana a lo Pedroche, vestida con estrellas
Carmen Lomana a lo Pedroche, vestida con estrellaslarazon

Algunas veces la mentira, la fábula, la ensoñación son una delicia. Construir un mundo de quimeras e ilusión para los niños, contemplar sus caras de emoción en la cabalgata de Reyes, contarles esa leyenda de los Magos de Oriente que llevaron a Jesús oro, incienso y mirra en señal de adoración y respeto y que ahora traen regalos para todos los niños en una noche mágica en la que volvemos a nuestra inocencia y a evocar nuestros más preciosos recuerdos. Buscamos en los pliegues de nuestra memoria para rendir homenaje a nuestra infancia, a ese tiempo sin límites donde todas las expectativas eran posibles.

Recuerdo el día en que algún compañero de colegio me desveló el secreto de los Reyes. Sentí un enorme dolor y no quise creérmelo, era imposible, era demasiado bello para no ser cierto. Tampoco entraba en mis cálculos que mis padres pudiesen gastar tanto dinero en regalos. Eso sólo podían hacerlo los Reyes Magos, y con ese pensamiento seguí un año más sin querer creérmelo, sin querer perder mi inocencia y mi ilusión, sintiendo que al preguntarle a mis padres si eso era cierto ya no habría más despertares con la nariz pegada al cristal del salón sin atrevernos a entrar hasta que ellos se levantasen, intuyendo y pensando cuál de aquellos paquetes primorosamente preparados sería el mío. Por eso, cada noche de Reyes debemos tomarnos la revancha contra el desengaño. Y volver a soñar y a creer en la tradición de una cultura y de la fe con el hechizo simbólico de la mitología.

Ayer me senté en las gradas para ver la cabalgata de Madrid. Llevé un termo con café caliente que compartí con mis simpáticos vecinos de sillas, ellos, universitarios, también se negaban a perder su inocencia, aplaudíamos, gritábamos cuando vimos aparecer a los Reyes en unas galácticas carrozas en las que perdían su importancia. No me gustó. No me gusta nada ese empeño del Ayuntamiento podemita en despojar a los Reyes de sus atributos, de sus coronas, de su magnificencia y de todo aquello que nos hace soñar. Queremos verlos en una carroza con trono, rodeados de sus pajes con antorchas porque vienen de Oriente después de un larguísimo viaje para hacernos felices por unas horas. Cuando de niña pensaba que habían conocido a Jesús y a la Virgen María mi emoción al verlos y tocarles era máxima. Mi rey es Melchor, siempre me dejaba una carta diciéndome cosas bonitas y nunca me reñía, lo cual le agradecía muchísimo. Seguí agradeciendo a mis padres toda la vida que alimentasen así mi imaginación y me hiciesen tan feliz.

Como cada año, reuní el día de Reyes en mi casa a un grupo de amigos que cada vez se hace mayor para tomar un roscón de Reyes delicioso que nos hace el estupendo catering de Isabel Maestre. Es inigualable, debe de tener alguna fórmula secreta. Como secreto, o más bien desconocido, es el origen del roscón en España. Tenemos testimonios del siglo XII, el primero en Navarra, donde se designaba al Rey de La Faba (haba) al niño que la encontraba. Otro testimonio corresponde a Ibn Quzman, poeta andalusí que describe una tradición similar con una torta llamada «hallón» que contenía una moneda. Ambas se han seguido conservando acompañadas de chocolate caliente. Tengo que agradecer a Schweppes por la pequeña barra de gintonics que monté para mi merienda con las deliciosas tónicas prémium de diferentes sabores: cardamomo, jengibre, hibiscus y oriental, que mezcladas con ginebra resultan un auténtico «delicatessen». Otro descubrimiento ha sido el cava Mar de Frades gallego y su riquísimo Albariño. Les recomiendo en estos días rebelarse contra la verdad y seguir con ese candor hasta que termine el sortilegio y volvamos a la áspera realidad.