Estados Unidos

Ivanka, la asesora del ala oeste de la Casa Blanca

Esta semana a la hija mayor de Donald Trump le llueven las críticas tras conocerse que tendrá oficina propia en la residencia presidencial, acto que muchos consideran un paso previo a convertirse en consejera de su padre

La hijísima. Ivanka no exhibe los méritos que debería mostrar un aspirante a consejero presidencial
La hijísima. Ivanka no exhibe los méritos que debería mostrar un aspirante a consejero presidenciallarazon

Esta semana a la hija mayor de Donald Trump le llueven las críticas tras conocerse que tendrá oficina propia en la residencia presidencial, acto que muchos consideran un paso previo a convertirse en consejera de su padre

AIvanka no hay quien la dome. ¿Que qué Ivanka? La única. La pata negra y rubia melena al viento y olé. La hija al cubo. La de los grandes almacenes y el «Made America great again» con trapos tricotados en el sudeste asiático. La favorita de las portadas rosas que asaltan al comprador en la caja del supermercado. La Henry Kissinger que merece un siglo XXI empalagoso y cruel. Ivanka Trump, claro. No hay día ni hora en la que alguien no publique un artículo arreándole. Que si nepotismo, que si tráfico de influencias. ¿Y por qué? ¿Por disponer de un despacho soleado en la cotizadísima Ala Oeste de la Casa Blanca? ¿Por asistir a las reuniones de su padre con el primer ministro japonés o con una Angela Merkell que aún ensaya ante el espejo para aliviar el rictus tipo bótox que lleva incorporado desde que Donald comentó que ambos habían sido espiados por Obama?

Para entendernos: Ivanka está a un salto de ocupar una plaza como colaboradora cercana al presidente sin jurar ningún cargo ni aceptar sueldo alguno. Cuenta con fortuna familiar que la exime de rebañar dinero al Estado –aunque desconocemos si semejante proposición puede encuadrarse en los manuales operativos del laclausismo militante–, está libre de fiscalizaciones –más allá de lo que comente tal o cual columnista y/o decreten los grillos en Facebook–y, ay, esos incómodos juramentos éticos y aburridísimos contratos que firman sus colegas «oficiales». Finalmente, tiene acceso a las comunicaciones seguras que ofrecen a los trabajadores «top» de la Casa Blanca y está protegida por un séquito de guardaespaldas, ellos sí, a cargo del erario público.

Ya imaginarán las críticas que le vienen dedicando las élites intelectuales. Los malditos expertos, insufribles listos con títulos y libros. Sin olvidar las andanadas cortesías de los pajarracos que abundan en la Prensa, empeñados en trabajar contra los intereses del pueblo y primeramente contra los de la pobre Ivanka. Lean, si dudan, esta parrafada de la comentarista Emily Jane Fox para «Vanity Fair»: «Ivanka parece y actúa como un empleado de la Casa Blanca, uno de alta gradación y, por tanto, privilegiado. Pocos miembros del “staff” han sido invitados a tantas reuniones claves y han sido fotografiados en la mesa del presidente. Muchos menos han sido elogiados en público por su jefe o viajado con él en el Air Force One a Mar-a-Lago. Nadie, aparte de su marido, disfruta de esa clase de acceso en esta particular e inestable Ala Oeste. Si acaso los Trump se han limitado a hacer oficial lo que ya era oficial: que el presidente dirige el país como si fuera una república bananera». ¿La respuesta de Ivanka?: «No hay precedentes en la era moderna y continuaré ofreciendo mis cándidos consejos a mi padre». De paso, aunque no píe, sigue ligada a su emporio de moda y, vaya, ahí tiene a sus hermanos, bien montados en el «trust» encargado de evitar la fatal colisión de intereses entre los negocios paternos y la jefatura del país.

Pero hay más. En calidad de asesora íntima, Ivanka tendrá acceso al material confidencial y a muchas de las conversaciones clasificadas y los secretos de Estado. La hijísima disfrutará de canal directo, más allá de la cena de Acción de Gracias y las Navidades junto a papi, con el puente de mando de la Primera Potencia Mundial. Está por ver si su galaxia de intereses comerciales, contratos internacionales, complicidades, pactos, componendas y alianzas más allá de las fronteras de EE UU no condicionan su juicio. Sí parece evidente que –léanse su currículum– no exhibe ninguno de los méritos que teóricamente debe mostrar un aspirante a consejero presidencial. A no ser que en la era de la posverdad con faldas y a lo loco y el anti-intelectualismo yeyé su caso sirva como el paradigma de un tiempo nuevo.

El político que no era político, peleón, procaz, malhablado, gamberro y campechano; el millonario que protege a los desamparados, huérfanos y vidas; el hombre que condenó la globalización y aplaude el Brexit; él negaba los usos de la vieja política y no hace sino multiplicarlos. Nunca el «establishment» –por usar un término que adora, en sintonía con tanto jeta de retórica blanda– abusó más de sus prerrogativas ni osó comportarse con semejante chulería. Dicen que Ivanka presiona para que su padre no liquide por completo los gastos dedicados a la investigación científica, pero qué quieren, para eso no necesita a su hija. Bastaba con que escuchara a la ya apabullante lista de premios Nobel que vienen advirtiéndole por su bien, para no acabar en la historia como el cretino que es, y sobre todo por el nuestro, que esa es otra.