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Obama «in love»

Salen a la luz las cartas de amor que el ex presidente le escribió, durante su etapa universitaria, a su primer gran flechazo, Alexandra McNear, que acabaría casada con un boxeador y, más tarde, con un psicólogo infantil

Obama, en su época de estudiante, y McNear, a la que entonces enviaba cartas románticas
Obama, en su época de estudiante, y McNear, a la que entonces enviaba cartas románticaslarazon

Salen a la luz las cartas de amor que el ex presidente le escribió, durante su etapa universitaria, a su primer gran flechazo, Alexandra McNear, que acabaría casada con un boxeador y, más tarde, con un psicólogo infantil.

La biblioteca Stuart A. Rose de Manuscritos, Archivos y Libros Raros, perteneciente a la Universidad de Emory, Atlanta, acaba de adquirir y hacer públicas nueve cartas de amor escritas por Barack Obama a principios de los ochenta. La destinataria, Alexandra McNear, fue su primer gran flechazo. Acabaría, andando el tiempo y sus piruetas, casada con un boxeador serbio antes de formar pareja, al menos eso afirman los diarios, con un psicólogo infantil. Redactadas en 1982 y 1984, los dos últimos años del noviazgo, abundan los fogonazos líricos: «Escuchar tu voz es como descubrir un libro que hubiera leído hace tiempo». Según el periódico británico «Daily Mail», Andra Gillispie, directora del Instituto James Weldon Johnson de Emory para el Estudio de la Raza y la Diferencia, usará las cartas para un inminente libro sobre Obama.

¿La raza y la diferencia? Por supuesto. La relación era mixta. Susceptible por tanto de integrarse en la frondosa narrativa sobre la guerras raciales y su imprescindible superación que Obama abanderó como ningún presidente desde que en 1964 Lyndon B. Johnson firmara la histórica ley de Derechos Civiles y, con ella, su ingreso en el panteón de los hombres buenos y justos. «Un joven negro con el brazo detrás de la cabeza», escribe Obama a propósito de una fotografía de la pareja, «mirando al techo con los ojos húmedos, y una mujer joven y blanca apoyando la cabeza en el brazo, sola y de cara a la extensión que se arremolina fuera de la habitación y dentro de sí mismos, separados en el ojo de la tormenta».

Carisma al rojo

Estamos ante un joven entre los últimos años del «college» en California y la aventura neoyorquina en Columbia. Un muchacho cerebral y tímido. Inteligente. Sensible y racional. Consciente de su propia confusión amorosa y de esa mezcla de carisma al rojo y frialdad marca de la casa que guiaba y guía un carácter a prueba de bombas. Siglos antes de abandonar la Casa Blanca, de provocar una estado carencial del que no logramos recuperarnos, Obama redactaba párrafos como el que sigue: «Forjar una unidad, mezclarla, construir la verdad entre las costuras de las vidas individuales. Todo lo cual requiere romper a sudar. Igual que un buen partido de baloncesto. Igual que un buen baile. Como hacer el amor».

Escribiendo en 1983 desde Indonesia, a donde habría viajado «para visitar a su madre y su hermana», le dice a su amada que piensa en ella «a menudo, aunque me confundo respecto a mis sentimientos. Parece que siempre deseamos lo que no podemos tener; eso es lo que nos une, eso es lo que nos separa». En sus notas respecto al país asiático encontramos a un hombre capaz de observarse en el contradictorio papel de negro pero rico. Con todas las desventajas asociadas a la piel que quieran, pero también con pasaporte del Primer Mundo y las mejores clases esperándole en Columbia.

Tal y como le ha explicado la profesora Gillespie al «New York Times», «estas cartas no son particularmente personales. Llegamos a ellas en un punto en el que puedes observar el arco de la ruptura en la relación del presidente Obama y McNear (...) Su relación, en el punto en que estamos leyendo sobre ella, es muy intelectual y claramente están peleando entre ellos».

Menesteres mundanos

No faltan los comentarios respecto a su precaria situación financiera. Por ejemplo, admite que tendrá que dedicarse a menesteres más mundanos que el activismo político. Siquiera durante un año. Mientras reúne el dinero suficiente para proseguir una carrera que, sin tenerla muy clara, ya vislumbra ligada a la política. Al tiempo que compaginaba sus estudios en la Universidad de Columbia con un trabajo en la Business International Corporation, explica que «los sueldos en las organizaciones comunitarias son muy bajos para sobrevivir en este momento, por lo que espero trabajar en algo más convencional durante un año, lo que me permita almacenar un remanente suficiente para perseguir mis intereses». Y también: «Mis ideas no están tan cristalizadas como en la escuela, pero tienen una inmediatez y un peso que pueden ser más útiles si soy menos observador y participo más». Asoma ahí el político futuro. Alguien de principios bien trabados que, al mismo tiempo, comprende la necesidad del pragmatismo. Muy lejos, incluso entonces, de los radicales y los dogmáticos, y también de los teóricos enamorados de un discurso en formol. Tan abundantes en los verdes pastos del activismo.

Aunque, claro está, nada conmueve más que las penúltimas salvas de Obama por una relación que se moría a chorros. Lastrada por la edad –difícilmente puede el amor sobreponerse al tránsito entre la adolescencia y la juventud– y los miles de kilómetros que separan Nueva York y California... «Espero que sepas que te extraño, y que mi preocupación por ti es tan grande como el aire y mi confianza tan profunda como el mar, y mi amor rico y abundante». No era suficiente con la melancolía que provocan los rebuznos diarios de Donald Trump en Twitter. Tenía que venir la gente de la Universidad de Emory y publicar esto.