Lifestyle

Obligaciones que me gustan

Carmen Lomana en Las Rozas Village durante un día de «shopping»
Carmen Lomana en Las Rozas Village durante un día de «shopping»larazon

Tengo la sensación de que el año se ha convertido en compartimentos trimestrales en los que toca hacer diferentes cosas como borregos. Después de habernos inducido a atiborrarnos de comida estos días navideños empieza la monserga de los regímenes y «detox», incluyendo en el listado de buenos propósitos ir al gimnasio, algo que me propongo a mí misma y que nunca he conseguido, dado que encuentro disculpas absurdas. He llegado a la conclusión de que no es compatible con mi vida, bastante ajetreada de por sí como para que mis ratos libres –en los que adoro perder el tiempo, estar con amigos o leer–, tenga que dedicarlos a darme palizas en aparatos. No entendería despertarme y salir de la cama directa a un «gym» o echar a correr por las calles. Adoro desayunar tranquila, escuchando la radio y leyendo los periódicos. No me da pereza madrugar pensando en el placer que me supone esa hora de reflexión para enfrentarme al día perfectamente informada y con mis neuronas ya completamente despejadas. Reconozco que cada día soy más tolerante con mis defectos, he aprendido a convivir con ellos y nunca me he sentido tan segura, fuera de las auto exigencias que tanto atormentan a algunas mujeres. Querernos tal y como somos ayuda mucho a ser feliz y creo que ya me lo merezco. El sentido de culpa solo genera infelicidad, así como querer tener el cuerpo perfecto o la piel impoluta. En realidad, hacer lo que nos gusta es lo que nos genera bienestar, eso y el cariño y afecto de los demás. Sentirnos reconocidos y respetados.

Otra de las casi obligaciones que se nos impone en enero es lanzarnos a las rebajas y tengo que reconocer que es un gustazo porque muchísimas veces encuentras esa prenda que te apetecía, pero encontrabas un poco subida de precio, con un descuento. Eso, exactamente, es lo que me ocurrió en Las Rozas Village, un lugar delicioso que recomiendo para pasar el día recorriéndolo. Prada acaba de abrir un precioso espacio, y Gucci también. Allí puedes encontrar lo más «cool» de Alessandro Michele, el creador de la firma que está arrasando con sus originales y arriesgados diseños. Tengo que reconocer que fue un día completo, almorcé con mi hermana en un restaurante y volví a casa convencida de haber hecho unas estupendas compras. Diría que unas buenas inversiones.

Esta semana que termina para mí, cuando escribo esta crónica, ha sido un poco melancólica por el aniversario de la muerte de mi marido, Guillermo. Ya hace mucho tiempo que se fue, pero lo siento tan cerca en mi recuerdo que me parecen imposibles tantos años de ausencia. Nunca olvidaré esa tarde lluviosa de San Sebastián, un 8 de enero, cuando entré al jardín de mi casa y noté la ausencia de su coche, pero ni se me ocurrió pensar que podría haberle sucedido algo. Abrí la puerta y oí a lo lejos el teléfono. No llegué a tiempo y volvió a sonar. «Somos la policía foral de Navarra, su marido ha tenido un accidente, póngase en contacto con el hospital». Todo me daba vueltas, colgué y estaba a punto de desmayarme cuando volvió a sonar, era mi jardinero, que se ofreció para llevarme a Pamplona. Fue el viaje más largo y angustioso de mi vida. Al llegar estaban allí unos amigos. Viendo sus caras no necesité ni preguntar. Subí a la UCI, me abracé a Guillermo y a partir de ese momento se me rompió el corazón. Ahora simplemente vivo la vida, he aprendido a no hacer planes, a no esperar nada, y a luchar yo sola contra las tempestades.

Tengo la sensación de que el año se ha convertido en compartimentos trimestrales en los que toca hacer diferentes cosas como borregos. Después de habernos inducido a atiborrarnos de comida estos días navideños empieza la monserga de los regímenes y «detox», incluyendo en el listado de buenos propósitos ir al gimnasio, algo que me propongo a mí misma y que nunca he conseguido, dado que encuentro disculpas absurdas. He llegado a la conclusión de que no es compatible con mi vida, bastante ajetreada de por sí como para que mis ratos libres –en los que adoro perder el tiempo, estar con amigos o leer–, tenga que dedicarlos a darme palizas en aparatos. No entendería despertarme y salir de la cama directa a un «gym» o echar a correr por las calles. Adoro desayunar tranquila, escuchando la radio y leyendo los periódicos. No me da pereza madrugar pensando en el placer que me supone esa hora de reflexión para enfrentarme al día perfectamente informada y con mis neuronas ya completamente despejadas. Reconozco que cada día soy más tolerante con mis defectos, he aprendido a convivir con ellos y nunca me he sentido tan segura, fuera de las auto exigencias que tanto atormentan a algunas mujeres. Querernos tal y como somos ayuda mucho a ser feliz y creo que ya me lo merezco. El sentido de culpa solo genera infelicidad, así como querer tener el cuerpo perfecto o la piel impoluta. En realidad, hacer lo que nos gusta es lo que nos genera bienestar, eso y el cariño y afecto de los demás. Sentirnos reconocidos y respetados.

Otra de las casi obligaciones que se nos impone en enero es lanzarnos a las rebajas y tengo que reconocer que es un gustazo porque muchísimas veces encuentras esa prenda que te apetecía, pero encontrabas un poco subida de precio, con un descuento. Eso, exactamente, es lo que me ocurrió en Las Rozas Village, un lugar delicioso que recomiendo para pasar el día recorriéndolo. Prada acaba de abrir un precioso espacio, y Gucci también. Allí puedes encontrar lo más «cool» de Alessandro Michele, el creador de la firma que está arrasando con sus originales y arriesgados diseños. Tengo que reconocer que fue un día completo, almorcé con mi hermana en un restaurante y volví a casa convencida de haber hecho unas estupendas compras. Diría que unas buenas inversiones.

Esta semana que termina para mí, cuando escribo esta crónica, ha sido un poco melancólica por el aniversario de la muerte de mi marido, Guillermo. Ya hace mucho tiempo que se fue, pero lo siento tan cerca en mi recuerdo que me parecen imposibles tantos años de ausencia. Nunca olvidaré esa tarde lluviosa de San Sebastián, un 8 de enero, cuando entré al jardín de mi casa y noté la ausencia de su coche, pero ni se me ocurrió pensar que podría haberle sucedido algo. Abrí la puerta y oí a lo lejos el teléfono. No llegué a tiempo y volvió a sonar. «Somos la policía foral de Navarra, su marido ha tenido un accidente, póngase en contacto con el hospital». Todo me daba vueltas, colgué y estaba a punto de desmayarme cuando volvió a sonar, era mi jardinero, que se ofreció para llevarme a Pamplona. Fue el viaje más largo y angustioso de mi vida. Al llegar estaban allí unos amigos. Viendo sus caras no necesité ni preguntar. Subí a la UCI, me abracé a Guillermo y a partir de ese momento se me rompió el corazón. Ahora simplemente vivo la vida, he aprendido a no hacer planes, a no esperar nada, y a luchar yo sola contra las tempestades.