Artistas

Salvador Dalí se declaró siempre estéril

El cuerpo del surrealista será exhumado el día 20 para extraer material biológico con el que realizar las pruebas de ADN que reclama Pilar Abel

Gala, Salvador Dalí y Enrique Sabater, en el hotel San Regis, en Nueva York
Gala, Salvador Dalí y Enrique Sabater, en el hotel San Regis, en Nueva Yorklarazon

El cuerpo del surrealista será exhumado el día 20 para extraer material biológico con el que realizar las pruebas de ADN que reclama Pilar Abel.

Parece surrealista coincidencia. Hay que creer en las casualidades. Julio Iglesias puede que esté dispuesto a batir un récord de los suyos, de natalidad en este caso, ahora que le reclaman una novena paternidad. Por cierto, que a Chábeli, Julio José y Enrique los crió en Miami su abuela paterna, Charo, Isabel usó el pretexto de preservarlos de nuevos secuestros tras el sufrido por Papuchi durante veinte días. Fue un rescate el de éste de película realizado por el comisario Domingo Martorell a quien Julio agradeció la gesta haciéndolo mánager puteado. Se jugaron el pellejo ante los raptores que exigían un millón de dólares. Un pastón en aquellos años en que las finanzas del madrileño no eran boyantes.

Recuerdo haber viajado de Miami a Madrid sobre los sacos repletos de dólares, al tiempo me lo reveló Alfredo Fraile. Fue una estratagema para quitarse de encima a Chábeli, conflictiva como ya no lo es ahora, Julio José siempre a su aire y Enrique, a quien consideraban «el tonto del trío» cuando hoy rebasa los éxitos paternos. Rememoro todo esto ante la insistencia machacona y cansina del cuarentón Javier Sánchez que pretende ser el hijo número nueve.

También sigue incordiando otra pretendiente: nada menos que Pilar Abel, supuesta hija de Salvador Dalí. El genio de Figueras siempre se declaró estéril y lo afirmaba tal sin fuese una medalla. Sus amigos Antonio Olano y Miguel Utrillo así lo aseguran en una docena de libros. Las pruebas de ADN obtenidas de una manera un tanto rocambolesca y peliculera es lo que más me choca y de contrapunto aducen que las de saliva fueron realizadas a la demandante y no a su hermano como estaba previsto. Quieren exhumar el cuerpo del genio para obtener más rastros genéticos. Suena a atentado necrofílico, como las fotos de Dalí embalsamado en su féretro. Semeja un muñeco de bigotes tiesos que él popularizó y que mantenía así de estirados usando un fijador «Lucky Strike» espeso y verde que traía de Estados Unidos.

Al artista le gustaba hablar de la muerte aunque le diese pavor, «¡por-que-soy IN-MOR –TAL» nos decía arrastrando las palabras más de lo acostumbrado. A esa intención resucitadora tan desagradable y necrofílica ya se ha opuesto la Fundación que cuida patrimonios como el Museo Dalí de Figueras en cuyo escenario está sepultado incumpliendo el deseo de «estar junto a Gala por toda la eternidad». El alcalde de turno supo sacar partido, aprovechar el caos mortuorio y dejó sola a Gala en el castillo de Púbol. Como en los dramones románticos, el sepulcro tenía unas aberturas laterales para que sacasen sus manos y las entrelazasen en póstuma entrega amorosa. Lo diseñó el mismo Salvador, que tras perder a su autoritaria musa se desmoronó encerrado en la Torre Galatea vecina a la colección y lo que sería sepultura tan visitada. Siempre está morbosamente rodeada de curiosos más atentos a no pisar la losa que la cubre que en admirar las obras daliniana colgadas alrededor. Fue una jugada maestra que inexplicablemente Púbol nunca denunció. Podrían hacerlo ahora. Más surrealismo no debe de sorprendernos dado el caótico estado de sus cosas sin saber realmente si eran pobres o multimillonarios siempre fiados y conducidos con lealtad única por Arturo, el chófer, y orientado por Enrique Sabater, un gran amigo de los periodistas o especialmente de Antonio Olano, su mejor biógrafo en España. No volvió a ser el mismo. Sabater pasó de fotógrafo provinciano a convertirse en imprescindible para el pintor que lo mismo le mandaba reservar mesa en el barcelonés Vía Veneto, que la «suite» del Hotel Ritz hoy bautizada con su nombre. Woody Allen la ocupó la semana pasada y se asombró con la bañera romana que Dalí solía llenar de mujeres desnudas. Sentía predilección por comer en «Canario de la Garriga». Siempre pedía butifarra con rovellons. El mismo menú que le servían en Ca Durán. Lo regaba con champán rosé que Miguel Mateu criaba y embotellaba para él en Perelada.

Visité mucho Port Lligat aunque Gala me tenía entre ceja y ceja. Las suyas eran negras y muy espesas. Le molestaba vernos quizá porque no le parecía yo objeto de deseo y un atardecer, tras Henry Françoise Rey presentar en Cadaqués «Los pianos mecánicos» que luego Melina Mercuri llevó al cine, la furiosa y constante Gala me dio pataditas desde su tumbona. Pretendía hacerme caer al patio de aire granadino. Viví la fiesta que para presentar su irrepresentada obra de teatro «Boubou» montaron en el Hotel Maurice de París, donde en su suite siempre a punto plantó un caballo momificado. Amante del flamenco y su jaleo, era habitual de Los Tarantos barceloneses, donde Antonio Gades bailó durante años. Pero no era el estilizado bailarín seguidor del decálogo de Vicente Escudero quien le atraía. Iba por Maruja Garrido. Se sentaba en mesas de primera fila con Amanda Lear. Gala nunca le acompañaba mas allá de lo oficial. Dalí levantaba eufórico su bastón con puño aurífero y pedía hasta tres veces la misma canción. No era otra que «El bardo» tan lacrimógeno narrando amores desgraciados. Le emocionaba: «Se enamoró el pobre bardo,/ de una chica de la sociedad./ Y era su vida,/ la del pobre payaso. / Que sonríe con ganas de llorar». Acaso se vería reflejado en ese bolerón. Mas surrealista, imposible.