Ibiza

Marujita Díaz, anécdotas

La vida de Marujita Díaz estuvo repleta de momentos únicos
La vida de Marujita Díaz estuvo repleta de momentos únicoslarazon

Como personaje poliédrico que fue, añadiéndole gracia trianera y desparpajo, se cuentan de ella mil sucedidos, algunos auténticos pero deformados por las distintas versiones de los mismos, otros inventados o achacados a ella. Me voy a limitar a contar algunos que bien viví en directo o que me merecen total credibilidad.

En primer lugar, una nota de humor negrísimo. Hablando con una gran amiga de Maruja, me refería lo que hubiese dicho la artista de otra compañera sobre el «caso Valderrama». La sevillana había sido demandada por Juan Valderrama –el mayor, casado con Marian Conde–; la causa fue que acusó a Juan de ser generoso con el vino. Ganó la demanda en todas las instancias y Maruja tenía que abonarle al demandante 21.000 euros. El pago no había sido satisfecho, por lo que el asunto iba vía embargo. Mi amiga me decía lo que Maruja habría dicho si fuese otra la que se encontrara en la situacion: «Se ha muerto con tal de no pagarle a Marian y a Juan».

Nicolás Riera-Marsá tenía un gran barco atracado en el Club de Mar de Palma de Mallorca. Su compañera Marilí Coll organizaba en verano un crucero por el Mediterráneo, donde mezclaba muy bien a los invitados: algún torero, Augusto Algueró, matrimonios de la burguesía empresarial catalana y mallorquina, algún noble... Y siempre Maruja Díaz, que divertía mucho a la pareja dueña del yate. Navegando hacia Formentera apareció Maruja en cubierta con solo un pareo que a la menor racha de viento la dejaba con las carnes a poniente. Se le acercó una refinada y conocida dama que se fijó en un anillo que llevaba una fastuosa esmeralda engarzada. La citada señora le preguntó cómo se ponía algo tan valioso en alta mar. Ella no lo dudó: «Mire, si no fuese por mi esmeralda me sentiría completamente desnuda». La dama no le daba tregua, Marujita ya no podía más... Cuando la señora insistió y le dijo: «¡Este anillo le habrá costado una fortuna!». La Díaz vio el cielo abierto para poder terminar con la pesada invitada: «No, mi querida y pesada amiga, solo me costó dos p...s». A la buena señora se la bajaron hasta los pómulos que le había retocado recientemente un gran cirujano plástico catalán.

Sin dejar el barco, los días que la cantante se quedaba en Mallorca no se alojaba en la casa de sus anfitriones, los Riera-Marsá, lo hacía en el barco. Decía que ella venía para ejercer de sirena o de mascarón de proa. En una ocasión estaba atracado al lado del yate, el «Giralda» de Don Juan de Borbón. Llegaba un grupo, con Marilí al frente, a la hora del almuerzo para hacer una excursión a Ibiza. El espectáculo que presenciaron fue único. Maruja, por la cubierta del barco, con botella de ginebra y dos copas para dry Martini, andaba al ritmo de pasodoble mientras cantaba a toda voz «la banderita española», al tiempo que gritaba vivas al Rey y a España. A Don Juan le hizo tanta gracia que la invitó a subir al «Giralda» a tomar el aperitivo.

La anécdota siguiente no fue vivida en primera persona. Era muy conocida en el mundo de la joyería madrileña, también escuché distintas versiones en cenas y reuniones, por lo que voy a contarles una especie de refrito de la misma. Al separarse de Espartaco Santoni, Maruja comenzó un romance con un acaudalado empresario y al terminar la relación el amante, muy caballeroso, le envió una joya valiosa de una de las grandes firmas del ramo. Maruja le dio las gracias, pero le dijo que pensaba cambiar el broche, porque ella era de gustos más sencillos. Apareció en la joyería y escogió un anillo que tenía engastado un diamante de talla esmeralda de más de diez quilates y de gran pureza. Maruja recibió una llamada de su amigo. Le dijo que se había pasado, que la sortija valía diez veces más que lo que él había elegido, que había procedido a elegir una nueva joya, que se la mandarían a su domicilio y que devolviese el diamante. Maruja le contestó con gran frialdad: «Ni me voy a quedar con la sortija, ni la voy a devolver, se la voy a enviar a tu mujer con una cartita mía». No es preciso decirles que la valiosa pieza, dando por hecho que lo relatado sea cierto, siguió siempre en poder de la artista. Sara Montiel, gran amiga de Maru, como la llamaba, mantenía que a la Díaz le gustaba inventar este tipo de historias, porque según ella alimentaba su leyenda de estrella. La última la puedo confirmar. Llegó a la presentación de un libro, como hasta que terminan los discursos no se sirve nada, ella sin cortarse lo más mínimo le dijo a uno de los empleados del hotel que por favor le sirvieran una ginebra con hielo, que estaba con la regla y era lo único que le calmaba el malestar que padecía. En aquel momento la protagonista de la historia estaba cerca de los 70 años.