La columna de Carla de la Lá

La neurosis social de la vuelta al cole

¿A ustedes no les hace sentir extrañeza, incomodidad, incredulidad, como un extraño vegetal al que hubieran trasplantado por error a una maceta que no es la suya?

La neurosis social de la vuelta al cole
La neurosis social de la vuelta al colelarazon

¿A ustedes no les hace sentir extrañeza, incomodidad, incredulidad, como un extraño vegetal al que hubieran trasplantado por error a una maceta que no es la suya?

¿Han visto La decisión de Sophie? En esa peli Meryl Streep protagoniza esplendorosamente la escena más cruel de toda las historia del cine.

Una joven madre judía, famélica, pálida, sugerente, frágil, espera a la entrada de un campo de concentración nazi abrazada a sus dos pequeños, niño y niña. Un soldado de las SS está pasando revista y repara en ella porque la encuentra atractiva. Entonces, para divertirse le pregunta frívolamente a cuál de los dos hijos salvaría. Ella cree que es una broma, pero él entre risas insiste: debe elegir en ese instante a uno de los dos porque al otro lo matará ahí mismo.

¿Saben que en la puerta del colegio de mis hijos hay madres que lloran desesperadamente? (Supongo que en la de ustedes también).

Y no me refiero a madres primerizas de bebotes de primero de infantil; hablo de mujeres que pintan canas que lloran a lágrima viva para despedir a sus hijos con pelos en los sobacos (los hijos), mientras los abrazan como si se los llevaran a la cámara de gas. Como “La decisión de Sophie”.

En la película, Streep es capaz de proyectar infinito dolor y desespero con una sola mirada, en un nanosegundo, y así lo hace. El soldado la apremia, si no condena a uno de sus hijos en el acto los mata a los dos. Ella elige, por supuesto; un escalofrío me atraviesa mientras lo revivo al relatárselo amigos míos. Gran película para ver sólo una vez. Por supuesto, no se la recomiendo a las madres anteriormente citadas. A las que colapsan nuestras calles en septiembre: madres a cerebro completo, hasta la última gota de sangre y la última neurona. ¡Que madrazas hay por ahí!

Cuánta Sophie Zawistowska se encuentra una en el colegio a las 8,45 de la mañana:

Una calle cualquiera de Madrid, o de España, decenas de coches en doble fila y otros tantos pitando. Un ecosistema de risas, llantos, reencuentros, saludos, despedidas madres, padres, carritos, mocosos en babi, púberos, adolescentes, mochilas, meriendas, calcetines, besos y móviles que rebasa cualquier clase de entropía, donde no hay magnitud capaz de indicar el grado de desorden, emocionalidad y movimiento que genera su exagerada demografía...Y en esas circunstancias aparezco con mis hijos, los abrazo con naturalidad y observo, desde la multitud enfervorecida cómo se alejan y se pierden en un mar de uniformes.

Tengo que irme, por supuesto, me espera un larguísimo día de trabajo, pero permanezco clavada en la puerta, observando a las otras madres para escribirles a ustedes esta crónica septembrina. ¿Qué hacen? ¿Por qué no se marchan? ¡Vámonos camaradas! Los niños están a salvo... ¿Es que no tenéis nada que hacer? Sabed, que la cantidad de horas que una persona normal puede mirar fijamente a sus hijos es finita.

Me horrorizan al mismo tiempo que me asombran y me llenan de una curiosidad dolorosa. Quisiera hacerles mil preguntas, preguntas que no habrán atravesado sus mentes, supongo, colonizadas por toallitas húmedas y frutas picaditas en pulcros tuppers; así me las imagino, por su aspecto, por sus conversaciones. ¿Y si me equivoco y son filósofas estoicas convencidas que se levantan a las 4 para leer a Seneca y memorizar el Libro de Job? Recias mujeres llenas de amor y abnegación, mujeres de una pieza que no conocen el narcisismo, se ríen del dolor y desprecian las veleidades del mundo.

No saben queridos míos, ¿o quizá si saben?, lo que puede llegar a cuestionar a una mente sensible como la mía el primer día de colegio.

¿A ustedes no les hace sentir extrañeza, incomodidad, incredulidad, como un extraño vegetal al que hubieran trasplantado por error a una maceta que no es la suya?

Y no es egocentrismo ¿eh? Al menos no egocentrismo de primero de egocentrismo. Para nada.

¿No piensan ustedes, como yo, que nos estamos excediendo en el celo y el mimo con que cuidamos hoy en día de nuestros hijos?

Bien sabido es que los niños son adultos horribles (los niños son adultos inestables, patosos, desequilibrados, atómicos, ultra energéticos, embusteros, sucios y psicopáticos); para no odiar a un niño, hay que quererlo mucho, amigos, puesto que un niño es como un adulto bipolar, casi siempre en fase maníaca...

La clave de la cuestión es que los niños no son adultos, son seres vulnerables, inmaduros, en formación, en transición, a los que nosotros, los “expertos” debemos convertir en personas de provecho, flexibles, respetuosas y adaptadas. Personas resilientes, con capacidad de ser felices y hacer felices a sus semejantes.

¿No creen ustedes, amigos, que estamos forjando futuros adultos, blandos, dependientes, intolerantes a la frustración y lo que es peor, sin humor?

Es verdad que en los 80 se nos criaba con cierta negligencia, aún recuerdo los viajes en coche, sin cinturón, dando volteretas en el asiento de atrás, con mis hermanos, sacando los pies y las manos por las ventanillas... Pero esta hiperatención, este escuchar al niño, todos callados, como si fuera Parménides, este complacer sus más ridículas apetencias como si le acabaran de diagnosticar la malaria, este despliegue de medios materiales y espirituales cada vez que se hace “pupa” como si le hubiera mordido un tiburón..

“La vuelta al cole”, concepto acuñado sabiamente por El Corte Inglés que ha devenido en neurosis social en la era de Instagram... devorándonos a todos... Lo siento, pero me parece exageradísimo que el Rey de España tenga que llevar a sus hijas adolescentes al colegio, como Paula Echevarría.

Escucho mientras espero a las puertas del centro, rodeada:

-Madre con 2: ¿Y cuántos tiene ya la peque?

-Madre con 3: 5 añitos* (*¿no puede decir 5 AÑOS?).

-Madre con 2: ¿Sigues con la "titi"* no? (*Titi???)

-Madre con 3: Siii, esta no suelta su titi, se toma unos calamares o unas chuletas y, de postre, su titi.

Cuando llevo a mis hijos al colegio, especialmente el primer día, me siento excluida socialmente, ideológicamente. Y miren, lo estoy.