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Aquellos hippies y sus locos «viajes» místicos

El activismo radical y el LDS formaron un cóctel tan único como psicodélico en aquel verano de mitad de los sesenta en el que el colectivo Students for a Democracy triunfó.

Un grupo de jóvenes perteneciente al Students for a Democracy (arriba, una chapa del movimiento), de ideología marxista, en Washington
Un grupo de jóvenes perteneciente al Students for a Democracy (arriba, una chapa del movimiento), de ideología marxista, en Washingtonlarazon

El activismo radical y el LDS formaron un cóctel tan único como psicodélico en aquel verano de mitad de los sesenta en el que el colectivo Students for a Democracy triunfó.

Durante los años 60 la izquierda norteamericana se escindió en dos vertientes con recorridos muy distintos entre sí: de un lado, el activismo radical que, ejemplificado en colectivos como los Students for a Democratic Society (1960-1968), se caracterizó por su ideología marxista y por su explícito ateísmo; y, de otro, el movimiento «hippie», que no dudó en mezclar política con ocultismo –magia, brujería–, ufología, influencias de la religión nativa norteamericana y, por supuesto, una «selección» de los aspectos más importables del Budismo y el Hinduismo. Esta amalgama de prácticas y creencias permitió el desarrollo de «performances» insuperables como la que aconteció, en octubre de 1967, durante la protesta anti-belicista celebrada cerca de Washington. En ella, una segregación de los «hippies» llamados los «Yippies» representó un exorcismo multitudinario con la intención de hacer levitar el Pentágono y, de esta manera, expulsar todos los demonios que anidaban en su interior.

Evidentemente, el hilo resistente y multicolor que se empleó para coser este espectro tan deshilvanado de «espiritualidades» fue el LSD. Ya Aldous Huxley, en diferentes textos y novelas, había establecido una conexión de causalidad profunda entre el LSD y la experiencia mística. En sus propias palabras, «una persona que toma LSD o mescalina debe comprender repentinamente el significado de tan tremendas afirmaciones religiosas como ‘‘Dios es amor”». Para Huxley, el «LSD era un sacramento», algo que Thimoty Leary entendió en su estricta literalidad, como lo confirma la popularidad que logró durante la década de los 60 en tanto que «Sumo Sacerdote del LSD». Él, que junto con Richard Alpert había sido expulsado de Harvard por experimentar los efectos del dicha sustancia con estudiantes voluntarios, imaginó una red mundial de «iglesias psicodélicas», cuyo Vaticano sería la League for Spiritual Discovery, acrónimo de LSD.

La base irrenunciable proporcionada por los «viajes» místicos vividos por los consumidores de LSD actuó como el mínimo común denominador de una época que conoció una proliferación de cultos y prácticas religiosas como pocas veces en la historia: el célebre credo pacifista «Flower Power» fue, en rigor, una versión neoromántica del culto a la tierra que se remonta a las antiguas bacanales, en las que los adoradores de Dionisos enloquecían por la ingesta de alcohol y drogas, al ritmo de una música salvaje; Alan Watts –un reverendo anglicano llegado a San Francisco tras la Segunda Guerra Mundial– destacó por su papel clave en la divulgación del Zen en la Norteamérica de los 60; el poeta Allen Ginsberg fue recibido en la atmósfera «beat» y «hippie» como el auténtico gurú del Hinduismo; movimientos espirituales como el de la «Meditación Trascendental» –llevada a EE.UU por su propio fundador, Maharishi Mahesh– o el Hare Krishna causaron verdadero furor en el contexto de ese «misticismo underground» que cautivó a tantos miles de jóvenes desilusionados con el sistema.

No es de extrañar que, en torno a esta miríada de nuevas fórmulas religiosas, surgieran, en el entorno del «Summer of Love», experiencias que eufemísticamente se las podría denominar como «peculiares». Menciónese, por ejemplo, la conocida como «The Six-Day School», una escuela secreta que proveía comida, un lugar para dormir y transporte gratis para sus asistentes, y cuyo único requisito era que nadie podía permanecer en ella más de los seis días reflejados en su nomenclatura. Dirigida por Ambrose Hollinsworth, y situada en una vieja mansión victoriana, el profesorado de esta escuela estaba integrado por quiromantes, expertos en religiones orientales e, incluso, una pareja de sanadores espirituales que enseñaban a sus alumnos a comunicarse por carta con los arcángeles. En un registro similar, la «Free Clinic» surgió como un lugar gratuito dedicado a los «pilotos del espacio psicodélico» –es decir, todos aquellos que, después de un consumo extensivo e intensivo de LSD, necesitaban ayuda para encontrar el camino de regreso a casa. Fundada por el Dr. David Smith este extravagante proyecto disponía de un «Calm Center», abierto las 24 horas del día, en el que los extraviados pilotos meditaban a la espera de hallar la vía de regreso a la Tierra.