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De frente contra un muro

La exuberancia estética llegaría en 1967 también al terreno de las emociones, cuyo lugar preeminente lo ocupó Janis Joplin. Ya saben: «Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver».

De frente contra un muro
De frente contra un murolarazon

La exuberancia estética llegaría en 1967 también al terreno de las emociones, cuyo lugar preeminente lo ocupó Janis Joplin. Ya saben: «Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver».

Otro de los rasgos principales del verano del amor de 1967, aparte del pacifismo, las drogas y la crítica a la codicia de la sociedad, fue la exuberancia estética. Nada de cabezas rapadas y austeras camisetas; todo lo contrario: plumas, colores, tules, bigotes... Todo extremado, todo llevado al punto más drástico de impacto a nuestros sentidos. Tarde o temprano, esa retórica de la exuberancia llegaría al terreno de las emociones. En la cumbre de esa escalada encontraríamos sin duda a Janis Joplin. Ella fue una niña texana de familia religiosa. Le gustaba la música y se enamoró muy joven de las canciones de gospel de su iglesia. Era la chica temperamental e insatisfecha de la familia, con lo cual esa música tan expresiva y emotiva supuso para ella el funicular perfecto para ascender hasta un Everest emocional. A esa técnica musical dedicó enteramente su corta vida, aplicando sus planteamientos básicos a todos los estilos en los que participó: dónde cantaba Janis había grito, el mismo rasgo que luego hizo famoso a Joe Cocker. Equivocadamente, podrían parecer aflicciones de temperamento personal convertidas en manierismo, pero eso supondría ignorar otros componentes de la época. Por ejemplo, la existencia previa de una música negra caracterizada por lo que se llamaba los «cantantes aulladores»: una evolución del soul, el rythm and blues y la música racial donde los cantantes aullaban y sudaban copiosamente.

Vida errante

Rebelde contra el aburrimiento de las convenciones texanas, Joplin hizo de ese estilo musical su enseña y lo mezcló con un estilo de vida breve dedicado a dinamitar todos los tabúes de su época. Se fue a San Francisco, tomó partido por la música negra, por el sexo indiscriminado, por el antibelicismo, por la vida errante, por las sustancias tóxicas y lo vertió a gritos en las canciones. Grabó solo cuatro discos entre 1967 y 1970 y murió a los 27 años de una sobredosis. En vida se la mitificó rápidamente como la chica blanca que cantaba como un negro, a pesar de que había cantantes de color que, puestos a esa tarea, tenían más pulmón y mejor hacer. Janis, mientras tanto, se lanzaba a toda velocidad contra un muro de convenciones, confiando todo su ser a la bondad de las emociones. Mujer en una época que daba preeminencia administrativa a los machos, blanca enamorada de la espontaneidad de la música popular negra, a la búsqueda además de una sexualidad indefinida en una época de roles muy marcados; uf, demasiado para su tiempo. Quizá la emotividad no era suficiente bagaje para luchar contra todo eso y, además, las emociones siempre se cobran su precio. Desatadas por la intensidad de interpretarlas a gritos en directo, Joplin encontraba en las sustancias tóxicas el calmante perfecto para ese desgaste. Se convirtió en heroinómana y alcohólica.

Su contemporáneo Leonard Cohen, mucho más flemático, hizo un retrato de ella en su canción «Chelsea Hotel» donde todo podría resumirse en un verso: «estábamos todos zumbados». Su muerte, a falta de testigos, sigue sin detalles. Tenía entonces un Porsche descapotable, con lo cual no andaba sumida en la pobreza. Se la esperaba para grabar al día siguiente y todo el mundo sabía que seguía siendo alcohólica, aunque parecía haberse liberado de los opiáceos. Nunca se supo si es que fue capaz de engañar a todos muy bien, o que decidió darse un último homenaje de la sustancia y su cuerpo ya no aguantó como antes. También se habló de una partida de heroína de desacostumbrada pureza que se llevó a varios adictos por delante esa semana. Nunca lo sabremos. Sí se conoce que tuvo un disgusto con su acompañante por esas fechas. En estos casos, siempre queda la duda de si fue ella misma la que quiso detener, de una vez para siempre, aquella montaña rusa de emociones puesta en marcha muchos años atrás.