Historia

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La psicodelia: el gran cuelgue y el enrolle tántrico

El ácido lisérgico, el famoso LSD, vivió su apogeo en aquel estío de hace cincuenta años donde los jipis se reunían en comunas psicodélicas. Los «viajes» iniciáticos estaban a la orden del día.

Timothy Leary (dcha.) se erigió en gurú del ácido, excursionista de la conciencia
Timothy Leary (dcha.) se erigió en gurú del ácido, excursionista de la conciencialarazon

El ácido lisérgico, el famoso LSD, vivió su apogeo en aquel estío de hace cincuenta años donde los jipis se reunían en comunas psicodélicas. Los «viajes» iniciáticos estaban a la orden del día.

En «Los años del desmadre» Tom Wolfe etiquetó sarcásticamente los 60 como la «década del yo» y el tercer gran despertar. «El nuevo sueño alquimista –escribe Wolfe– consiste en transformar la propia personalidad –rehacer, remodelar, engrandecer y refinar el propio ego... así como observarlo, estudiarlo y etiquetarlo. (¡Yo!)». De ahí a la reasignación de sexo sólo hay un paso. El gran despertar estuvo relacionado con ese narcisismo místico de la «nueva izquierda» jipi que se reunía en comunas psicodélicas y acudía a grandes manifestaciones musicales para comulgar con una nueva droga: el ácido lisérgico, cuyo bautismo masivo fue aquel famoso «Verano del amor» de 1967 en San Francisco. ¡El gran cuelgue de un «acid test» masivo!

¿Las consecuencias? Una juventud atiborrada de drogas psicotrópicas, que igual creía en «otro orden» del universo que se decantaba por la telepatía y la telekinesia, unida a grupos noéticos que soñaban con una unión cósmica de todas las almas. Unos, rendía culto a los platillos volantes, otros, a los movimientos de los Mensajeros de Jesús. Cientos de grupúsculos se iniciaron tomando LSD y encontraron en las comunas agrícolas una vida retirada donde abrazar la cristiandad fundamentalista evangélica, los «rituales sexuales» hindúes y el sexo tántrico.

El cornezuelo del centeno

Los jipis consiguieron a base de drogas que la religión pareciese «al día». La unión misticoide de sexo en grupo y «drogas creativas» dio como resultado, no la liberación mental, sino una emotividad delirante, irracionalismo y nuevas formas de religiosidad totalmente atrabiliarias. Y quien inició el desmadre fue el Dr. Albert Hofmann, al sintetizar el LSD-25 mientras investigaba las propiedades curativas del cornezuelo del centeno en el laboratorio suizo de la Sandoz, y puso en bandeja a una generación ávida de nuevas sensaciones trascendentes un viaje alucinante al interior de sí mismo a precio de ganga.

El influjo místico del LSD sobre la juventud de los felices años 60 fue inmenso. Las primeras consecuencias de los «viajes» iniciáticos fueron fundamentales en la creación de la contracultura juvenil.

El consumo masivo de ácidos entre músicos pop propició el nacimiento de la música psicodélica, ideal para realizar un escáner del Yo, casi a nivel tomográfico, y ayudó a inducir estados cercanos a una iluminación interiores de «todo a zen». Fue la mística psicodélica el hilo conductor que unió a la «nueva izquierda» jipi con cultos esotéricos, viajes a la India, maharishis, meditación trascendental, reiki y descubrimientos revivalistas inusitados.

En este delirio espiritualista friqui, comenzaron a proliferar los grupos noéticos que creían en la unión cósmica de las almas, comunas de fundamentalistas evangélicos, amén de cientos de sectas, algunas tildadas de satánicas, como «La Familia», de Charles M. Manson, cuyos miembros perpetraron el atroz asesinato de la actriz Sharon Tate en 1969. Aunque Albert Hofmann no había previsto este uso y Ernst Jünger lo restringía a la elite de intelectuales y filósofos, Aldous Huxley soñaba extenderlo como el soma espiritual de la clase media. Finalmente, Timothy Leary se erigió en el gurú del ácido, iniciando la revolución de «la cultura de la droga», primero en la Universidad de Harvard y a continuación, temiendo la prohibición de la psilocibina, entre relevantes poetas beats, músicos de jazz y, aprovechando el famoso Verano del amor, propiciando el gran cuelgue colectivo.

En 1967, la opinión pública supo de aquellos «viajes» que expandían la percepción extrasensorial e inducían estados alterados de conciencia. La revolución sexual estuvo ligada desde entonces al sensualismo del «viaje» y a los estados de éxtasis y la promiscuidad del amor en grupo. Con rapidez, se pusieron de moda términos como viaje, tripi, pasote, flipe, cuelgue, friqui, rayada, alucine, colocón, enrolle y ponerse ciego. Síntesis de todo ello fue el famoso «Human be-in» del Golden Gate, donde el gurú Ginsberg se puso a recitar el mantra «Hari Om Nam Shivaya» –¡ummmm!–, mientras el pastor Gary Snyder bendecía los ácidos «relámpago blanco» que iban a repartirse entre la multitud, junto a los bocadillos de pavo amasados con la partida de diez mil tripis regalados por Owsley Stanley III.

En aquel estado de euforia favorable a la orgía, el chamán Timothy Leary pronunció las palabras ya míticas que dieron paso al enrolle general: «Turn on, tune in, drop out» (conéctate, sintoniza, enróllate). El colocón masivo fue monumental. «The San Francisco Oracle», órgano del jipismo, calificó la sentada como «el comienzo dichoso de una nueva época».