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Y Best comió «fish and chips» en San Francisco

El jugador más popular de los años sesenta, conocido como el «quinto Beatle», estuvo de gira con el Manchester en San Francisco ese verano. Allí cumplió 21 años y se buscó un bar inglés para celebrarlo

George Best, con las patillas, en el centro de la imagen y de la fiesta, como siempre, regada con alcohol
George Best, con las patillas, en el centro de la imagen y de la fiesta, como siempre, regada con alcohollarazon

El jugador más popular de los años sesenta, conocido como el «quinto Beatle», estuvo de gira con el Manchester en San Francisco ese verano. Allí cumplió 21 años y se buscó un bar inglés para celebrarlo.

Estaban la música y las drogas, estaban las flores y los libros de Kerouac o Salinger. En los años sesenta el ocio se convertía en un asunto importante que ayudaba o definía la individualidad de cada uno. Los cantantes famosos atraían a las multitudes y las fans se morían por acercarse a ellos. No era diversión, era una manera de hacerse en el mundo.

¿Y el fútbol?

El deporte mayoritario tenía poco o nada que decir. Los futbolistas jugaban a lo suyo y se mantenían más o menos al margen de lo que pasaba más allá sin levantar la cabeza de la portería contraria. Hasta que, de repente, apareció George Best.

Era joven, era bueno, era guapo y sabía de qué iba aquello. Lo revolucionó todo y conectó definitivamente al fútbol con el espíritu de los tiempos. Quizá porque era un chico de barrio o porque, rechazado por el equipo local, no empezó a jugar al fútbol en serio hasta los 15 años y se tuvo que empapar de lo que sucedía alrededor, o quizá porque quería probarlo todo y vivirlo al máximo, decidió que el balón, el césped y el mundo tan egocéntrico del fútbol se le quedaba pequeño.

Se dejó patillas, se dejó el pelo a la moda y se instaló en la banda del Manchester United para impresionar al mundo y entrar sin complejos en el mundo de la fa-ma. Debutó en el equipo inglés con 17 años, en 1963, y se fue haciendo con el público. Para el verano de 1967, era tan famoso como cualquier cantante ya conocido, como el quinto beatle, y estaba dispuesto a entregarse a todo lo que la vida le ofreciera.

Y eso era mucho: eso eran mujeres que le consideraban un dios, dinero que no se gastaba nunca y atención cada vez que pisaba la calle, pero también era el alcohol, con el que llegó a un punto que ya no pudo controlar. Además, era ingenioso y fue dejando tantas frases brillantes como regates en el campo. La vida era maravillosa, eran tiempos en que había que vivir rápido y él no iba a dejar que pasaran de largo. Tanto los exprimió, que pasados los 25, ya era un jugador en declive.

Antes, en la temporada 1965-66 se lesionó, pero en la siguiente firmó un gran año y se llevó la Liga. Aprovechando su fama y la de Bobby Charlton, el United hizo, en ese verano de 1967, una gira por todo el mundo. Se fueron a Australia y después pasaron por Estados Unidos. El conjunto inglés no quería desperdiciar esa fuente de ingresos y, como hacen ahora los grandes clubes europeos, comprendió que el fútbol tenía que ser global. Tardarían más de 30 años en sacarle rendimiento económico, pero no por nada el Manchester es ahora mismo, junto al Madrid, la marca deportiva más importante del planeta.

Puede que todo empezara ese verano, con ese chico de pelo largo que en vez de celebrar los títulos con sus compañeros se iba a la fiesta de los cantantes para coincidir con alguna Miss Mundo y contarlo más tarde.

El Manchester viajó de Nueva Zelanda a San Francisco para disputar un torneo con el Celtic y el Bari. Y allí cumplía George Best 21 años. Pidieron permiso al entrenador para irse a celebrarlo por la noche y, como no era un torneo oficial, no pasaba nada por no ser estricto. En su autobiografía, el futbolista cuenta que era consciente de dónde estaban y qué sucedía: «Era el centro del universo hippie», escribe. Conocía que aquel verano, en aquella ciudad, todo el mundo tenía permiso para perder papeles e ir a lo suyo. Es decir, todo el mundo podía hacer lo que hacía George Best.

Salió del hotel de concentración con un compañero y fueron a un pub inglés que estaba cerca para «beber un par de cervezas y comer ‘‘fish and chips’’».

Para hacer, en fin, lo que hacían todos los días la mayoría de los ingleses en Inglaterra. Sin embargo, «Life couldn’t get much better than that», escribe: «La vida no podía ser mejor».