Historia

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Diario de un exorcista

El padre Salvador Hernández se ha convertido en una eminencia a la hora de luchar contra el maligno y los espíritus del más allá.

El padre Salvador Hernández Ramón es exorcista de la Diócesis de Cartagena
El padre Salvador Hernández Ramón es exorcista de la Diócesis de Cartagenalarazon

El padre Salvador Hernández se ha convertido en una eminencia a la hora de luchar contra el maligno y los espíritus del más allá.

Las increíbles experiencias del padre Salvador Hernández Ramón en compañía de don Gabriele Amorth, exorcista oficial de Vaticano, son como para estar curado de espantos, nunca mejor dicho. El padre Salvador viajó a Roma en 2006 para realizar un máster en la lucha contra el maligno, impartido por el más experimentado guerrero de Cristo, a fin de cuentas el único exorcista de la Historia.

Seis años después, el padre Salvador, exorcista hoy de la Diócesis de Cartagena, me relató con todo lujo de detalles sus enconados combates contra el diablo, los cuales plasmé en mi libro «Así se vence al demonio» (LibrosLibres), convertido en un «best-seller» de espiritualidad traducido a varios idiomas.

Gabriele Amorth le pidió un día que exorcizase una casa infestada en las afueras de la capital. Igual que el demonio posee a sus víctimas, se apodera de casas, lugares, libros y todo tipo de objetos. A esto se llama infestación diabólica. Se produce como consecuencia de rituales de magia negra, maleficios, sesiones de espiritismo o cualquier otro trabajo satánico.

La familia que habitaba aquella vivienda romana estaba muy nerviosa y asustada. Todos sus miembros escuchaban ruidos incesantes de día y de noche. Las ventanas y puertas se abrían y cerraban solas; las lámparas y los aparatos eléctricos también se encendían o apagaban misteriosamente. De noche, se despertaban todos sobresaltados al oír pasos invisibles que subían y bajaban por la escalera que conducía a los dormitorios de la planta superior. Las mascotas de la casa –un perro y dos gatos– estaban igualmente nerviosos e irascibles.

w disparos en la escalera

Una vez en la vivienda, el sacerdote palpó la desesperación del matrimonio. Ella y él confesaron que se habían planteado vender la casa para trasladarse a vivir a la capital. El exorcista les preguntó si tenían constancia de algún trágico suceso acaecido allí mismo. La esposa recordó entonces que, años atrás, su cuñado soltero, hermano de su marido, se había suicidado en aquella escalera tras dispararse varios tiros, víctima de una profunda depresión.

«Ahora –les advirtió– está claro el origen de todos los fenómenos: su alma en pena les pide auxilio para elevarse con Dios en el cielo». Acto seguido, bendijo la casa con los tres sacramentales: óleo, agua y sal exorcizadas. Luego, hizo lo mismo con los animales. Finalmente, les aconsejó que ofreciesen una docena de Misas por la purificación del alma del difunto. Transcurridos dos meses, los esposos telefonearon a don Gabriele para decirle que los fenómenos habían remitido. La paz reinaba por fin en toda la casa. El cese de los ruidos coincidía con un cambio profundo en sus almas tras la vuelta a la práctica religiosa.

De este modo, el suicidio puede causar una infestación diabólica, según el padre Salvador, quien me refirió otro caso registrado en una de sus parroquias en España. Cierto día, le visitó un anciano muy piadoso para decirle que él y su esposa dormían mal desde que se habían mudado de casa. Oían ruidos muy fuertes en las paredes, como si un tropel de cabras y ovejas huyesen espantadas tras escuchar dos sonoras detonaciones.

Sucedían otros fenómenos muy extraños: los cuadros se desplomaban a veces de las paredes, pese a estar bien sujetos con alcayatas; y en el patio, las macetas con flores aparecían regadas todas las mañanas sin que él ni ella hiciesen nada. Les preguntó entonces si alguien había vivido antes en la casa, pero le aseguraron que no. De hecho, la vivienda la habían estrenado ellos. Les pidió que indagasen con los vecinos si existía algo en aquel solar antes de edificarse la casa.

w un rebaño de cabras

Días después, el anciano obtuvo la información que buscaban de los vecinos más antiguos del lugar. Antes de construirse la casa, existía en el terreno un gran cobertizo donde su dueño, un hombre soltero, pastor de profesión, guardaba su rebaño de cabras y ovejas. Un día aciago, los animales enfermaron de una epidemia y murieron todos. Desesperado, el pastor se suicidó con dos tiros de pistola. Al oír los disparos, los vecinos se apresuraron a ver qué pasaba y hallaron al infeliz muerto. Aquellas eran las dos detonaciones que los esposos escuchaban cada noche, junto a la estampida de cabras y ovejas proveniente de las paredes de su casa.

El padre Salvador les explicó que el alma en pena de aquel pastor necesitaba oraciones e indulgencias para purificarse. Tras averiguar el nombre del difunto, ofreció una docena de Misas por su alma. Desde entonces, desaparecieron todos los ruidos y el matrimonio recuperó la paz en sus corazones.