Azul.

La mujer fatal que conquistó a Carlos VII y Joseph Conrad

La corista húngara Paula de Somoggy, bella como pocas en su época, hizo perder la cabeza a todos los hombres que osaron conocerla

La Razón
La RazónLa Razón

La corista húngara Paula de Somoggy, bella como pocas en su época, hizo perder la cabeza a todos los hombres que osaron conocerla

Mientras investigaba en su día la agitada vida de la infanta de España Elvira de Borbón y Borbón-Parma para mi libro «Bastardos y Borbones» (Plaza y Janés), me topé con otra dama de mucha menos alcurnia pero tanto o más fascinante que ella: la corista húngara Paula de Somoggy, convertida luego en falsa baronesa.

El mismo padre enojado que decidió enterrar en vida a su hija Elvira de Borbón despojándola de la dignidad de infanta por seguir los impulsos de su corazón, tras escaparse sin su permiso con el pintor florentino Filippo Folchi, se había encaprichado de aquella bellísima corista húngara de tan sólo 18 años, con la que vivió en París como un auténtico soltero de oro.

Aludimos al entonces jefe de la rama carlista, don Carlos María de los Dolores de Borbón y Austria-Este, nominado Carlos VII por sus partidarios, que ni fue feliz en su primer matrimonio ni hizo tampoco venturosa a su mujer, la princesa Margarita de Borbón Parma.

En noviembre de 1877, mientras regresaba a Viena de visitar las posiciones en el frente de la guerra ruso-turca, el pretendiente al trono español conoció a la joven corista que se llamaba en realidad Paula Horváth y había nacido en la ciudad húngara de Pest, en 1859. Era, por tanto, once años menor que Carlos VII.

Don Carlos se encaprichó de ella, llevándola consigo de Viena a Graz, a casa de su hermano. Desde allí fueron juntos a Venecia, Módena y Milán, donde Carlos VII la presentó en sociedad como la baronesa de Somoggy. Pero la mujer, por muy bella que fuese, no tenía en sus venas ni un solo glóbulo de sangre azul.

Finalmente, debió remorderle su laxa conciencia de conquistador, poco antes de que su hijo Jaime, de siete años, hiciese la primera comunión. El caso es que el pretendiente decidió expulsar de pronto de su vida a la atractiva dama.

La falsa baronesa de Somoggy fue a caer entonces en manos del tenor Ángel Trabadelo, con quien se casó y vivió en Londres hasta su muerte, acaecida en 1917.

Trabadelo era carlista hasta la médula. Nacido en la aldea guipuzcoana de Arrona –rinconcito adorable rodeado de hermosas montañas– regresaba allí cada verano para acompañar a su anciana madre. Bajo su batuta perfeccionaron los estudios de canto la cubana Lidia Rivera y otras «cantatrices» más populares como la Melba, la Calvé y la Sanderson. Pero ninguna de aquellas mujeres emulaba, en belleza y seducción, a la fascinadora Paula de Somoggy.

El embrujo de «Rita»

La misma dama que deslumbró al padre de la infanta Elvira de Borbón había hechizado también fatalmente, meses atrás, al célebre novelista polaco Józef Teodor Conrad Korzeniowski, más conocido luego, tras nacionalizarse británico, como Joseph Conrad.

El autor de «Lord Jim» y de «El corazón de las tinieblas» se había embarcado en una auténtica aventura marítima que le llevó a recorrer las islas de las Indias Occidentales, Cabo Haití, Puerto Príncipe, Santo Tomás y San Pedro.

El tiempo que Conrad no estaba en el mar, lo pasaba en Marsella, donde quedó anonadado nada más conocer a la húngara Paula de Somoggy, a quien los legitimistas llamaban simplemente «Rita».

Conrad se convirtió en asiduo del Café Boudol, en la rue Saint-Ferréol; frecuentó también el salón privado de la esposa del naviero y banquero Delestang. Rodeado en aquellos selectos ambientes de mecenas, nobles, carlistas y aventureros como él, el escritor enmudeció al contemplar por primera vez el rostro angelical de aquella mujer que le sorbió el seso.

La vida de Conrad había transcurrido en buena parte en el mar, desde que con 17 años abandonó los estudios para enrolarse en la marina mercante francesa. Su vida aventurera pronto se complicó al participar en conspiraciones políticas y en operaciones de tráfico de armas.

Tras conocer a Paula de Somoggy, empezó a beber y a gastar más de lo que su salud y su bolsillo podían aguantar. Hasta que, a finales de febrero de 1877, Conrad intentó quitarse la vida disparándose en el pecho. Por fortuna, la herida no fue mortal. Sugestionado por su ciego amor a la húngara, e inspirado sin duda en las obras musicales de Rossini y de Meyerbeer, el novelista había intentado suicidarse para poner fin a su trágica historia de amor. El 24 de abril de 1878, Conrad abandonó Marsella en el vapor «Mavis», rumbo a Constantinopla. La guerra ruso-turca y su idilio con la húngara eran ya pura historia y su corazón, como los de Carlos VII y Ángel Trabadelo, había sido lacerado.

Nacido en Lubiana (Eslovenia), el 30 de marzo de 1848, Carlos VII recibió la «corona» de su padre Juan III el 3 de octubre de 1868, mientras Isabel II se refugiaba en París a raíz del estallido de la «Gloriosa» revolución en España. Ni corto ni perezoso, Carlos VII estableció su reinado efectivo en el norte de España desde 1872 hasta 1876; formó gobierno, acuñó moneda, legisló, creó una Hacienda propia y tribunales de justicia... Titulado también duque de Madrid, el padre de la infanta Elvira se rebeló contra la elección de Amadeo de Saboya como rey. Llegó incluso a venir a España, siendo aclamado en el norte como soberano legítimo. Más tarde, se opuso con uñas y dientes a la restauración monárquica con Alfonso XII. Sus partidas lucharon ferozmente en Cataluña y Levante, pero fueron al final derrotadas. Carlos VII tuvo así que abandonar España en febrero de 1876.

@JMZavalaOficial